La editorial de ayer de La Nación defendía una vez más los intereses británicos en la región y fustigaba a los argentinos que se atreven a interpelar la negativa del gobierno de Cameron a cumplir con el mandato de casi hace medio siglo de la ONU de sentarse a negociar con Argentina la soberanía de las Islas Malvinas.
En ese afán (que incluyó un desvarío de Bety Sarlo comparando el spot de Zylberberg -hoy casi festejan que quizás quede fuera del equipo argentino olímpico- con los documentales del régimen nazi), la empresa paraperiodística (que desde el lunes comenzará a sufir en un estrado judicial sus pecados del pasado) mentía sobre el "espíritu olímpico": "El incidente provocado por las sorpresivas preguntas formuladas
públicamente por nuestra embajadora en Londres, Alicia Castro, durante
una conferencia del canciller británico sobre distintos temas sugiere
que nuestro país ha decidido producir "llamados de atención" acerca de
un conflicto de soberanía paralizado, que los británicos se han empeñado
en mantener en la congeladora.
Del mismo modo ha actuado el aviso propagandístico
filmado en las islas Malvinas sin que su propio actor-deportista supiera
para qué estaba siendo efectivamente utilizado y que ignora, además, el
llamado "espíritu olímpico", que tradicionalmente ha procurado separar a
los Juegos Olímpicos de las controversias de la política".
Hoy, desde Cancha Llena, la sección de deportes de La Nación, Ezequiel Fernández Moores desmonta dicha falacia (mal)intencionada: "La última vez que fue anfitriona de Juegos Olímpicos, en 1948,
Londres no invitó a la competencia a Alemania y a Japón, las potencias
derrotadas en la Segunda Guerra Mundial. El presidente del Comité
Olímpico Internacional (COI), el sueco Sigfrid Edstrom, escribió enojado
a Lord Burghley, sexto marqués de Exeter, secretario general del Comité
Organizador de los Juegos del 48: "Me sorprende vuestra actitud. La
guerra terminó hace tres años y nosotros, gente del deporte, deberíamos
mostrarle el camino a la diplomacia". Londres no se conmovió. Al conde
Michimasa Soyesima, miembro japonés del COI, le recordaron que ningún
ciudadano podía abandonar Japón bajo las reglas de la Ocupación. Tampoco
hubo perdón para Alemania. Miles de soldados nazis permanecían en
Londres como prisioneros de guerra. Fueron mano de obra en la
construcción de rutas. Al prisionero Helmut Bantz, que ganaría el oro
olímpico en Melbourne 56, le tocó una tarea más agradable: entrenó al
equipo británico de gimnasia. El duque de Mecklenburg, miembro alemán
del COI, recibió en cambio un no rotundo. Sucedió hace 64 años. Londres,
que será otra vez sede olímpica a partir de julio próximo, dice ahora
junto con el COI que "la política no debe intervenir en los Juegos".
La política, es obvio, jamás estuvo fuera de los Juegos.
Astilo de Crotona, campeón en las carreras de carros en los años 484 y
480 a.C., era publicidad para el tirano Gelón, de Siracusa, que lo había
contratado. Un estadista más democrático como Alcibíades usó sus
triunfos para ganarse la confianza de los atenienses. Los primeros
Juegos de la era moderna, en Atenas 1896, que Francia amenazó boicotear,
sólo pudieron realizarse gracias a un oportuno cambio de gobierno en la
empobrecida Grecia y a las ambiciones políticas del príncipe
Constantino. El primer conflicto netamente político estalló en los
Juegos de Estocolmo 1912, cuando las monarquías aliadas del imperio
austrohúngaro por un lado y Rusia por el otro impusieron sus banderas
ante triunfos de atletas de las anexionadas Bohemia y Finlandia. En la
siguiente edición de Amberes 1920, a pedido británico, no fueron
invitadas las potencias derrotadas en la Primera Guerra Mundial:
Alemania, Austria, Bulgaria, Hungría, Turquía, Rumania y Polonia. París,
por orden del Barón de Coubertin, organizó otra vez los Juegos en 1924.
No invitó a Alemania. La edición de Los Angeles 1932 impuso la
ejecución de los himnos para los atletas vencedores. Y la de Berlín 36,
se sabe, fue un festival ario. El COI atribuyó a "maniobras de judíos y
comunistas" las primeras denuncias sobre el nazismo y los reclamos para
sacarle la sede a Berlín. Jamás se arrepintió del regalo que hizo a
Hitler.
Los Juegos de Londres 48, los primeros en paz tras la
Segunda Guerra Mundial, mantuvieron el recorrido de la antorcha
olímpica, pese a que el rito había sido iniciado por la Alemania nazi.
No fue fácil. Grecia, punto de salida de la antorcha, estaba en guerra
civil. El gobierno inglés, que iniciaba la nacionalización del
ferrocarril, gas, electricidad, carbón y acero y creaba el Servicio
Nacional de Salud, impuso unos Juegos austeros. Delegaciones extranjeras
llevaron sus comidas y hasta sus toallas. Los Juegos tuvieron un
presupuesto, a dinero de hoy, de 2,2 millones de libras. La BBC pagó
1000 libras por derechos de transmisión. Cada patrocinador, de Coca-Cola
a Guinness, aportó 250 libras. La prensa era crítica. El cricket y las
carreras de perros recibían casi más atención que la preparación de los
Juegos. "Lo importante en los Juegos -decía una inscripción en Wembley
el día de la inauguración- no es ganar sino competir. Lo esencial en la
vida no es conquistar, sino pelear bien." El rey Jorge VI no tartamudeó
al pronunciar el breve discurso de apertura, ante más de 80.000
personas. Estaba rodeado de varios de los mismos dirigentes del COI que
doce años antes compartían palco con Hitler, incluido el estadounidense
Avery Brundage, que, según cuenta Janie Hampton en el libro The
Austerity Olympics, seguía enviándoles comida a los jerarcas nazis
condenados en Nuremberg. Ese mismo estadio de Wembley saludó el 7 de
agosto al ganador del maratón, el argentino Delfo Cabrera, un humilde
bombero del pueblo santafecino de Armstrong, a quien Juan Domingo Perón
premió con una casa en Sarandí. El regalo equivalía a "profesionalismo".
No lo dijo el COI de Brundage. Sí los golpistas de la Revolución
Libertadora de 1955.
Los boicots iniciados en los Juegos de Melbourne 56 y
agudizados en Moscú 80 y Los Angeles 84, la matanza de atletas israelíes
en Munich 72 y la sede asignada a Pekín en 2008 fueron episodios
políticos que también marcaron al deporte olímpico. Pero hay una imagen
que prevalece por sobre todas: el podio del Black Power de México 68 que
costó la expulsión de por vida a los atletas estadounidenses John
Carlos y Tommie Smith. El mismo COI que nada había dicho sobre los
saludos nazis y fascistas de Juegos previos sí consideró "político" el
puño enguantado del "Poder Negro". Seis meses antes había sido asesinado
Martin Luther King. ¿Temerá el deporte olímpico una rebeldía similar
para Londres 2012? La Argentina provocó problemas al COI desde su mismo
origen. Los dos primeros miembros expulsados del COI son argentinos. A
José Benjamín Zubiaur, un notable educador y abogado, miembro fundador
en 1894, el COI de aristócratas lo echó en 1907 porque el entrerriano,
sin fortuna personal, no viajaba a las reuniones en Europa. Su sucesor,
Manuel Quintana, hijo del presidente homónimo y residente en París, duró
apenas tres años. El COI lo echó porque la Argentina desoyó
advertencias y organizó en 1910 los "Juegos del Centenario", una marca
que el olimpismo ya consideraba exclusiva. El COI que estos días
advirtió a la Argentina por el spot de Malvinas ya no tiene a los condes
y príncipes de los orígenes. Tampoco al ex ministro franquista Juan
Antonio Samaranch. Cuenta, sí, con un único "miembro de honor": Henry
Kissinger".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Muy buen post ! Un resumen impecable y bien escrito. Saludos !
Gracias, Udi! Saludos!
Publicar un comentario