"Las revistas culturales tuvieron su shock de política real a partir de la crisis del 2001, al igual que el resto de la sociedad argentina. En ese entonces se multiplicaron las publicaciones que abordaban las distintas facetas de lo que ocurría. Años después hubo nuevas, otras perduraban de otras épocas, pero se hizo necesario un ejercicio profundo para entender, una vez más, a la Argentina.
El primer número de la revista Lezama apareció en abril de 2004. Aunque nunca fue, ni se lo propuso, ser una revista masiva, fue el primer proyecto periodístico literario que acompañó, con una leve distancia, el nacimiento del kirchnerismo. La dirigía Luis Bruschtein y Eduardo Blaustein ofició como secretario de redacción. El consejo editorial estaba integrado entre otros por Nicolás Casullo, José Pablo Feinmann, Horacio González, Atilio Borón, Jorge Boccanera, León Ferrari, Laura Bonaparte, Alejandro Isla, Aníbal Ford, Horacio Tarcus y Juan Sasturain.
Lezama fue una experiencia intelectual que surgió gracias al mecenazgo de un alemán que vive cerca del Parque Lezama. Era un personaje muy curioso, un farmacéutico al que le había ido muy bien económicamente en Alemania le fue muy bien en su país, pero un día vendió todo y vino a la Argentina. En algún punto reprodujo la historia de Federico Vogelius con Crisis. El mecenas de Lezama conservaba su adhesión a cierto progresismo alemán de la socialdemocracia de ese país. La revista conjugaba una entonación nacional popular y un progresismo universalista, en palabras de Horacio González.
De todos modos, la revista no prosperó en el tiempo. Se publicaron sólo 17 números de frecuencia mensual.
En los primeros números, se abordaba el empobrecimiento cultural del país tras treinta años de neoliberalismo. En el número dos, por ejemplo, Horacio Tarcus escribió el artículo “Otra revolución se nos pasó de largo”. Era un análisis demoledor sobre el papel de los partidos de izquierda en las asambleas durante la crisis de 2001. Claudio Lozano actualizaba el debate por la distribución del ingreso, que tendía a ser cada vez más regresivo. También había entrevistas a personajes como el mítico Comandante Puma de la precursora guerrilla de Uturunco, Félix Serravalle; o al célebre Ahmed Ben Bella, líder legendario de la revolución de Argelia.
Siguiendo con el planteo de la línea editorial de la revista, en el número del 6 de septiembre de 2004 se publica una entrevista a José Nun, quien, en referencia a la derecha populista, decía: “Y eficiente en su comunicación: Gelblung, Sofovich, etc. Frente a eso hay un silencio ensordecedor de los sectores pensantes de la sociedad. Desde los que se dedican a ganar plata publicando manuales de autoayuda a los que hacen historietas sobre la historia. O se quedan colgados. Que se definan. Estamos ante una oportunidad única, que ciertamente no se tuvo en las últimas dos décadas. Sería lamentable y patético que se la malgastara —como hacen algunos— denostando con saña al gobierno mientras se convierten en columnistas de La Nación o concurren complacidos al programa de Grondona. Hay muchos que se dedican a ser críticos pero no hacen nada por cambiar las cosas porque, como explicaba Hegel, extraen su valor de la crítica y necesitan que las cosas sigan siendo criticables para poder sentirse valiosos. Los intelectuales jugaron un papel muy importante en este país y ahora es como que hay una baja de la guardia.Y eso no es ponerse al costado, es contribuir al empeoramiento de las cosas”.
En el número 14, de junio, se publicó el artículo “El arte del MeKKano”, una nota de Nicolás Casullo donde el ensayista analizaba la construcción del gobierno de Néstor Kirchner “sin auténticos modelos de participación masiva, como hace 30 años atrás”. Ante una demanda de mejores modos presidenciales, se cuestiona qué es lo que le vendría bien a una “sociedad despolitizada, miserabilizada y estallada”.
Pero, como explica Horacio González, en el caso de Casullo se puede decir que su revista es Confines: “Un caso extraordinario de posición de varios lenguajes, muy nítidos en su manifestación y que no tienen una relación clara con otros lenguajes en Argentina, el patio de un filósofo romano con una casa en San Telmo, donde se pasa de un lado a otro tocando el timbre. Bueno esas cosas cortazarianas tenía Nicolás”.
Pensamiento de los confines apareció en abril de 1995 y en su primer número presentaba artículos de Oscar del Barco, Héctor Schmucler, George Steiner, Frederic Jameson, Jean-François Lyotard, Casullo y Forster, entre otros.
Según González, que colaboró en los inicios de la revista, la publicación contenía mucho material de la escuela de Frankfurt, del romanticismo alemán, y también cuestiones argentinas.“Como si Nicolás tuviera dos mundos, el recuerdo de un peronismo mitológico, el de John William Cooke mediante y también la película de Benjamin, de Hoffman. Era la mezcla de los románticos alemanes mediando con cierto nacionalismo vitalista, y siempre la vuelta a Benjamin citado a través del flâneur y de los pasajes que provocaron el fastidio de Beatriz Sarlo al punto de que ella escribió un ensayo: Olvidar a Benjamin. Nicolás estaba forjando ese lenguaje que Forster también fue desarrollando que aunaba criollismo y peronismo”. Pero ese aura de exquisitez que podría tener Confines era criticada por quienes la acusaban de aristocrática. Luego de la muerte de Casullo (9/10/2008) la dirección de la publicación quedó en manos de Ricardo Forster, Matías Bruera y Alejandro Kaufman.
En 1991 comenzó a editarse la revista El ojo mocho “desarrollada alrededor” de Horacio González, del profesor, dado que muchos de los que allí van a escribir han sido sus alumnos. La elección del nombre respondía a una respuesta chicanera a Punto de vista, lo cual implicaba una definitiva toma de distancia del espíritu de la publicación que dirigía Sarlo. Años atrás, la revista La bizca también le había tomado el pelo con el nombre. El nombre surgió de una clase muy numerosa de González en el aula 310 de la Facultad de Ciencias Sociales, donde se propusieron nombres en relación a los contenidos posibles y finalmente quien dio con el nombre justo fue Federico Galende, que formaba parte de la Cátedra en ese momento. Galende continuó sus estudios en la Duke University y luego recaló en Chile.
En El ojo mocho “reina lo explícito, lo improvisado, lo no profesional en materia de crítica literaria y la idea de que el mundo al que uno pertenece tiene una enorme capacidad de no satisfacerlo. (…) El ojo mocho, paradójicamente, trabajó y sigue trabajando con la gente del grupo “Contorno”, que tendría que haber tenido que ver más con la revista Punto de vista. Esto no es así, pero Punto de vista la veo que se la puede considerar al margen de Contorno. El ojo mocho, en cambio, no se la puede considerar al margen de Viñas y Rozitchner”.
Sobre el 2001 se produce una polémica pública muy fuerte entre las revistas Confines y La escena contemporánea por un lado y El Rodaballo por otro, que dirigían Horacio Tarcus y Blas de Santos y donde también participa Ezequiel Adamovsky. Fue planteado de un modo tan duro que Eduardo Grüner, que era parte de El Rodaballo, decidió renunciar. La acusación de El Rodaballo era que ambas revistas eran populistas. Y los dos núcleos que lideraban Horacio González y María Pía López responden llamándolos iluministas, racionalistas tremendos incapaces de tener algún tipo de sensibilidad hacia lo que eran “las potencias del mundo popular”.
El ojo mocho estaba acusado de populista fundamentalmente. Algunos de sus integrantes terminaron en Carta Abierta y otros, como Cristian Ferrer, siguieron con anteriores opciones ideológicas. Ferrer es un ensayista y escritor conocido por ideología anarquista. El sector autonomista de La escena contemporánea, que después constituyó el colectivo Situaciones no confluyó en el kirchnerismo. Tiempo después, Ezequiel Adamovsky volvió a publicar en un libro uno de los artículos de la disputa y entonces aclaraba: “La disputa —cuyos motivos resultan hoy perfectamente olvidables— incluyó sin embargo un valioso intercambio acerca de la legalidad de la Ilustración y las potencialidades de la razón, de los mitos y de la pasión a la hora de pensar una política emancipatoria. En ese contexto, Horacio González llamó a considerar el problema de las ‘restricciones culturales de la izquierda’, y a superarlas añadiendo elementos ‘renacentistas, rabelesianos, románticos y muntzerianos’ a una cultura hasta ahora excesivamente dominada por la herencia de la Ilustración”.
Una de las animadoras de la revista La escena contemporánea, María Pía López, recordaba tiempo después cómo habían sido esas disputas: “Mi impresión es que los años 2001, 2002, 2003 son como un hervidero ideológico y de hipótesis políticas. Estábamos todos peleándonos, más o menos juntos, y discutiendo qué va a pasar hasta que se produce algo. Los integrantes de Confines siempre tuvieron una visión muy negativa del 2001; creyendo que eran sólo ahorristas de clase media que desestabilizan un orden. Mientras nosotros pensábamos más que lo que evidenciaba eso era la crisis del tipo de ordenamiento, que era un orden neoliberal y que no se podía leer eso que pasaba sin ligarlo al tipo de movilización popular que habían producido las organizaciones de desocupados y la CTA en los años anteriores. Pero estabas discutiendo sobre un escenario que había cambiado mucho con respecto a los 90, teníamos actitudes, mucha gente en la calle, con conflictos políticos y sociales; y desde el 2003 en adelante, un intento de una nueva estabilización de eso, o una efectiva estabilización de ese orden. Yo tengo la impresión de que eso vuelve a partir aguas en otro sentido, porque algunos vamos a considerar más la idea de que puede haber una gobernabilidad y una estatalidad de nuevo tipo, con muchas discusiones, mucha desconfianza y compañeros que van a abrir todo el proceso más como una especie de sustracción de las fuerzas populares cooptadas por el Estado. Esto del autonomismo vive mucho más dramáticamente lo que es el ciclo del 2003 en adelante; que los que somos más populistas aceptamos más rápido la restitución de una representación política estatal. Entonces, yo diría que todo el período del primer kirchnerismo es un período de sorpresa y se va a empezar a hacer algo que no se había hecho previamente, que era trabajar en el Estado. Es una experiencia absolutamente rara digamos, los intelectuales y la política en la argentina y no sé si la querría repetir, y además tengo la impresión de que hay algo generacional ahí, que muchos compañeros de mi generación hicieron el mismo proceso, llegaron a trabajar al Estado más o menos alrededor del 2004, 2005, 2006. Lo hicieron a distintos ministerios, a la televisión pública, en mi caso a la biblioteca nacional, a las secretarías de cultura y en todos los casos, con un trabajo pendiente, que es desde adentro, es casi percibir hasta qué punto no volvió a ser pensada seriamente la cuestión del Estado. Hasta qué punto en los últimos años hubo como una especie de afirmación ideológica de que se reponía el Estado contra el mercado, pero que si vos lo ves desde adentro del Estado eso no es cierto”.
Por su parte, la ya clásica revista Punto de vista, dirigida por Beatriz Sarlo, comienza su última etapa. Entonces se vivieron momentos muy agitados. Uno de sus integrantes más ilustres, Carlos Altamirano, introduce aquí la cuña de un tema espinoso en la historia de Punto de vista cuando publica aquel artículo, ya referido, sobre Duhalde: “Ahí tuve la primera discusión interna fuerte. Se hizo explícita una divergencia dentro de Punto de vista. Los que tenían la dirección de la revista: Beatriz, Adrián Gorelik, evidentemente no compartían ese diagnóstico. Me acuerdo que salieron dos diagnósticos, uno de Hugo Vezzetti, que estaba al comienzo, y el mío que estaba al final. Hacía tiempo que había discusión con lo que podíamos llamar línea editorial de la revista. En la que yo me encontraba, por lo general, en minoría, y si coincidía con alguien era con Hilda Sabato, dentro de la revista. Esto fue arrastrándose en lo que predominaba en mi actitud: privilegiar la amistad por sobre los desacuerdos. Llegué hasta 2004, cuando renuncié a la revista”.
En ese momento se fueron tres pilares de la revista. Después de Altamirano partió Hilda Sabato y finalmente María Teresa Gramuglio. Cada uno de ellos presentó una carta de renuncia al Consejo. En definitiva se estaba poniendo en discusión el estilo de conducción de Sarlo y la forma en que se encaraba la renovación generacional que se imponía desde la jefatura de la revista.
“Cuando el cuadro de posiciones está congelado, como ocurre desde hace años en Punto de vista, el debate, por tolerante que sea, se vuelve estereotipado: siempre nos encontramos representando la misma pieza”, explicó Altamirano, antes de partir, en una carta abierta.También dijo: “No voy a sorprender a ninguno de ustedes si digo que me encuentro fuera de ambiente, es decir, fuera del círculo de consenso que de unos años a esta parte define la línea de Punto de vista. ¿Necesito recordar una vez más que desde hace rato desempeño dentro del Consejo el papel siempre áspero del eterno desavenido?”.
La historiadora Hilda Sabato dijo en su carta que había decidido renunciar por sugerencia de la directora de la revista. También dijo: “Lamento profundamente que el fuerte vínculo intelectual que me unió a los miembros del Consejo y a la revista durante veinte años termine de esta forma. Es cierto que ya desde hace algún tiempo el diálogo y la discusión abierta eran cada vez más difíciles en la revista, pero mientras la tensión crítica fue posible, valía la pena ser parte de este esfuerzo intelectual colectivo.Ante la gravísima crisis provocada por el alejamiento de Carlos Altamirano del Consejo de Dirección, entendí que era nuestra obligación revisar el funcionamiento del grupo y repensar Punto de vista. No pudo ser. La directora eligió otro camino, uno que no me incluye y que ella inició con un despliegue de su veta más intolerante. Y si bien no hace falta remarcar hasta qué punto la revista ha sido obra de Beatriz Sarlo, eso no la autoriza a la descalificación de quienes tienen opiniones diferentes a las suyas ni al maltrato de que me hizo objeto. No quiero seguir integrando una institución regida por esas reglas y presidida por lo que Beatriz definió como su ‘estilo’”.
Y María Teresa Gramuglio sostuvo que “La dinámica del funcionamiento de Punto de vista en los últimos tiempos hizo que en varias ocasiones no todos los miembros del Consejo de dirección conociéramos de antemano la totalidad de los artículos y que no realizáramos la discusión colectiva previa sobre ellos que fue durante años habitual en la revista. Aquí debo introducir una autocrítica severa: la indiscutible capacidad intelectual de Beatriz Sarlo y su dedicación constante al trabajo de la revista, admirablemente complementadas por las cualidades de Adrián Gorelik, me llevaron, en mi caso, a una especie de delegación de responsabilidades, fundada en la confianza cimentada a lo largo de tantos años de participación en un proyecto compartido”".
Pavón, Héctor. Los intelectuales y la política en Argentina. Debate. Buenos Aires. 2012. Capítulo 2. Disponible aquí.
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