"-¿Cómo caracteriza a los gobiernos progresistas latinoamericanos? ¿Qué lugar ocupa el kirchnerismo en ese contexto?
-En general, los gobiernos progresistas son gobiernos que cambian el lugar y el discurso de la política respecto de los gobiernos de los ‘90. Los gobiernos progresistas revalorizan la política, le dan un lugar central y buscan diferenciarse de los ‘90 en el terreno básicamente discursivo y en el tipo de temas que enarbolan, con temas como los derechos humanos, la dependencia, la justicia social, etc. Y en ese terreno son bastante “rupturistas”. Sin embargo, establecen una profunda continuidad: en los ‘90 el modelo privatizó, pero además sentó las bases del modelo extractivo que bajo los gobiernos progresistas crece exponencialmente. En ese sentido son profundamente continuadores.
Mientras en los gobiernos de la década de los ‘90 el conflicto social ocupaba un lugar central, porque ellos rompieron con un Estado benefactor, en el período actual buscan quitar el conflicto del escenario central. Eso tiene un profundo efecto despolitizador en la sociedad: la sociedad sólo se politiza a raíz del conflicto. El conflicto es parte constituyente de la sociedad y es necesario porque sino los diversos intereses permanecen ocultos. En ese sentido los gobiernos progresistas han conseguido hacer que triunfe una idea de la peligrosidad del conflicto. Entonces, permanentemente están reaccionando para aplazarlo o para darle un perfil que no es el que tiene.
-¿Cómo se relacionan las políticas sociales con el modelo extractivo de recursos naturales?
-El modelo extractivo es básicamente un modelo volcado a la exportación y, hacia dentro, es un modelo generador de exclusión y marginalidad, generador de un sector que es entre un 30 y un 40% de la población que no tiene empleo digno ni condiciones de vida adecuadas, salud, trabajo, vivienda, etc. El modelo extractivo sigue reproduciendo y aumentado esa situación. Entonces, para responder a ese porcentaje importante de población están las políticas sociales.
Las políticas sociales buscan aplacar el conflicto, entonces van elaborando una cantidad de políticas que buscan generar la ilusión de un empleo digno -como Argentina Trabaja-, la ilusión de inclusión a través de un montón de mecanismos de participación vigilada desde arriba, etc. Y de esa manera pretende zurcir lo que el modelo productivo descose.
Hay un permanente ejercicio de ir tapando los baches que el modelo va produciendo, lo que no se modifica es la estructura de la sociedad. Mientras haya modelo extractivo va a haber exclusión y para emparejar esa situación se necesitan políticas sociales.
A su vez, Zibechi señaló que originalmente las políticas sociales nacen ante un período de emergencia sin intenciones de permanecer en el tiempo. Sin embargo, después de diez años las mismas siguen jugando un papel central en diversos países, “de modo que si hoy desaparecieran las políticas sociales habría una brutal conflictividad social”.
Mirando hacia el futuro, el pensador y activista uruguayo expresó: “El cuello de botella se va a producir el día que las políticas sociales no alcancen a tapar esos agujeros, y el día que eso ocurra estaremos en una situación extremadamente conflictiva”.
Y continuó: “No sé si eso pasará pronto o no, pero puede pasar y probablemente pase si el ciclo expansivo de las commodities se termina porque tenemos una economía que, además, depende profundamente de la cotización de los cereales en la bolsa de Chicago. Si mañana se hunden los precios de la bolsa, todo el aparataje económico hace agua”.
-¿Cómo impacta este contexto en los movimientos sociales?, ¿qué desafíos les plantea?
-Eso destruye a los movimientos sociales, los neutraliza, hace que vayan corriendo detrás de planes sociales y no construyendo otro tipo de realidades.
Además, se genera lo que podríamos llamar una corrupción social, en varios niveles. En los productores, en el empresariado minero y sojero, una corrupción que consiste en no importarles los efectos del modelo: ellos acumulan y no les importa que la gente se muera de hambre. En el Estado, el tener que andar permanentemente ideando políticas sociales nuevas, tapando baches y eso también es una forma de corrupción social. Y en la población también porque va detrás de una migaja, entonces genera en el cuerpo social una permanente sensación de indignidad, de que lo que estamos haciendo no es digno y hay que taparlo.
Entonces es toda una profunda perversión moral y así está la Argentina. La imagen que a mí me da la Argentina es la de un país donde crece la corrupción, pero no porque haya un político, parlamentario o empresario corrupto, sino que la corrupción es una de las formas dominantes de vida y vínculo social. Y no sólo digo la coima o el robo, sino la concepción más general de corrupción, de decir una cosa y hacer otra. Ese es un problema que ha ido creciendo en la sociedad argentina y nada indica que vaya a remitir: es un cáncer que va comiendo desde adentro a la sociedad.
-En su último libro plantea que la lucha contra la pobreza oculta el problema de la concentración de la riqueza. ¿Qué temas deberían analizarse en este sentido?
-En los últimos cuarenta años hubo un operativo por el cual la desigualdad creció profundamente pero la riqueza se escondió. Antes se sabía quiénes eran los ricos, donde vivían y había un cuestionamiento ético, moral y político a la concentración de riqueza. Los grandes operativos del Banco Mundial, y que están teniendo un gran éxito hoy, consisten en esconder las riquezas detrás de muros, como si fuera un country, y culpar de los problemas de la sociedad a la pobreza.
Hoy si hacés una encuesta o escuchás los informativos parecería que el problema de la sociedad argentina son los pobres: los que roban, los que consumen pasta base, los que tienen comportamientos inadecuados. Sin embargo, no hay un cuestionamiento del modelo. Y acá hay una responsabilidad compartida entre los intelectuales, las universidades, los partidos de izquierda, los gobiernos progresistas, las iglesias que permanentemente tratan de no enarbolar un discurso de que lo que es inmoral y absolutamente absurdo es la brutal concentración de riqueza.
Curiosamente en la cuna de este pensamiento, que es Estados Unidos, aparece un fuerte movimiento -ocupar Wall Street- que cuestiona al 1% que detenta la riqueza en el mundo.
Ante este panorama, Zibechi advirtió la necesidad de que como sociedad “volvamos a reaccionar moralmente” ante la concentración de la riqueza para enfrentar uno de los mayores problemas de la actualidad.
Además, sostuvo: “Como periodista puedo decir que la mayoría de los medios de comunicación son cómplices de esto. Hay una pérdida de autonomía de los intelectuales, los estudiantes, los profesionales y periodistas respecto a este tema. La censura y el poder de ese 1% es cada vez más fuerte. Creo que lo que hay es una subordinación de la sociedad a ese 1% y este es un camino tremendo”".
Fuente
Zibechi con los integrantes de la agrupación ecologista Wichan Ranquen
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