jueves, 3 de mayo de 2012

¿No se puede criticar a los grandes medios?

Cada vez más encerrados y a la defensiva, aquellos medios de alcance nacional que acostumbaron su andar sin recibir ninguna interpelación se quejan a diario por la posición en la que se encuentran actualmente: con el paradigma de la objetividad y la independencia jaqueado y las consecuencias nocivas por su negativa a asumirse como actores sociales con intereses (a partir de su explicitación), una mezcla fatal que lleva, por ejemplo, a La Nación a tener que salir a defender a la Canosa, sin que ésta haya afirmado o haya salido a quejarse por -supuestamente- haberse sentido de la forma en que el diario de los Mitre y Saguier describe así: "Ahora, con su reciente descalificación a una periodista, el senador Fernández no sólo ha vuelto a exhibir sus dotes de parlanchín profesional, que le permiten ofrecer las más rebuscadas explicaciones sobre cualquier temática. Lamentablemente, también ha demostrado que tiene poco de caballero".
En ese apurado trajín de querer presentar a las principales figuras del gobierno K como intolerantes (en términos de cualidades personales, y borrando su accionar político dentro de un colectivo gubernamental), para seguir alimentando el relato de que vivimos en medio de una Dictadura, parece que La Nación termina incurriendo en lo que critica. Todo por azotar a la administración kirchnerista por no coincidir en los postulados básicos de su modelo socioeconómico y cultural. Ahí está el pecado original: el paradigma de la objetividad e independencia debería llevar a La Nación a marcar las cosas malas de este gobierno, pero también las buenas. Pero desde hace rato que las únicas protagonistas de sus tapas, columnas y editoriales son las primeras. Ni qué hablar de que estas secciones muchas veces son utilizadas para defender intereses de la empresa por fuera de lo estrictamente periodístico, lo que lleva, entre otras maneras, a inventar "malas".
Otro caso: la manía de Clarín de realizar críticas sin fundamento, lo que lo coloca en una posición propia de un medio extranjero, como en los temas Malvinas, YPF y Alicia Castro. Hoy, el diario tiene que gastar espacio para tratar de explicar por qué utilizó los mismos términos que medios ingleses (emboscada) -enojados por la sorpresiva maniobra de la embajadora argentina que pone otra vez sobre el tapete eso que a Gran Bretaña no le conviene: denunciar que no se sienta a negociar con Argentina, como lo marca la ONU- y a la vez criticar a Castro por "fustigar" la cobertura que hizo el medio (hasta dar cuenta de que la corresponsal del Grupo en Londres escribió su crónica sin estar presente en un acto donde se convocó a periodistas. Inclusive, tuvo que copiarse de la nota de The Independent. Clarín intenta justificarla diciendo que fue la embajada argentina la que mandó esos recortes y pidió que se publicaran... Je. En serio).
Hoy, Clarín vuelve con los comunicados de las cámaras de empresarios de medios de Latinoamérica, que han sido afectados en sus negocios por la decisión de varios gobiernos de democratizar el acceso a la información. Todavía se creen dueños de la misma, como una mercancía exclusiva del ámbito privado, cuando los nuevos tiempos hace rato que nos vienen hablando de la comunicación y la información como campos inexorablemente vinculados con conceptos como democracia e igualdad. La empresa privada trata a la información como un medio para lograr sus ganancias, sin importarle que en ese camino se trastoque la "realidad" para asegurar los mecanismos para lograrlas, aunque a la sociedad le cueste no enterarse de un tema a través de esa conglomerado periodístico (el último antecedente, en Clarín, fue la nominación unánime de Argentina como postulante al Consejo de Seguridad de la ONU. Dicha noticia no apareció en la edición de papel de Clarín. Hoy recién aparece en su sitio web, cosa que quizás sea indicador de que está en su edición impresa -no compro el diario-).
En la medida en que estas empresas periodísticas (y para-periodísticas) no se animen a transparentarle a sus audiencias que abandonan el falaz (y nefasto) paradigma de la objetividad y la independencia, seguirán estando en la obligación de pedirle a sus empelados que traten de manipular la realidad cuando sus intereses se vean en peligro. Hasta que ese día llegue, podrán seguir rasgándose las vestiduras en defensa de la libertad de expresión, aunque hayan sido los socios de los que asesinaron y desaparecieron para abortarla.

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