Han quedado tan solos que por lo menos esperan que estas grandes mayorías pro K y estos inmensos consensos de estas semanas (justo ellos que tanto pidieron diálogo y concordancia) estén equivocadas y ellos tengan providencialmente la razón que pocos, por ejemplo, se animaron a enarbolar en contra de la Guerra de las Malvinas. Es doble el juego: emparentar a este gobierno nuevamente con una Dictadura y además amenazar a los convencidos de que pueden estar pifiándola feo tanto como lo estuvieron los que ingenuamente apoyaron al régimen de facto en su aventura malvinera en los comienzos de los 80's. Esta apuesta supone, por contrapartida, que el país fallará en su intento de proveerse de la energía suficiente que el crecimiento económico exige.
Apostar por esta línea es para poder mitigar lo tan pegados que quedaron a los intereses extranjeros en ambos temas (Malvinas e YPF). Creyeron que con el discurso del periodismo objetivo e independiente podían anclar su exposición como meros periodistas profesionales que no se dejan condicionar su opinión y trabajo ni por el sentimiento de patria ni mucho menos por la defensa de intereses comerciales o cuestiones económicas como el asegurar el autoabastecimiento de energía (es decir, estructurales. Como vimos estos días, hay muchos que sí en el plano personal-profesional).
Esta construcción discursiva vino a reemplazar a aquel intento de esconder su oposición ciega a cualquier medida en la que avance la administración kirchnerista. Dicha estrategia se chocó fuerte dos veces en poco más de 1 mes el año pasado, a tal punto de tener que recurrir a la mezquina conveniencia económico-materialista de los actores sociales para justificar tamaño e inesperado triunfo de CFK. Nada les importó que a los pocos días, con la corrida cambiara y pro-devaluacionista con la que embistieron a la sociedad toda -no sólo a su gobierno tan odiado-, cambiaran bruscamente los argumentos: lo que antes era una economía de maravillas, viró a una hecha bolsa que no llegaba a fin de año (con los consabidos aditamentos de "chavización" y "aislamiento del mundo").
Luego, con el anuncio de la reasignación de los subsidios a la luz, el gas y el agua (que tanto exigieron), se entusiasmaron con que el modelo se iba a caer a pedazos por las deficiencias que venían marcando valientemente. A pesar de que el gobierno nacional anunció que la readecuación de las tarifas las iban a experimentar solamente los habitantes de countries y barrios cerrados del país (en dos etapas), se regodearon con títulos catástrofe que hablaban de aumentos del 400% para todo el mundo. Por supuesto, no sucedió (iba a suceder una vez que todos esos argentinos felices volvieran de sus vacaciones consumistas, tipo comienzos de marzo). Entonces, hubo que reacomodarse otra vez diciendo que el gobierno era el que había dado marcha atrás por el desencanto social que iban a producir semejantes medidas antipopulares. De ahí surgió la tesis de algunos columnistas que afirma que los K hacen estos perversos juegos para hacerlos pasar como medios mentirosos.
Luego de Malvinas (días en los que La Nación llegó al extremo de poner en tapa, el 2 de abril, titulares pro-kelpers), llegamos a estos días donde ese mismo medio gráfico habla de confiscación directamente, y trata de manipular la realidad de que el dictamen del Senado que saldrá hoy con una mayoría del 90% va a ser posible no por el consenso sino porque muchos votarán en contra de sus propias convicciones. Es decir: cuando hay consenso, la mayoría vota a favor del gobierno pero en verdad se oponen en su interior -el simulacro, otra vez-. Como obligados, compelidos, coaccionados por esa fuerza patoteril (neo-antiK-logismo) que hace uso indebido de la legitimidad que le dio un 54% comprado a puro chori y coca (se va a ver este viernes. Todos negros).
El otro 46% (siempre forzado en su unión, como si la elección del 2009 no fuera suficiente como lección, y que en estos dos temas fluctúa a posiciones favorables al gobierno nacional, comportamiento que lo disminuye y quizás sea una de las causas de la radicalización de Clarín y La Nación -no los únicos actores, pero los dos como cauce de expresión de los poderes no convencidos por las bondades del modelo kirchnerista) apenas si se debe conformar con el eterno lamento de la corrupción solamente pública (acá es central el papel del regreso de La Nata con la parafernalia denunciaril de los 90's, aunque los resultados hayan sido tan paupérrimos que ha logrado que hasta un juez como Rafecas cayera en la maraña del desenfado propio de un accionar periférico y no abordante de los temas centrales de un país, más allá de que un funcionario de este gobierno -o cualquiera- deba ir preso si cometió algún delito, cosa -obvio- que debe dictar la Justicia y no estas empresas mediáticas, desprovistas de cualquier balance profesional y sesgadas a más no poder -al extremo de proteger y no informar cosas que puedan perjudicar al que ellos creen les puede asegurar de cara al futuro una mínima restauración de un tiempo que ya no va a volver. De ahí lo demasiado que le piden al pobre Mauricio, que ni gas a un hospital puede proveer, aunque haya pasado ya 1 año-).
Esta radicalización (cuyo clivaje fundamental es la igualación del kirchnerismo con el menemismo, con el objetivo de deslegitimar todo, al punto de volver a la vieja idea antidemocrática del Todos Chorros -cuya máxima defensora es la mentalista caída en desgracia, Lilita Carrió) puede intensificarse aún más (¿se puede sin convertirse en un partido político?) cuando el tiempo de la cautelar sobre el artículo 161 de la Ley de Medios ya se acabó hace rato, las investigaciones por crímenes de lesa humanidad contra los directivos de ambos medios están en una expectante tramitación, los procesamientos por fraudes económicos sigue su curso, las ventas siguen cayendo -especialmente en el caso de Clarín- y la credibilidad -anclada en la ya indisimulable doble falacia de la objetividad y la independencia, y bastardeada por la interminable cadena de pronósticos interesados y alarmistas fallidos- cae proporcionalmente a la cobardía de no hablarle de frente a sus audiencias y transparentar de una buena vez los verdaderos intereses que persiguen y defienden. Parece que ni este procedimiento de honestidad empresarial podrá salvarlos de un siglo que ya terminó, no en el sentido cronológico solamente, sino principalmente sociocultural.
Eso sí: quedarán asentados en las actas de las sesiones del Congreso Nacional de estas semanas, acusados de traidores a la patria, sin que nadie ya se anime a salir a defenderlos.
miércoles, 25 de abril de 2012
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