"A contramano de lo que muchos voceros del multimedios predican, el 69 por ciento sigue considerando que es “mucha o bastante” la influencia de los medios en la opinión pública, a diferencia del 21,7 que la considera “poca y nada”. En definitiva, no fue eso lo que puso en tela de juicio la sanción de la ley, sino la relación de la ciudadanía con los medios. Por caso, sólo el 12 por ciento les tiene “mucha” confianza en contraste con el 41,5 que tiene “confianza selectiva” en los medios. “Durante la década del ’90, los medios siempre lideraban los rankings de confianza frente a otros actores como la Iglesia, los militares o los políticos –explicó Ignacio Ramírez, sociólogo y director de estudios de Opinión Pública y Mercado de Ibarómetro–. Ahora estamos frente a una sociedad que consume medios pero de una manera menos ingenua, menos inocente. Se tomó conciencia de la complejidad de la estructura de medios, de su condición de actor poderoso. Los medios no tienen una confianza a priori, sino que tienen que construirla.” Otros indicadores que testifican esta tendencia son, por ejemplo, que el 40 por ciento considera que los medios ofrecen una descripción “más negativa” de la realidad por sobre un 26 que opina que brindan una descripción “objetiva” de la realidad. Además, el 61 por ciento cree que las noticias que dan los principales medios están influenciadas por intereses comerciales u organizaciones poderosas y, en consecuencia, el 34 por ciento cree que los periodistas están condicionados por las empresas en las que trabajan. “A partir de la sanción de la ley, el poder mediático se ha desnudado, quedó en evidencia su anatomía de poder en relación con los intereses económicos”, dijo el sociólogo". (Fuente)
Estas percepciones están rodeadas también de un contexto más amplio que acerca mejoras económicas palpables en el día a día y procesos de readquisión de derechos no sólo consumistas sino también humanos, en el más sentido aspecto del término.
"La vuelta de clase media es una de las claves de esta época. Si hacemos un ejercicio y recordamos cómo era la pirámide social en 1996, plena época de menemismo y convertibilidad, resulta que: la clase media alta y alta representaba el 44 por ciento, la media el 28 y la baja el 28. Lo que en síntesis representa que el 72 por ciento (sumada la clase alta y la media) estaba en condiciones de acceder a un muy buen nivel de consumo. Si pasamos al 2003, plena época post crisis, cuando recién asumía Néstor Kirchner, los datos eran absolutamente distintos. La clase media alta y alta representaba el 30 por ciento de la población, el 20 formaba parte de la clase media y el 50 por ciento restante integraba la clase baja. Entre la clase media y la baja conformaban el 70 por ciento de la pirámide y eran los sectores a los que más les costaba acceder a un buen nivel de consumo.
En el 2010, plena era de Cristina Fernández de Kirchner, todo cambió. La clase media alta y la alta representan un 54 por ciento, seguidos por la clase media con un 32 y la baja con 15 por ciento. Los sectores con más poder adquisitivo y acceso al consumo representan un 86 por ciento de la población, si se suma la clase media y la alta.
Para Fernando Moiguer (experto en estrategia de negocio y marcas y alma mater de Moiguer Compañía de Negocios), “que el 86 por ciento de la población esté dentro del consumo marca un cambio profundo y define ciudadanía. Antes ser ciudadano representaba votar, hacer el servicio militar y leer el diario. En la era de las privatizaciones, se pasó de ser ciudadano a consumidor, se formaba parte de la sociedad si se podía consumir. Hoy aparece la dimensión consumidor ciudadano; si no se puede acceder al consumo, se discute ciudadanía desde otro lado. A partir de que una persona puede consumir, empieza a exigir como ciudadano sus derechos”. Esto crea una nueva generación de consumidores que están más alertas a todo: calidad, precio, planes de pago, promociones, competencia, y es más exigente". (Fuente)
Semejantes marcos de grueso calibre cultural y simbólico, que denotan un cúmulo de transformaciones vivenciadas por las personas, dan una idea del desfasaje en el cual prefieren encerrarse y refugiarse inseguridades profesionales y formateos ideológicos que impiden a sus portadores animarse a no ser independientes, no por ser cooptados por el gobiernos sino por reconocer la falacia de dicha aseveración vacía, que además, cada vez más gente no digiere como característica verdadera de sus procesos de toma de información.
Entonces Ernestino escribe (con la enseñanza de un Paenza en la nuca): "En los últimos años, en la Argentina hubo –y hay– una evidente tensión entre el periodismo y el poder político que se expresa también dentro de nuestro gremio. Es un absurdo sostener que no hay libertad de prensa, tanto como negar los problemas serios que existen, donde cada tanto se cruza una línea que no debería traspasarse.
Las pedradas contra Lanata y Ruiz Guiñazú forman parte de un extraño fenómeno que en los últimos años incluyó la aparición de una patota oficialista para interrumpir a sillazos el acto de presentación del libro de Gustavo Noriega sobre el Indec, la aparición de afiches y cartelones en tres marchas oficialistas distintas para escrachar a colegas, la reproducción de esos afiches en los programas televisivos del Gobierno, la realización de juicios en plaza pública –difundidos una vez más por los programas oficialistas– contra colegas como Ruiz Guiñazú, el incendio de un auto de una periodista en Caleta Olivia, la instigación por parte de la televisión oficialista para que se les grite a movileros consignas muy curiosas como “devuelvan a los nietos”.
En los últimos días se ha sumado una paliza que desfiguró la cara del periodista de Misiones Alejandro Barrionuevo y un atentado contra el diario La Verdad, de la localidad bonaerense de Junín.
Ninguno de estos episodios mereció comentario alguno por parte del Gobierno, aun cuando en muchos de ellos fue evidente la participación de algunas de sus estructuras, como la Juventud Peronista Bonaerense.
Parafraseando a una exitosa consigna electoral, todo esto parece una demostración de “La fuerza del silencio”.
Arrojar piedras desde el anonimato, partir a sillazos la presentación de un libro, difamar a colegas con carteles callejeros o pancartas, promover la agresión contra movileros, son reacciones, simplemente, nefastas para la democracia.
Al mirar para otro lado –cuando al mismo tiempo reacciona tan enfáticamente ante los titulares que lo disgustan– el Gobierno envía un mensaje peligrosamente ambiguo. Desde la crisis que estalló por la resolución 125 en adelante, la tensión por momentos fue tan dura que es difícil encontrar a alguien que no haya cometido errores o incurrido en desmesuras, incluyendo en ese conjunto al autor de estas líneas. Quizás sea hora de entender todo esto y dar vuelta una página que no le hace bien a nadie. Hay muchas personas dentro del kirchnerismo que observan estos delirios con preocupación y le harían mucho bien al Gobierno si se pronunciaran sin cinismo y con contundencia.
El silencio, en este caso, es muy llamativo y quizá sea la antesala de situaciones más delicadas". (Fuente)
Los ya evidentes esfuerzos por unir los cascotes a La Nata y Magda con la Juventud Peronista Bonaerense, en un arco grosero que incluye al gobierno, Misiones y Junín sólo produce prisa por cerrar con La Nata despotricando contra los jóvenes que osan con dejar de ser neutrales y deciden meterse en política (y para colmo, la mayoría, en el kirchnerismo dictatorial): "Todos los gobiernos de los últimos 50 años en la Argentina quisieron ser fundacionales de algo, todos tienen esa pretensión de que la Historia comience con ellos, con lo cual también tratan de derribar todo lo que pasó antes. Pero hay límites, porque los chicos más jóvenes son más manipulables per se. Son mucho más brutos porque leen menos, tienen mucho menos material para contrastar. Se enganchan con argumentos que son antisistema, que son lindos pero veamos si es cierto o no es cierto lo que dicen. No digamos que Cámpora es el Che Guevara sin saber quién era Cámpora, un pusilánime que hoy es la imagen de un revolucionario de los ´70. Estamos escribiendo la historia con una irresponsabilidad total".
Ese relato del cual tanto se quejan ya no les pertenece, no sólo en su escritura sino tampoco como protagonistas de lo que sienten como el último reducto de un periodismo que necesita mayor formación participativa ciudadana antes que un ejercicio exclusivo de la sola primicia de saber que tal funcionario se quedó con un vuelto grande. Rastros de una década durante la cual los medios reemplazaron a la Justicia, señales de un nuevo siglo que reordena y desnuda.
Ese relato del cual tanto se quejan ya no les pertenece, no sólo en su escritura sino tampoco como protagonistas de lo que sienten como el último reducto de un periodismo que necesita mayor formación participativa ciudadana antes que un ejercicio exclusivo de la sola primicia de saber que tal funcionario se quedó con un vuelto grande. Rastros de una década durante la cual los medios reemplazaron a la Justicia, señales de un nuevo siglo que reordena y desnuda.
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