Por Delsio Evar Gamboa
(Laborde, Córdoba)
Pretender hacer un análisis del triunfo electoral de Mauricio Macri en la Capital no es una tarea fácil precisamente. Esto es así porque el porteño medio en su gran mayoría -y la historia lo reconfirma cada vez más- carece de ideología. Se maneja con premisas muy distintas al resto del país porque no se siente parte del mismo. Su principal obsesión no pasa por lo político sino por sus intereses personales y de clase. Sólo se moviliza cuando peligra su bolsillo. Para muestra están las ruidosas cacerolas de teflón cuando le “acorralaron” sus ahorros, a dúo y a contracanto del “que se vayan todos”, allá por el 2001-2. Por lo tanto, -haciendo las salvedades del caso- no se lo puede analizar con los parámetros que requiere esa ciencia social.
Al porteño de clase media alta no le interesan las políticas sociales de inclusión y/o redistribución de la riqueza, y mucho menos el ascenso de las clases bajas a mejores niveles de vida. No le preocupa en absoluto el actual estado calamitoso de los Hospitales, de las Escuelas, la quita de las Becas, los servicios y todo lo que huela a “público”; él prefiere lo personalizado, porque tiene prepaga, sus hijos van a “una privada” y eso da status. Las carencias de la zona Sur le resbalan, vive en el Norte frívolo. Como tiene coche, el transporte público le es ajeno. Está en contra de la política de Derechos Humanos por efecto transitivo de sus referentes obligados: Grondona, Lanata, Eliaschev, Leuco, Morales Solá, Nelson Castro, Clarín, La Nación, etc. Ni hablar de la Ley de Medios, porque se “informa” con TN. Es esencialmente antiperonista; todo lo que signifique “pueblo” lo asocia con vulgo o “la negrada”, y le causa escozor porque inconscientemente reniega de sus orígenes, en su mayoría proveniente de aquellos “cabecitas negras” que durante el primer y segundo gobierno de Perón irrumpieron en Buenos Aires y gracias a las políticas sociales devinieron en clase media.
Como buen individualista e insolidario, su ambición de “progresar” y de figurar lo lleva a una devota admiración a las clases altas y pudientes -lo demostró en el conflicto sojero-. Siempre se ha mirado en el espejo de arriba e íntimamente alberga la esperanza de pertenecer, de ser aceptado en esas alturas, de salir del anonimato, de ser alguien, aunque más no sea un poco en el entramado de esa elite exclusiva de "ricos y famosos" que desde siempre lo ha seducido.
De allí su inocultable cholulismo a figuras de la TV a las que ha hecho ídolos, llámense Mirtha Legrand, Susana Jiménez, Tinelli y otros hiper mediáticos con quienes se ve plenamente identificado. En general es xenófobo, rascista y discriminador, -basta escuchar a los taxistas de la Capital para comprobarlo- y en ese sentido se siente fielmente representado por “Mauricio”. Además, éste es rubio de ojos celestes, rico, tiene una bella tercera esposa, lo banca Clarín y es la vedette de la revista Gente. Por eso lo votan, sabiendo que está procesado por espía, por asociación ilícita y por contrabando. Que por sus tropiezos silábicos no pueda hilvanar una frase, que ha demostrado que es inepto para todo, menos para mentir. Que no cumplió una sola promesa, -de 40.000 casas sólo hizo 17- en la ciudad más rica del país, que gaste más en publicidad personal que en presupuesto para salud y escuelas, que haga negociados con el Grupo Clarín, o que haya creado una policía sólo para hacer espionaje y un “Grupo de Tareas” -Ucep-, para moler a palos a todo indigente que encuentren en la calle. Ahí se desenmascara la mueca represora y racista de la derecha que representa. Macri es un gerente que detesta la política, pero tiene los grandes grupos mediáticos que la hacen por él. Que hoy aparezca como la figura opositora más potente, habla más de la mediocridad de los otros opositores que de méritos propios.
Sus “vecinos”, pertenecen a una franja social de conducta imprevisible y compleja: apólogos de la “mano dura”, la represión y el “orden”. Algunos con rasgos fascistoides o esquizofrénicos. A juzgar por esos síntomas, más la ostentosa sobredosis de autoestima con que habitualmente se desenvuelven, que llevan incorporado un verdadero compendio de patologías psíquicas... y lo corrobora el hecho de que Buenos Aires es la única ciudad cuyos habitantes van más al analista que en cualquier otra parte del mundo, donde esa terapia prácticamente no existe.
Para más abundar, varias encuestas recientes aseguran que el 50% de los que apoyaron a Macri votarán a Cristina en octubre. Esto que suena a un verdadero dislate y fuera de todo raciocinio por la descomunal antítesis entre ambos candidatos, sólo es posible en electores con trastornos de personalidad, superficiales, con un altísimo nivel de despolitización, o que banalizan la política.
Esa patología se dio siempre a través de la historia, y para ello no tenemos más que mirar los inicios fundacionales de la Patria. Fueron el puerto de Buenos Aires y su sociedad los que traicionaron la Revolución de Mayo y, de no haber sido por las heroicas desobediencias de Belgrano y San Martín, hubieran terminado con el sueño criollo de libertad e independencia. Más acá lo mismo hicieron con Irigoyen, Perón, Alfonsín y desde el 2003 hasta hoy, también han estado en contra del proyecto nacional y popular.
Imposturas de una ciudad que es una máscara, berretines de una clase media que se inmola en el altar de la figuración, mientras la orgullosa “Reina del Plata” clama: ¡Cuándo aprenderán a elegir estos tilingos!
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Hace 18 minutos
3 comentarios:
Muy bueno el Blog y muchas gracias por incluir la nota.
Un abrazo.
Delsio
De nada, Delsio! Avise cuando tenga otro. Muchas voces!
muy bueno, es la pura realidad que vivo todos los días acá en recoleta.
Saludos
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