Joaco, hoy en La Nación: "Dicen que prefiere cada vez más la soledad. Pocos funcionarios tienen
acceso permanente a la Presidenta. Carlos Zannini, Axel Kicillof y
Guillermo Moreno. No hay muchos más. Su paciencia es crecientemente
corta. El gabinete teme a los arrebatos de Cristina. Algunos
funcionarios entran a su despacho, cuando entran, con un incontrolable
temblor en las piernas. Varios ministros quisieran renunciar a tiempo,
antes de una descortés despedida. ¿Julio De Vido? ¿Nilda Garré? ¿Carlos
Tomada? No pueden. La jefa ya les aclaró que sólo ella decidirá el día y
la hora del final de sus carreras políticas. Los cansados obedecen; la
represalia podría ser peor que la angustia de la permanencia.
La Presidenta depositó parte de la confianza económica en un viejo
peronista, Moreno, cuya modernidad son los años de Gelbard de hace
cuatro décadas. Otra parte fue para Kicillof, integrante de ese
camporismo que ella mete a presión en todas las covachas del Estado. Uno
expresa el autoritarismo del primer peronismo y el otro representa, de
algún modo, a la vanguardia iluminada de los años 70. Los peores errores
del peronismo, que son, a su vez, la síntesis del cristinismo.
La mecánica ludópata del todo o nada incluye al crucial 7-D, pero no
sólo a ese día ni al Grupo Clarín. Su obsesión con ese multimedio ya
llevó a la Presidenta a recusar a un juez tras de otro y a enviar al
Senado una lista impresentable de jueces subrogantes, algunos con más
prontuarios que antecedentes. O habrá jueces kirchneristas o no habrá
jueces".
Edu, hoy en Clarín: "El ex presidente estimaba insustituible al peronismo, en casi todas
sus versiones. Entre otros motivos, porque siempre transitó desde
adentro esa maquinaria de poder amañada, contradictoria y popular. La
Presidenta caminó en su carrera con menos compromiso, a veces como privilegiada espectadora. La historia y la vida la impulsaron a un sitial inesperado, donde
supone que con voluntad y poder se puede todo. No desea peronismo: desea
un impreciso progresismo. Recoge en su matriz autoritaria algo
de la épica que creyó descubrir en el peronismo inaugural de los 50. En
la entronización de La Cámpora y de Unidos y Organizados podrían
advertirse retazos pretendidamente vanguardistas de los trágicos 70.
Cristina
también conservó de su marido la manía ejecutora de que todo debe girar
en torno a ella. Incluso esa tendencia parece haberse acentuado hasta
fronteras patológicas. En esa similitud del matrimonio hubo una
diferencia: Kirchner siempre tuvo a mano un abanico de consultas, aunque
resolvía a su antojo; Cristina gobierna ensimismada.
Se
refleja en sus discursos en los cuales, indefectiblemente, refiere sólo a
ella misma. Habla con no más de tres a cuatro funcionarios: Carlos
Zannini, Axel Kicillof y Guillermo Moreno disponen de ese honor.
Las energías parecen depositadas en otra cosa.
En dominar por completo al Poder Judicial. El oficialismo pretende imponer una jueza K en el Consejo de la
Magistratura. Recusa a magistrados de primera instancia y de Cámaras.
Tramita en el Congreso el per saltum para empujar contra la pared a la
Corte Suprema. Un plan que persigue un solo objetivo: la ley de medios
para condicionar al periodismo, en especial a Clarín, que no le
responde. La clave es el artículo 161, bajo una medida cautelar, que
promueve la desinversión. Suena casi a un contrasentido con las
necesidades de la época. No es el único. El Gobierno autofijó una fecha,
el 7 de diciembre, para terminar con la batalla judicial. Como si
después de ese día naciera, tal vez, otro planeta u otra civilización".
Otras clases de dictado, aquí y aquí
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