lunes, 6 de agosto de 2012
Nosotros somos (los) buenos
Canto de los estigmatizados por culpa de una loca carrera por el rating contra un concurso de canto. Declaración de los de Jujuy que no son entendidos "allá en Buenos Aires", según se le escapó al showman. Plegaria que recuerda la advertencia de otro excluido en otros lares, que para siempre nos recordará que el oprimido será el estigmatizado por el Poder, vehiculizado por sus brazos culturales, esos medios desesperados porque el fin de año los arrincona contra un espejo que los exhibe desbocados, hirientes, gratuitamente ofensivos y enceguecidos como político opositor que sueña que con una operación mediático-empresarial podrá ganar las elecciones en su propio pago. Música para los oídos que quieren escuchar el testimonio de los azotados que ahora se organizan y se unen contra la Patria Contratista y hacen sus propios barrios. Digna reivindicación de no querer cagarse de hambre con los socios del jefe del showman, extraño que baja de la ciudad de las luces, con sacón verde esmeralda y le llama la atención el mameluco color Tierra. Himno de los que tienen poco a mano ante el que injuria con todo para seguir estando en la arena de la TV, ése que sólo aparece por sus lugares para presentarlos como violentos y corruptos, en el marco de un "Relato del relato" que retrocede ante lo genuino y de verdad valiente (valiente por necesidad de subsistencia ancestral). Romanza que recupera los códigos de esos espacios y esas prácticas propias de los más débiles, en vez de un aplauso cerrado ante el charlatán de cualquier Coloquio o Cónclave aglutinador de empleados de la exclusión ya sin discurso y posibilidad de retorno. Cántico generoso que invita a sumarse, que pone la otra mejilla ante el golpe artero en búsqueda de una medición porteña que Ibope minutos después mostrará que se desmorona ante el derrape de usar un incidente como pretexto para desnaturalizar y deslegitimar todo. Hidalguía ante los artilugios lingüísticos del que va desde otra cultura y quiere observar lo local desde sus propias categorías, la mayoría manchadas con aquel enceguecimiento, hasta el extremo de espetarles un Hitler y el adoctrinamiento dictatorial. Orgullo de mostrar lo hecho, bien, cansados de esperar por siglos, mientras cerca el ingenio los desaparecía. "Nadie investiga a las empresas", reclama Milagro y el showman calla, empleado de una de las más grandes del país, socia de aquellos represores y los actuales políticos, escondidos cual Moralito y sus hoteles. Ese réquiem que sonaba mientras la charla se desarrollaba adentro reclama publicar la causa de enriquecimiento ilícito contra el informante del informe del showman, empleado ineficaz del Grupo todos estos años de Grupo A y especialista en shows para el canal de noticias cuando entra al aire desde alguna comisión del Congreso. "Mujer de poder", luego dirá en su programa y escribirán en su diario para tratar de tiznar el acto humilde de pedir perdón ante el mal accionar de su gente, cansados de que los usen como relleno de manipulaciones que los presentan como los malos de una historia que nunca los reconoció como sujetos de derechos y hacedores de su propio presente y futuro. Hábil con la lengua y los efectos de lluvia al final de la grabación, el showman de "allá de Buenos Aires" tratará de presentar el hecho como siempre: acontextualizado, apolítico, acultural, apartidario: dueño de un esterilización que sólo pueda subrayar el golpe bajo como forma de que su programa no perfore el piso de 10 puntos de rating (medido "allá en Buenos Aires"). Su público, virgen e inocente, luego hablará de Bolivia y el color de piel, blancos y de la ciudad, ávidos de autosatisfacerse con la ilusión de que todo lo que sea K es malo y feo, sucio y ladrón, a tal punto de digerirse que en ese programa objetivo e independiente sólo se narren denuncias más o menos efectistas sobre el adversario del jefe del showman (y dispense un chistecito ante el enriquecimiento del Golden Boy), que llega a atacar a un colega suyo todo porque éste se anima a denunciar a su jefa, la Ernestina radiante estafadora de jubilados. Colega ex empleado de él, al cual dejó en la calle en una de sus tantas aventuras ególatras que pone en peligro a los demás y que ahora quiere denostar por hacer lo mismo de lo cual el showman se ufana: investigar al poder. La semblanza jujeña también le recuerda que el gobierno no es el único Poder, sólo el más visible, característica a la cual todavía no se acostumbran sus pagadores de hoy, sus enemigos empresariales acérrimos de ayer. Especialista en criticar el Relato (como antónimo de Realidad), el showman y su conveniente edición son desnudados viendo los videos de la Tupac, mientras sus reivindicados siguen cantando afuera, dueños de banderas que no soltarán, por más operetas baratas de desprestigio e infamas, porque por fin son de ellos, los más débiles, los desfallecidos de la Tierra, color y calor popular lejano a directivos y canales que no les basta una elección nacional para pedir disculpas como Milagro. Perversos de la mentira y la burla, con tal de defender sus intereses que todavía esconden. Es falta de osadía lo que le muestran los que celebran tarareando que nada tienen para esconder. Sólo piden respeto y reconocimiento. Y nos hacen cantar y hacer palmas desde la distancia espacial, no como cuando replicamos tontamente prácticas propias de la cancha en el living de una casa confortable, sino cuando no hay dudas sobre quiénes son los buenos, ante los que no les gustan las divisiones y viven discriminando. Es un nosotros que llama a sumarse, a incluirse, sabedor de que semejante logro es lo mejor que le puede pasar a un par. Es un común ante el Otro, los secuaces de ese opresor que el negro Malcolm delató hace rato.
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