Desde hace un año, el ex colaboracionista de la Dictadura amenaza a la sociedad con que si no hace que el gobierno kirchnerista deje de criticar a los periodistas que como él mienten y tergiversan la información seguramente va a haber un muerto que lamentar.
El año pasado, luego de que su cara con los de sus colegas integrantes de la Cadena Nacional de la Gente Linda fuera escrachada ante tanta mentira diaria, Joaquín encabezó una delegación que se presentó en la dependencia de los grandes medios en la que su empleada, Silvana Giúdici, transformó la Comisión de Libertad de Expresión del Congreso Nacional. Ahí, Joaquín le hablaba a la nada misma: "Si nos quieren callar, no lo van a logar. Aún cuando esta lamentable saga tenga que terminar con un muerto, si así el gobierno lo decide".
Un año después, la espada clarinista en el Congreso fue votada en Capital Federal sólo por el 2% de los porteños y terminará sin pena ni gloria su mandato como diputada nacional. Una año después, ningún canal ni radio se ha cerrado. Al contrario, cada día florecen más señales en todo el país para agregar pluralidad a lo que hasta no hace mucho tiempo era un espectro dominado por la monopólica mirada de los Morales Solá y Cía.
Hoy, en su editorial, que no sale del congelamiento que le provocó el triunfo del gobierno ante el cual él ha entregado la mayor parte de su credibilidad -hasta prometer en 2008 que el kirchnerismo había llegado a su fin-, insiste en esta línea mortal, ese estadio que tanto ansía para terminar de victimizarse y tratar de sostener la idea de que el país está siendo gobernado por una dictadura que recorta las voces independientes.
Cynthia, también hoy, define este proceder -que sería insostenible para un profesional sensato pero que se permite sólo en empresas que poseen demasiados intereses que cubrir- como sensacionalismo político: "Así como llegó a la televisión el infotainment, esa mezcla de información y entretenimiento, espectacularizando las noticias, en la gráfica ya estamos en condiciones de darle la bienvenida a este “sensacionalismo político” que persigue como objetivo construir hegemonía gobernando las emociones de la sociedad, entendida como una gran audiencia. Apropiarse ya no sólo del “sentido común”, sino de las “sensaciones comunes” en torno de un hecho.
El propio Joaquín Morales Solá, el hombre con poder de censura durante la última dictadura en el diario Clarín, escribió en la tapa del diario La Nación, el miércoles pasado: “El problema de la oposición es que creyó en la teoría de que el kirchnerismo era un ciclo terminado”, sin reconocer que él mismo había sido autor de esa teoría y así lo había escrito el 28 de diciembre de 2008, también en La Nación, cito textual: “El kirchnerismo, como ciclo político histórico está terminado.” Claro, ante la evidencia del amplio apoyo de la mayoría a Cristina Fernández en las PASO, mejor dar marcha atrás, no importa si es llevándose puesta a la propia realidad. Lo que hizo Morales Solá fue algo así como decir “el problema no es mío por escribir análisis errados, el problema es de la oposición por creerme”. En un punto tiene razón, pero estimo que además de escribirle a la “oposición”, les escribe a sus lectores. O eso debiera. Y debiera por ende respetarlos, tal vez si se equivocó corregirlo o por lo menos hacerse cargo. Cuando señalé este alto grado de esquizofrenia, en el programa radial Tinta Roja, de Radio Nacional, diciendo que si tuviéramos un termómetro para medir los niveles de cinismo, contradicción e hipocresía de algunos de los columnistas políticos de La Nación y Clarín estallaría porque no los podría medir, Beatriz Sarlo se molestó. Tal vez porque ella misma ha errado otros análisis, como aquel en el que sostuvo que el Bicentenario pasaría “sin que nos demos cuenta”, y poco después millones de personas le dieron un baño de realidad único al inundar las calles para festejarlo durante varios días seguidos. Tal vez sea la hora de llamarse a una reflexión menos sesgada por los sentimientos, menos atravesada por el sensacionalismo político, reconociendo que han perdido el timing, que ya no saben cuál es la verdadera temperatura de ese corazón que late y no encuentran, que algunos llaman pueblo, más acorde a la realidad, a la búsqueda de verdad, aun cuando sea contraria a los intereses de las clases a las que creen pertenecer, los representa o simplemente los emplea. No es necesario tampoco enojarse, con hacerse cargo alcanza".
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