"Ay, Patria del país “tuerto”, al que solamente avergüenzan los muertos de la dictadura: Patria de “los izquierdos humanos”. Patria con madres y abuelas que heroicamente recuperaron 115 nietos de la “ley de la nocturnidad”, y otras que se afanaron “los sueños compartidos” o “repartidos” -“Poderoso caballero es Don Dinero”", se lee en el diario del procesado por delitos de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar.
Por otro lado, James Neilson, en revista Noticias, recurre por enésima vez a la falacia de la "memoria selectiva": "¿Es que, por fin, los derechos humanos se han despolitizado, que una mayoría abrumadora ha dejado de subordinarlos a la militancia a favor o en contra de alguna que otra bandería ideológica?
En este caso, parecería que sí. Por cierto, a pocos les interesan demasiado las ideas o, si se prefiere, los ideales de Laura Carlotto, la madre de Ignacio Hurban/Guido Montoya o Carlotto, una chica de Montoneros que cayó en manos de los militares que, luego de matarla, entregaron al bebé en adopción.
Los movimientos supuestamente comprometidos con los derechos humanos se aferran a “la memoria” selectiva; reivindican, aunque solo fuera por omisión, el derecho de Montoneros a secuestrar, cometer atentados o asesinar a quienes no compartían sus puntos de vista".
Neilson es uno más de los que experimentan el caso del nieto de Estela de Carlotto como un punto de consenso social que permite sortear la trampa de la grieta, artificio discursivo-político de aquellos sectores que no se sienten cómodos con tales consensos (que luego retóricamente reclaman). Neilson llega a recurrir a asegurar que es mejor imitar el olvido europeo, para luego exponer su deseo de que el trabajo de las organizaciones de protección de los derechos humanos sean apenas arrebatos individuales, no una política de Estado (que habitualmente y retóricamente reclama): "La obsesión con la etapa más trágica del pasado nacional reciente ha contribuido a frenar el desarrollo de la cultura política del país al impedirle distanciarse de los años setenta. El contraste con Europa es llamativo. Aunque la Segunda Guerra Mundial fue incomparablemente más traumática que la “guerra sucia” argentina, a tres décadas de su conclusión los dirigentes e intelectuales más prestigiosos ya la habían consignado a la historia por comprender que sería peor que inútil continuar reabriendo viejas heridas. Tratan el holocausto, las matanzas indiscriminadas, las represalias brutales y la incineración de grandes ciudades como advertencias de lo que puede ocurrir cuando demasiados se dejan fascinar por ideologías despiadadas.
Otro motivo de preocupación es que casi todas las agrupaciones que se afirman defensoras de los derechos humanos se ven dominadas por familiares de los desaparecidos o muertos en enfrentamientos. A muchos les parece perfectamente natural que sea así. En cierto sentido, lo es, ya que desde hace milenios han sido los padres, madres, hermanos o hijos de los caídos en conflictos los que han reclamado justicia o venganza con más fervor. Pero privilegiar hasta tal punto los lazos familiares o de amistad es una característica de sociedades atrasadas en que solo a los muy ingenuos se les ocurriría confiar en las instituciones. En una sociedad más avanzada, “la lucha” no suele ser personal porque se ha consolidado un consenso muy amplio a favor del respeto por la ley y por normas que son consideradas propias de países civilizados".
En este marco, no deja de llamar la atención que un siempre esforzado equilibrista como Claudio Fantini, columnista de Noticias, La Voz del Interior, Radio Mitre Córdoba y Canal 12 de Córdoba (Clarín) se deje encerrar también por la trampa de la grieta y la transforme en un muro, proceso durante el cual debe admitir que a él le cuesta hablar de política con sus familiares: "En la Argentina de hoy, no tenemos una grieta, tenemos un pared, un muro, en las reuniones de amigos, en la familia, no se puede hablar de política, se hace silencio, si no podemos hablar de política, estamos mal".
"La cuestión fundamental se da en el campo de cultura, lo más importante cuando uno va al médico, es que diagnostique bien, si hay mal diagnóstico, por más que el cirujano sea el mejor, el paciente se muere. En el caso de la Argentina, la oposición tardó demasiado en entender que el kirchnerismo propone una batalla cultural, esencialmente en la cultura política que nos lleva hoy al silencio, nuestro país ha salido de distintas crisis, pero de las divisiones políticas no se sale rápido, sin dolor, tarda mucho en cicatrizar, de una grieta se sale, de un muro no. En esa fractura social se acumula veneno. Los argentinos estamos envenenados, de uno y otro lado, sin temor de insultarnos con indignidad, como si todo fuera natural, vivimos en una sociedad violenta, en todos los aspectos, donde ejecutamos a huevazos, los panelistas se pelean entre sí, se interrumpen, no hay límites", opina, evidenciando la incomodidad de sectores conservadores a la hora de admitir los nuevos consensos sociales.
Quizás deban animarse a agarrar el pico y emprenderla contra sus muros, con la música y la palabra de Ignacio... (desde el minuto 15 del video).
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