Y elogia a Mauricio, como siempre.
"En un clima crecientemente preelectoral, la agenda política es poco menos que inexorable. Y lo será cada vez más. Las piezas se mueven con celeridad y los campos se van delineando, como una imagen inicialmente borrosa cuya nitidez aumenta a medida que pasan las horas. El “damero” político nacional ya parece una pizza cortada en cuatro grandes pedazos: el oficialismo, un neoperonismo extraviado del kirchnerismo, el macrismo, y el sugerente centro izquierda.
En el caso del agrupamiento de dirigentes nucleado en torno de Sergio Massa, su propio nombre lo define y le marca sus limitaciones. El massismo, que hace pocos meses parecía llevarse por delante la agenda política nacional, exhibe ya claros síntomas de fatiga prematura. Sentado sólo de manera virtual a una silla de diputado nacional (una más entre 257), Sergio Massa es hoy el principal sufriente de una combinación de factores que le resultan adversos. La aparición del Frente Unen es apenas uno de ellos. Sin embargo, Massa parecía comerse crudo al país político cuando despuntaba la última Navidad, en medio de una horrenda ola de calor. Las cosas han cambiado feamente desde entonces para quien no es, por ahora, nada más que el hombre fuerte de Tigre y la cabeza de un puñado de líderes municipales bonaerenses.
No es novedad que la Argentina cambia rápido y mucho. Seis meses atrás, Massa picó en punta ante una oposición no peronista deshilachada y opaca. Primer aliado de hecho del massismo fue en ese momento un atolondrado oficialismo nacional que al empezar el año parecía nocaut. Eso mutó. El kirchnerismo, aun a pesar de sus gazapos y una muchedumbre de errores no forzados, ha ido saliendo del tembladeral financiero previo y posterior a la fornida devaluación de inicios de 2014.
Se han ido acomodando los tantos preelectorales. Cristina Kirchner va elaborando la pérdida. Sabe que el 10 de diciembre de 2015 es inexorable. Pero en el kirchnerismo pululan los pretendientes. Daniel Scioli, Florencio Randazzo, Sergio Urribarri y Julián Domínguez son los notorios, pero quizás no los únicos. Escenario aun más tenebroso para Massa, Mauricio Macri vive y goza de buena salud política. En el Frente Unen, que ni siquiera gatea pero ya abrió los ojos, sobran los aspirantes (cinco por lo menos) para atender en la Casa Rosada.
Si a fines de 2013, Massa era el rey de una estepa política barrida por la desolación, la foto cambió y a él ya no lo aguardan todas las mañanas noticias tan buenas, tan frecuentes y tan rutilantes. La política del tigrense ha sido hasta ahora de un “marquetinismo” tan desprejuiciado como asombroso. Pertrechó su ambulancia y salió a recorrer campos de batalla no muy extensos, subiendo a bordo a quienes se sintieran beatificados por su semi sonrisa de dientes blancos. Aprendiz aventajado de la doctrina inapelable del pragmatismo kirchnerista, Massa sólo juega cuando tiene aseguradas las bases. En sus aledaños hay quienes le ruegan mayor coraje intelectual con los medios, pero el hombre no cede. Sólo concede entrevistas periodísticas cuando cuenta con la semiplena garantía de que no la va a pasar muy mal. Es rehén de su propia y problemática ecuación: hombre que quiere ser asociado con una “renovación”, su oído político escucha preferentemente consejos de sempiternos intermediarios de poderes ajenos, como por ejemplo Alberto Fernández, un hombre en el que el despecho por haber sido expulsado del sancta sanctorum K es una herida abierta que lo convierte en vengador poco anónimo.
Venía siendo eficaz Massa, empero, en la tarea poco elegante y bastante rústica de amontonar porotos territoriales, sin mayores exigencias ni condiciones, salvo aceptar su jefatura total. Maneja 20 senadores (Hernán Albisu, Baldomero Álvarez de Olivera, Malena Baro, Roque Cariglino, Carlos Coll Areco, Roberto Costa, Jorge D´Onofrio, Lorena Ferraro Medina, Sebastián Galmarini, Leonor Granados, Patricio Hogan, Diana Larraburu, Fernando Moreira, José Pallares, Gabriel Pampin, Patricia Segovia, Roberto Sorchilli, Carolina Szelagowski, Alejandro Urdampilleta, Héctor Vitale) y 23 diputados (Mónica López, Ramiro Gutiérrez, María E. Torresi, Carlos Acuña, Verónica Couly, Raúl Pérez, Patricia Rocca, Julio Garro, Franco Caviglia, Jorge Scipioni, Walter Carusso, Roberto Filpo, Valeria Arata, Pedro Simonini, Marcelo Di Pascuale, Juan C. Piriz, Nancy Monzón, Jorge Solmi, Ricardo Lissalde y Rubén Eslaiman) en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. En el Congreso Nacional, al que Massa casi nunca va, su grupo suma 16 diputados (Darío Giustozzi, Mirta Tundis, Felipe Solá, José Ignacio de Mendiguren, Soledad Martínez, Adrián Pérez, Sandro Guzmán, María A. Ehcosor, Gilberto Alegre, Héctor Daer, Gladys González, Christian Gribaudo, Marcelo D’Alessandro, María L. Schwindt y Eduardo Fabiani, además de él). Sin embargo, lo que lucía como una aplanadora hace cuatro meses, hoy transita terrenos pedregosos y mucho más complejos.
El carácter supuestamente renovador del massismo se dirimirá en la pugna dentro de la provincia de Buenos Aires, donde su tropa exhibe el gen peronista de muchos de sus aliados de apellido inconfundiblemente justicialista. La perspectiva del intendente Gustavo Posse de San Isidro como alternativa a Darío Giustozzi ofrece dilemas espinosos para el massismo, sobre todo considerando que en las próximas semanas y meses se irá definiendo y elevando el perfil competitivo del macrismo y del Frente Unen, que vienen de menos a más. El traspié medio embarazoso de Massa esta semana, cuando su aparato mediático filtró que la intendente radical de Resistencia, Chaco, se había pasado a sus filas (algo que ella desmintió taxativamente), revela las limitaciones insalvables de una estrategia muy taquillera pero pedestre, consistente en sumar todo lo que se pueda, sin mayores escrúpulos ideológicos o al menos políticos. El caso de Raúl Othacehe es simbólico hasta el colmo: ¿cómo meter junto a él a personas provenientes del radicalismo u otras fuerzas democráticas? Es que el massismo se ha ido configurando con una cuota de transversalidad u heterodoxia no superada por una postura programática integral que se haga cargo de la herencia que dejan los años kirchneristas, con los cuales muchos de los cuadros de Massa, incluso y sobre todo él mismo, estuvieron inextricablemente ligados.
El bajo peso específico programático del massismo se encuadra en un contexto no demasiado alentador, porque el entero cuadro político nacional parece afectado de similares flaquezas. En el caso del macrismo, la experiencia de los siete años de gobierno en la ciudad de Buenos Aires es muy reveladora. El obsesivo empeño del Gobierno en “escracharla” como una gestión “de derecha” o “”neoliberal”, se ha mostrado como totalmente estéril. Votado por amplias y plebiscitarias mayorías porteñas (61% en 2007 y 64% en 2011), Macri escapa cómodamente a los rótulos ideologizantes y estigmatizadores de un país donde todavía tienen peso ciertos arcaísmos obsoletos. Ha sido pragmático pero también consistente en muchas de sus políticas, aún cuando su indigencia funcional se advierte en los módicos modos de ser y gobernar de varios de sus cuadros dirigentes. Pero el macrismo, inesperada y positivamente diferenciado de los peronismos anti cristinistas de matriz kirchnerista (Massa), revela peso específico hoy en otros distritos fuera de la Capital".
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martes, 29 de abril de 2014
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