jueves, 8 de noviembre de 2012
Sensaciones durante el #8N
Perdieron las elecciones cuando les habían prometido que CFK no llegaba ni al 30% e iba a ser derrotada fácilmente en segunda vuelta. Es duro volver de una promesa así no cumplida, rota a voto limpio. No les queda otra que ampararse en los medios que desgastan sin pudor para defender sus intereses corporativos, los mismos que les habían construido ese Relato, destrozado a voto limpio. No pudieron contenerse hasta 2013, menos hasta 2015, que necesitan expresar la bronca que les provoca que cada vez más gente elija con su voto a un gobierno que ven como autoritario, dictatorial, corrupto y desvergonzado, por decir algo. Son hijos y exponentes de la fuerte creencia privatista de que la política es para ladrones y que divide a la gente de bien, por eso les cuesta asumirse como un movimiento político. Odian cualquier representación partidaria como sinónimo de una independencia virginaria, si hasta eligieron vestirse mayormente de blanco, como el color que los une en la pureza de los buenos, en la honestidad platónica de los puros, esos que vienen a salvar a la República, una vez más. Como hicieron sus antecesores en otras época de la Patria. Sienten que la palabra Libertad los alberga, y los colores patrios son de ellos, al ritmo de carteles que lucen orgullosos el NO antes que cualquier propuesta superadora. La queja como arma antes que la idea ante la complejidad de lo social. Para ellos, la realidad es una sola y fácilmente inteligible si te manejás con la ética republicana, la que siempre eligió salvar al ser nacional de las garras del populacho. Son muchos y están orgullosos de ser tantos, aunque todavía no se animen a pedir la cabeza de la Presidenta. Saben que eso es ser golpista, a meses solamente de la pasada elección presidencial perdida. Es un equilibrio tenso entre la magnitud de la convocatoria (grande, imponente) y el vacío casi de proyectos alternativos con caudal electoral. Sin banderías partidarias, sienten, es más fácil. Es protestar y darle a la cacerola. Es escaparle a participar de un colectivo orgánico, estructurar plataformas, buscar apoyos entre los pares, presentarse en elecciones, ganar o perder. Es más rápido un Prende y Apaga a lo TN, un cruce que supere semejante proceso engorroso, además de los peligros que supone exponerse a la corrupción en ese largo camino. Protestar frente a las cámaras, sin una bandería partidaria ni referentes (porque ya no les quedan; fueron todos rechazados por ellos mismos en las pasadas elecciones) es más fácil. Si hasta la multiplicidad de demandas, cualquier cosa que se les ocurra vale, oficia como sinónimo de independencia; no como en 2008 que hubo una consigan (El Campo) que luego los defraudó (aún hoy, luego del triunfo del FpV en las Parejas, uno de los bastiones agrarios durante esa "gesta" patronal trunca). Son una multitud que no sabe bien qué quiere porque quiere todo lo que siente que cada vez más gente no quiere. Ante la sorpresa del rechazo, el chori y la coca y los planes descansar, más el menú lanatiano dominguero, ofician como galvanizadores de la queja por la queja misma, esa herramienta que sienten como propia y de extrema legitimidad, de la cual nadie los puede privar. Los globos propios de los actos partidarios, pero con colores patrios y consignas generalistas, más pancartas también íconos de esas concentraciones orgánicas son simples contradicciones del discurso espontaneísta e independentista, superadas fácilmente por las ansias de erigirse como actor social que interpele al kirchnerismo desde la inexorable vehiculización institucional. Son "gente" al frente, con los timoratos integrantes del Grupo A detrás, acostumbrados a ser fustigados por el gobierno nacional, más por (des)méritos propios antes que por simple fruición perversa K. Su nuevo hábitat son las redes sociales, un terreno limpio todavía de las bajezas y las transas corruptas del ámbito "real". Como si fuera un rápido mecanismo anti Relato K, pero a la inversa. Ya que lo real fue un duro golpe doble (14A y 23O de 2011), el refugio ahora son las redes, espacio construible desde un mayor control hasta personal. La vuelta ahora es a la calle, pero sin poder explicitar el verdadero motivo coyuntural: una fuerte derrota no esperada. Un escape hacia adelante sin simbologías que el kirchnerismo pueda deglutir sin mayores inconvenientes, desde lo discursivo y desde la acción práctica. Correrlo desde el ascetismo de la queja puntual, en un continuum sin final, que de antemano nunca será satisfecho por ningún gobierno, por lo que está asegurado protestar para siempre, como señal de no tener un gobierno a la altura de las circunstancias, deslegitimarlo para debilitarlo. El kirchnerismo siempre se mostró fuerte. La esperanza de hoy es que se debilite, para que sea permeable a sus demandas, aunque la principal sea sobre una probabilidad todavía de algo no anunciado (No a la Re-Re). Oposición más por el lado del ruego antes que solamente institucional y republicano. "Que no haya más kirchnerismo, de una vez por todas", es el deseo, que les prometieron para 2011. Ahora sólo quieren que se cumpla en 2015. La sucesión de planos y ángulos de lo que se preparó desde hace meses cumple con las expectativas y necesidades de una muchedumbre más apoyada en lo cuantitativo antes que en la efectivización de propuestas por ahora invisibles. Lo que se ve es oponerse, mientras ya preparan sus armas los que usufructuarán de esta gente en protesta. Personas entrenándose en los campos democráticos, con incoherencias y absurdos (como el que describía un movilero de TN al afirmar que estos ciudadanos salían a expresar que no podían expresarse), pero bienvenida gimnasia dentro de ese marco cada vez más sólido. El pedido de libertad se repite hasta en carteles en sí redundantes ("Libertad, libertad, libertad"), una que se entiende individual, el querer hacer lo que uno quiera. Estandarte del caro individualismo que desgasta cualquier emprendimiento colectivo de igualdad y equidad social. La meta es que el gobierno los deje tranquilos de hacer la suya aunque el común se desmembre como en otras época no tan lejanas, en las que las cacerolas no salían ante la entrega del país o la desaparición del par. La queja vuelve por la pantalla de tv, siempre regresa. Hasta esa que cae en el independentismo máximo de afirmar no ser ni K ni anti K. Ante esa (in)definición, la protesta caceroleante es la guarida descomprometida que se presenta como guardiana de la Patria. Mientras, el movilero de Canal 13 se regodea con la "enorme masa humana". Es que son muchísimos. Si hasta llevan carteles en favor del 82% móvil, justo cuando han sido convocados y organizados por una "dirigente" que les recortó el 13% a los jubilados. Pero ya escribimos: contradicciones de un devenir blanco de los puros que quieren todo como marca de un volver a apoderarse del país que siempre les perteneció. Ahora es de otros, impuros. Inmerecidamente de otros. Ahí está lo autoritario del kirchnerismo, como facilitador de ampliación de derechos e incorporación de otros colectivos sociales, siempre apartados, naturalmente excluidos. La nobleza pretendida de ciertas consignas (independencia de la justicia, basta de matar) recorre los vericuetos de la agenda mediática diaria, contenta con el número, pensando ya en el mañana cercano. ¿Y si CFK convoca a los caceroleros a la Casa Rosada? La previsible negación a lo Lilita es lo primero que se viene a la mente, ¿no? Pero, ¿cómo podría llevarse a cabo eso? ¿Quiénes irían? ¿Los administradores de los Me Gusta de Facebook? La duda choca con el canto del himno y los planos a las pancartas, escritas con el "Para todos y todas", sorna lanatista de rechazo a la igualdad y supremo exponente de creer que todo es mentira, desde los 6 pesos del Indek hasta la sensación de inseguridad de Anímal, pasando por el "No tenemos miedo", ejemplo de edición tendenciosa que cundió en el corazón cacerolero a pesar de todas las desmentidas. Inútiles: si enfrente hay una dictadura, lo enaltecedor es no tenerle miedo. Y las dictaduras por antonomasia son Venezuela y Cuba, mostradas con sus respectivos colores en un cartel sostenido con orgullo denuncista. Más allá todo se mezcla: "Quiero un billete de 500 pesos con la cara de Favaloro", se desubica un manifestante, fuera de tono, pero quizás exponiendo ese vale todo legítimo que se desliga de toda coordinación para quejarse y desahogarse. Parece ser un indicador de que este #8N puede operar más como una válvula de escape de tanta impotencia y frustración contenida antes que como escalón hacia una efectiva transformación de la praxis. Uno tipea y todo el discurso televisivo es sobre la cantidad, mayúscula, ya sabido y claro. Parece ser un tope del Relato Anti K. El número le juega en contra; sus demandas pasan a ser decorado, escenografía, antes que centro y concepción de algo nuevo. Excusas quizás de otros sentimientos alimentados desde la Historia, esos también sabidos y claros, aunque disimulados. Y la imagen de Blumberg en Olivos (Buenos Aires) remite a otras experiencias caceroleras en silencio y sus propuestas, instrumentadas en su mayoría por el gobierno kirchnerista de ese entonces. Sin efecto alguno sobre la problemática, quizás ahondándola; una de las más repetidas entre los carteles: la amada Inseguridad. Justo al lado de la ya entrañable "Basta de cadena nacional", todo musicalizado con cánticos en contra de Boudou y Moreno. La agenda lanatiana, omnipresente, pero que no deslegitima la protesta. Quizás sea el cotillón inherente a un movimiento en formación democrática; explorador decidido a experimentarse político, a pesar de su génesis y la censura de sus incentivadores. Los mismos que aprendieron a no ponerles el micrófono en el fragor de la caceroleada. "No le demos letra a 678", se proponían en la organización espontánea. Así pasan los minutos y languidece la robusta protesta, la multiplicada queja, la ausencia de propuesta, el vacío de representación institucional. Contradicción de máxima del movimiento cacerolero: la cobardía de sus referentes a mostrar la cara y hacerse cargo de sus reclamos. Sólo el descontento masivo no les devolverá el País que creen que es de ellos -cúmulo de políticas que sólo favorecían a sus intereses-, aunque las instancias electorales democráticas no les den la razón. No es reducir todo a un número (contraposición de "la mitad que mantiene a la otra vaga" o del ya clásico "A mí nadie me paga por venir acá"). Es recordar las reglas de convivencia de verdad democrática. Más fuertes mañana, luego de esta demostración de fuerza de los que no están de acuerdo. De los que todavía le buscan la vuelta al kirchnerismo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario