Mientras continúa la censura en Argentina contra voces independientes (que al tratarse del sector privado se denomina "reordenamiento de la grilla de programación", igual que en el caso Halperín, también en Mitre) y Fontevecchia vuelve a tratar de loca a la Yegua, algunas plumas siguen pensando en las cacerolas del 8N ("el gran acontecimiento de masas de las últimas décadas", se masturba Fidanza/Poliarquía) a pesar de que sus efectos se mezclan con los deseos voluntaristas (again. And again) de que por fin se haya acabado el kirchnerismo.
Stefanoni: "Notablemente, desde el mismo oficialismo que reivindica a los indignados
de España o Nueva York se reclama a los que protestan que si quieren
hacer política que construyan (o apoyen) un partido y ganen las
elecciones (¡lo mismo podría decir Rajoy!). También los acusan de
“antipolíticos” pretendiendo desconocer que las oportunidades políticas
para que un hasta entonces poco conocido gobernador del extremo sur
saltara al sillón presidencial salieron de un 2001 donde se gritaba “que
se vayan todos” y que fue la manifestación “antipolítica” más grande de
la historia argentina, si por antipolítica se entiende –en ese caso– el
rechazo a la elite política que había llevado al país al despeñadero...
por lo pronto, paradójicamente el kirchnerismo es un “populismo” sui
géneris –bastante clasemediero, como ha señalado Maristella Svampa– que
gana en votos pero suele perder la calle. Pasó en 2008 con la crisis del
campo y pasó el 8N. Y Cristina ya no tiene elecciones por ganar".
Fidanza: "¿Por qué un acontecimiento político tan importante adquiere carácter
contingente, pasajero? La sociología clásica acerca una respuesta: la
multitud constituye una corriente social, un fenómeno fuerte, pero
efímero, menos consistente que un hecho social institucionalizado. En
otros términos: la protesta masiva puede torcer la suerte de un
gobierno, pero no es idónea para promover un sistema político sólido, un
Poder Judicial independiente o una moneda estable".
Link: "El periodismo, no importa qué simpatía política abrace, está obligado a
decir lo que el poder no puede decir sobre sí mismo o sobre la sociedad
civil. Algunas de las dádivas que irritaban a algunos de los
manifestantes del 8 de noviembre pueden encuadrarse dentro de lo que se
llama clientelismo, pero otras, lamentablemente, son necesarias en
relación con personas que (por una multitud de factores) ya no podrán
integrarse nunca en ningún mercado laboral (entiéndase: en ninguno). El
poder no puede referirse objetivamente a esos sectores; el periodismo
debe hacerlo. Lo mismo puede decirse de la negativa gubernamental a
encarar una reforma impositiva que saque de los hombros de los sectores
medios y bajos la inverosímil presión de sostener al Estado (Anses,
impuesto a las ganancias, IVA, etc.)".
Olivera: "¿Cómo está?, se preguntan empresarios, legisladores, gobernadores y
sindicalistas. La curiosidad es política, aunque busque hurgar en el
mundo de la psiquis. De ahí que sea tan relevante, para todos ellos,
conocer el impacto de la protesta del 8 de noviembre. La propia cerrazón
del poder realimenta la incógnita. Pero parte de esta dirigencia,
principalmente los hombres de negocios, ha sacado una conclusión propia,
acaso apresurada, y de valor innegable para quien invierte: la última
marcha callejera sepultó por completo cualquier esperanza de reelección
presidencial.
Es curioso. La historia reciente del kirchnerismo se
define por la capacidad de recuperarse ante las crisis. Pero algunos
sondeos sociales y la sospecha de que la reactivación económica no será
tan significativa como imaginaban para un contexto de alta inflación han
convencido a varios de que esta vez todo será más arduo".
García: "En la batalla del 7D, para cerrar una nota con semejanzas históricas,
también priva reiterar un recuerdo: en el siglo pasado, los dos jefes
más populares de la política, Yirigoyen y Perón, creadores a su modo de
la clase media, se distinguieron por caminos diferentes para cautivar a
ese bloque social: uno por la mudez, el silencio, el retraimiento, la
falta de discursos –ni cuartillas pueden hacerse con los testimonios
públicos del radical–, mientras el otro privilegió la exagerada
utilización oral, la apelación constante a exhibirse en el balcón,
nutriente de enciclopedias personales con sus mensajes, casi un
charlatán si uno no se refiere a los contenidos. En esta parte del XXI, a
su vez, se repite por otras razones la distinción de otras dos partes
que a su modo seducen o sedujeron a la clase media: uno, Héctor
Magnetto, zar del Grupo Clarín, no puede hablar por una operación y, si
lo hace, se vuelve tortuosa la comprensión, está inhabilitado para la
aparición pública; mientras la otra, Cristina, star exclusiva de la
cadena oficial, se excede en las actuaciones y agobia con una
catilinaria que en honor a su narcisismo convierte en sagrada la palabra
y en histórico un simple buenos días".
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