La vertiginosa campaña electoral estaba a punto de terminar. A Kirchner le quedaba muy poco tiempo para seguir creciendo en la intención de voto. Era el miércoles 23 de abril y sólo tenía por delante una intervención televisiva esa misma noche y el acto de cierre de campaña, al día siguiente, en el Mercado Central, en La Matanza. El viernes ya empezaría la veda electoral.
La agenda de Kirchner en esas horas previas a las elecciones estaba desbordada. Yo le había pedido un off the record ya que quería tantear la verdadera perspectiva que tenía respecto de su suerte en las elecciones del domingo siguiente.
Finalmente, después de algunas idas u venidas, me dio cita para el atardecer de ese día fresco y nublado, en Constitución, cerca de Canal 13, donde participaría luego, junto al resto de los candidatos presidenciales, en el programa A Dos Voces, que conducían Gustavo Sylvestre y Marcelo Bonelli en la señal TN.
Pidió un té con miel., Era una infusión que tomaba habitualmente, pero esta vez -comenzó- quería cuidar mucho su garganta para estar con todo el potencial en el discurso del cierre de campaña.
Apenas comenzada la charla me dijo, como si fuera una confesión: "Sé que soy un muy mal candidato". De inmediato agregó: "Pero si gano voy a ser un buen presidente. Vas a ver...".
Le pregunté por qué estaba tan seguro. "Porque sé lo que hay que hacer", contestó. Volví a interrogarlo sobre qué era lo que había que hacer. Desarrolló con cierta amplitud líneas económicas, como acelerar el proceso de sustitución de importaciones para empezar a generar empleos; llegar al superávit en la balanza comercial y al superávit fiscal; mantener sin aumentos los precios de las tarifas de servicios públicos todo el tiempo que le fuese posible; volcar todos los recursos que pudiera a los más necesitados pero sin alterar el superávit fiscal que esperaba alcanzar, y varios ítem más. Pero lo que más me llamó la atención fue esta definición: "Voy a volver a darle valor a la política, que los políticos vuelvan a gobernar en vez de dejarle ese lugar a los gerentes del poder económico. Y para eso hay que enfrentar a las corporaciones". Me pareció demasiado para un país en el que las corporaciones se habían acostumbrado a incidir decisivamente desde 1976, salvo en alguna etapa del gobierno de Raúl Alfonsín.
Se lo veía tranquilo y confiado esa tarde, pero no estaba del todo seguro de entrar en el ballotage. Eran cinco los candidatos con chances (Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá, además de Menem, López Murphy y él) y el voto estaría muy atomizado y parejo.
Hizo un análisis de qué sectores de la población podrían votar a cada uno. Sabía que a él le tocaba una porción del sufragio de la gente con menos recursos económicos, que quizás compartiría con Menem y Rodríguez Saá. Pero para entrar en el ballotage (lo que implicaba de hecho consagrarse presidente porque todos sabían que quien tuviera que definir con el riojano le ganaba la segunda vuelta) necesitaba votos de otros sectores sociales. Hizo un silencio y mientras se levantaba para dar por terminada la charla, remató: "¿Sabés? Le tengo mucha fe a la clase media".
Si la fe mueve montañas, en este caso movió la voluntad de muchos votantes de clase media, indecisos hasta último momento entre sufragar a favor de Carrió o de Kirchner".
(Miguez, Daniel. Kirchner íntimo. Editorial Planeta. Buenos Aires. 2011. pp 75-77).
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