Sergio Rubin (Clarín -en la foto, junto a Bergoglio): "Inesperadamente, el Papa hizo el domingo una referencia a la violencia política en la Argentina de los 70 que promete levantar polvareda porque señaló un aspecto que no suele ser abordado.
Francisco admitió que hubo miembros de la Iglesia que empujaron a la lucha armada a jóvenes católicos en aquella convulsionada época.
Al referirse en un momento a la importancia del "buen manejo de la utopía" al transmitírsela a la juventud, Jorge Bergoglio señaló: "Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos en el caso de la Argentina podemos decir ¡Cuántos muchachos de la Acción, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años ‘70!".
El papel de la Iglesia durante la dictadura siempre estuvo en el tapete porque se le achaca haber tenido una posición débil ante las violaciones a los derechos humanos. Incluso algunos de sus miembros fueron acusados de complicidad con las violaciones a los derechos humanos.
El caso más grave fue el de algunos capellanes militares y policiales que ampararon torturas y asesinatos. De hecho, uno de ellos, Cristian Von Wernich, está preso. Todo ello llevó a dos pedidos de perdón de la Iglesia que, para muchos, fue tibio.
En cambio, menos abordado, fue el papel de algunos clérigos y dirigentes laicos en el surgimiento entre las filas católicas de miembros de grupos que optaron por la lucha armada.
De hecho, algunos prominentes miembros de Montoneros, provienen de una militancia católica. Aquella situación generó gran tensión en la Iglesia y, en algunos casos, una reacción opuesta que consistió en desalentar el compromiso social, licuar entidades como la Acción Católica y hasta mostrarse condescendientes con la dictadura militar.
El propio Bergoglio, siendo provincial de los jesuitas en el país entre 1973 y 1979 debió enfrentar en su comunidad esa tensión y procurar evitar una radicalización. Pero también protegió a quienes eran falsamente acusados por los militares de ser "guerrilleros" por actuar en las villas de emergencia".
Ceferino Reato (Perfil): "Jorge Mario Bergoglio atribuyó la conversión de tantos jóvenes católicos en guerrilleros a errores de conducción de la propia Iglesia Católica al señalar que hay que “saber manejar la utopía, o sea saber conducir” a los jóvenes.
El mensaje podría dar lugar a la autocrítica que la Iglesia Católica viene eludiendo sobre su responsabilidad en el surgimiento de la violencia guerrillera de los '70, que debería completarse con la autocrítica del respaldo que otros sectores eclesiásticos, conservadores e integristas, brindaron a la dictadura del general Jorge Rafael Videla y a la represión ilegal.
En mi último libro, ¡Viva la sangre!, dediqué un capítulo y medio a la influencia de sectores de la Iglesia en la formación de Montoneros, la guerrilla de origen peronista. Este libro está ambientado en Córdoba, un lugar clave para comprender la gran tragedia nacional de los setenta.
Entre otras cosas, Córdoba nos permite comprender de dónde surgieron los montoneros, uno de los dos grandes grupos guerrilleros de los '70. Mi conclusión fue que todos los primeros montoneros cordobeses habían sido, primero, militantes católicos. En otras palabras: Montoneros nació en las sacristías y en los colegios, las universidades, las residencias estudiantiles, los campamentos juveniles y las misiones de ayuda social organizadas por la Iglesia. Y eso ocurrió en todo el país.
Ésa fue la influencia de los sectores progresistas de la Iglesia. La responsabilidad de los sectores conservadores es más conocida y aparece con claridad en mi libro anterior, Disposición Final.
En conclusión, la Iglesia estuvo en los dos lados del mostrador de la violencia política. Uno de los signos de nuestra tragedia es que muchos militares y guerrilleros mataron creyendo que de esa manera cumplían con las enseñanzas de Cristo".
Ceferino Reato (Infobae): "En los montoneros cordobeses aparecen nítidas las tres matrices que caracterizaron a la guerrilla peronista: la Iglesia Católica, el nacionalismo y el Ejército a través de la formación en el Liceo Militar General Paz.
Varios de los cordobeses que fundaron Montoneros a nivel nacional y que debutaron con la toma de la localidad de La Calera, el 1° de julio de 1970, habían egresado de ese Liceo Militar y pertenecían a familias del patriciado cordobés, que se dividió frente a la irrupción del desafío armado de las guerrillas.
Es el caso de los Vélez, los Vaca Narvaja, los Roqué, los De Breuil.
Los primeros montoneros cordobeses reflejan la trayectoria típica de tantos jóvenes de buena posición social que, a partir de un compromiso católico, se fueron convenciendo de que la lucha armada era la única salida para terminar con “la violencia de arriba” —de “la oligarquía”, “el imperialismo” y sus aliados— y liberar a “los explotados”, a los sectores populares, que seguían teniendo una fe casi religiosa en Perón. Además, se hicieron peronistas, aunque, en realidad, fueron más bien evitistas: amaban a Eva Perón, la veneraban como una verdadera y perfecta revolucionaria, pero muchos dudaban sobre la ideología, la coherencia y la valentía de Perón.
Muchos sacerdotes estaban consustanciados con el Concilio Vaticano II, que entre 1962 y 1965 renovó y adaptó la Iglesia al mundo contemporáneo, aunque luego desató una puja interna entre las corrientes conservadoras y progresistas sobre cómo había que interpretar y aplicar todos esos cambios. Una de las figuras más carismáticas en la Córdoba de los sesenta fue monseñor Enrique Angelelli, que en 1968 fue nombrado obispo de La Rioja.
También los curas rebeldes se radicalizaron; fue en Córdoba donde nació el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, en los primeros días de marzo de 1968, con veintiún integrantes que representaban a trece diócesis. Los había inspirado un documento del año anterior firmado por dieciocho obispos del Tercer Mundo que expresaban su deseo de profundizar su compromiso con “los pueblos pobres y los pobres de los pueblos”; criticaba a sus opresores: “el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo”, y se “regocijaba al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de la moral de los profetas y del Evangelio”, en alusión al socialismo. Ningún obispo argentino firmó ese manifiesto, pero sí el brasileño Helder Cámara, cuyo deseo: “Ser voz de los que no tienen voz”, resumió el ideario religioso y político de los “tercermundistas”".
Y La Nación aprovecha nuevamente para pedir por sus genocidas encarcelados y enjuiciados...
"El historiador Luis Alberto Romero se hace eco de una grave preocupación que crece cada vez más. Una que, en su momento, exteriorizó también el constitucionalista Ricardo Gil Lavedra cuando nos advirtió con relación a la posibilidad de que, respecto de los juicios vinculados a delitos de lesa humanidad, no se hubieran respetado principios esenciales del debido proceso legal, como el de la exigencia de prueba fehaciente o el del beneficio de la duda y la presunción de inocencia. Se trataría de un hecho gravísimo que, además, debería en algún momento generar las responsabilidades consiguientes.
A todo eso se suma la designación arbitraria de jueces y fiscales en esas delicadas causas, al igual que la existencia de denuncias de manipulación de pruebas testimoniales y de otra naturaleza. No menos grave resulta la realmente escandalosa actuación de fiscales carentes de independencia e imparcialidad, en tanto que habrían actuado previamente como abogados de querellantes en las mismas causas en las que luego ellos mismos intervienen como fiscales, lo que es ciertamente inaceptable.
Luis Alberto Romero ha sostenido por ello, con mucha razón, que una condena judicial es legítima tan sólo cuando realmente existen y se han aportado pruebas que deban tenerse por fehacientes, más allá de toda duda razonable. Pareciera obvio, pero hace falta aclararlo, porque no siempre se actúa con ello en vista. De lo que se deriva que la eventual impunidad de algunos cuya culpa no pudo ser probada es en rigor un precio a pagar para sostener los principios esenciales sobre los que, en una democracia, se edifica siempre la administración de justicia.
Es necesario señalar que si, de pronto, existieran manipulaciones o maniobras irregulares en la sustanciación de las pruebas en ese tipo de causas, la responsabilidad de quienes las llevasen a cabo particularmente si ellos fueran o hubieran sido funcionarios del Estado sería inmensa, toda vez que habrían traicionado a la justicia, reemplazándola por la sed de revancha o venganza, lo que conformaría toda una enormidad, de ser efectivamente comprobado.
Debe añadirse a todo ello una preocupación creciente en este mismo capítulo de la actividad judicial: la que guarda relación con el abuso arbitrario del instituto de la prisión preventiva, así como con la negativa sistemática a permitir el recurso a la prisión domiciliaria para procesados que ya son evidentemente ancianos o están enfermos. Actitudes que, como sociedad y por todo lo que ellas implican, no podemos consentir".
martes, 4 de marzo de 2014
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