(...) Un informe reciente que compara el empleo en los Estados Unidos entre 1910 y 2000 nos da una idea clara (y añado, una repetida casi exactamente en el Reino Unido). A lo largo del siglo pasado, el número de trabajadores empleados como personal de servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola se ha desplomado de forma dramática. Al mismo tiempo, “profesionales, directivos, administrativos, comerciales, y trabajadores de servicios” se han triplicado, creciendo “de un cuarto a tres cuartos del empleo total”. En otras palabras, los trabajos productivos, justo como se predijo, han sido ampliamente automatizados (incluso si contamos a los trabajadores de la industria globalmente, incluyendo a las masas trabajadoras en la India y China, dichos trabajadores siguen sin estar cerca de ser el gran porcentaje de la población mundial que eran antes).
Pero en lugar de permitir una reducción
masiva de horas de trabajo que dejara libertad a la población mundial
para dedicarse a sus propios proyectos, hobbies, visiones e ideas, hemos
visto la inflación no tanto del sector “servicios” como del sector
administrativo, incluyendo la creación de nuevas industrias enteras como
la de los servicios financieros o el telemarketing, o la expansión sin
precedentes de sectores como el del derecho empresarial, la
administración educativa y sanitaria, los recursos humanos y las
relaciones públicas. Y estas cifras ni siquiera reflejan a todas
aquellas personas cuyo trabajo consiste en proporcionar soporte
administrativo, técnico o de seguridad para estas industrias, o, es más,
todo un sinfín de industrias secundarias (lavado de perros,
repartidores nocturnos de pizza), que sólo existen porque todo el mundo
pasa la mayoría de su tiempo trabajando en todo lo demás.
Estos son a los que yo propongo llamar “trabajos de mierda”.
La clase dirigente se ha dado cuenta de que una población feliz y
productiva con tiempo libre es un peligro mortal (piensa en lo que
comenzó a suceder cuando esto aún empezaba a acercarse en los 60). Y,
por otro lado, la sensación de que el trabajo es un valor moral en sí
mismo, y que cualquiera que no esté dispuesto a someterse a algún tipo
de intensa disciplina laboral durante la mayoría de sus horas de vigilia
no merece nada, es extraordinariamente conveniente para ellos.
No hace mucho volví a contactar con un amigo del colegio al que no veía
desde que tenía 12 años. Me sorprendió descubrir que, en este tiempo,
primero se había convertido en poeta y luego en el líder de una banda de
indie rock. Había oído algunas de sus canciones en la radio sin tener
ni idea de que el cantante era alguien a quien conocía. Él era
obviamente brillante, innovador, y su trabajo indudablemente había
alegrado y mejorado la vida de gente en todo el mundo. Sin embargo,
después de un par de discos sin éxito había perdido el contrato y,
plagado de deudas y con una hija recién nacida, terminó, como él mismo
dijo, “tomando la opción por defecto de mucha gente sin rumbo: la
facultad de derecho.” Ahora es un abogado empresarial que trabaja en una
destacada empresa de Nueva York. Él es el primero en admitir que su
trabajo no tiene absolutamente ningún sentido, no contribuye en nada al
mundo y, a su propio juicio, realmente no debería existir".
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