Ignacio Ramonet: "Hoy vemos que estos procesos cuando llegan al poder y cuando las políticas sociales se desarrollan encuentran una acogida popular que hasta el momento no ha sido desmentida. Ningún país donde un programa de progreso social haya sido defendido por un equipo político, hasta ahora ha sido derrotado democráticamente.
Hemos visto además que estos programas han sido llevados por líderes como el uruguayo Tabaré Vázquez y en Brasil por Lula da Silva. Fueron relevados por José Mujica y Dilma Rousseff, pero el pueblo ha seguido apoyando el proyecto.
Estos proyectos en ningún caso han sido rechazados democráticamente. Los únicos ejemplos de involución que tenemos son los casos donde ha habido una intervención no democrática. El caso de Honduras que no era un proceso semejante y sobre todo el caso de Paraguay.
Hay un consenso en América Latina para que este tipo de proyecto tenga una acogida importante y esto es muy interesante destacarlo. En la elección de ayer estaba en juego el proyecto de Chávez y la revolución bolivariana, pero por otra parte el candidato de la oposición que ha tendido un resultado muy honorable no hay presentado un modelo radicalmente hostil, que es probablemente el que quiera en su espíritu.
Sin embargo, Capriles ha presentado un modelo que él mismo ha definido como de centroizquierda. El mismo ha definido que las grandes realizaciones y logros de la revolución los continuaría. Ha definido a Lula como su modelo político y no a uno de derecha.
Quiero decir que hay como una victoria intelectual del modelo progresista latinoamericano en la medida en que hoy las oposiciones que mejor resultado obtienen son aquellas que no se definen como hostiles al modelo de desarrollo progresista, sino que se defienden también como progresista pero con una promesa de mayor eficacia o con una promesa de mayor eficiencia".
María Esperanza Casullo: "Por un tiempo, la ciencia política ha discutido si estos nuevos
populismos son “realmente” populismos o si el término debería reservarse
para los gobiernos de las décadas de la posguerra, del cual estos
gobiernos serían derivaciones. Sin embargo, los “nuevos populismos”
actuales ya son (sea cual fuere su destino en un par de años) más
exitosos que las experiencias de Getulio Vargas, Juan Velasco Alvarado o
Juan Domingo Perón en varios aspectos claves. Son más exitosos desde el
punto de vista de su capacidad de mantenerse en el poder: Hugo Chávez
lleva catorce años en el poder, lo cual lo hace el populista con más
tiempo en el gobierno, con la excepción de Vargas, y si contamos la
alternancia entre Néstor y Cristina Kirchner, el kirchnerismo está por
cumplir diez años de gobierno, con lo cual habrá gobernado por más
tiempo ininterrumpido que el mismo Perón. Han sido también exitosos en
su capacidad de sortear amenazas concretas y creíbles a su
gobernabilidad (Chávez vivió un intento de golpe de Estado; Evo Morales y
Rafael Correa sortearon crisis que incluyeron alzamientos armados y
podrían haber derivado en una salida del poder; Cristina Fernández de
Kirchner tuvo su propia “crisis de la 125”, la cual, si bien no puso
nunca en duda su permanencia en el Gobierno, resultó en un
vicepresidente que actuó como la principal figura de la oposición
durante el resto de su mandato), y han sido también más exitosos en
términos de combinar (relativa) estabilidad macroeconómica con
estabilidad política.
Algunos de los líderes de estos movimientos provienen de partidos o
movimientos que aunque originalmente rechazaban abiertamente a la
democracia liberal, la abrazaron luego. El caso más extremo, Hugo
Chávez, saltó a la vida política en 1992 cuando intentó realizar un
golpe de Estado en Venezuela (que era, hasta ese momento, el país con la sucesión
más larga de gobiernos constitucionales del subcontinente). Chávez pasó
varios años en la cárcel por ello y a su salida, luego de realizada su
autocrítica, anunció que a partir de ese momento sólo competiría
electoralmente. Por su parte, Evo Morales y su vicepresidente, Alvaro
García Linera, se desviaron de su trayectoria más radical (que incluía
una formación marxista) para volcarse decididamente a la vía electoral,
lo cual causó la escisión de una fracción del movimiento encabezada por
Felipe Quispe, que rechaza hasta hoy la “farsa” de la democracia
electoral. Los gobiernos de Chávez y Morales, sin embargo, como los de
Rafael Correa, el de los Kirchner (y también el del PT en Brasil, aunque
con una orientación no populista en su liderazgo), mostraron que la vía
democrática era un camino posible para la ampliación de las fronteras
de la ciudadanía y la integración de sectores como los indígenas, los
pobres urbanos, los obreros y los desempleados a la vida democrática. La
consolidación de la democracia en el subcontinente debe mucho a esta
decisión.
El fracaso del gobierno de Fernando Lugo en Paraguay y el hecho de que
Hugo Chávez enfrentó en estas elecciones a una oposición unificada y a
un candidato con buena imagen que, de hecho, redujeron su caudal
electoral a menos del 60% del total hablan de que estos gobiernos no son
imbatibles y que, en algún momento, el péndulo volverá a oscilar y se
producirá la natural alternancia. La pregunta no es, entonces, si estos
gobiernos culminarán alguna vez su ciclo, sino de qué manera lo harán.
Sería deseable que, como pasó en Venezuela, los partidos opositores se
comprometan con la vía electoral para buscar la alternancia".
Alfonso Reece: "Todo populismo es un caudillismo y hay una continuidad expresa de los
caudillismos del siglo XIX a los populismos de los siglos XX y XXI. Es
perfectamente posible ser simultáneamente “caudillo de la oligarquía” y
líder populista. Hay completa sindéresis en la reivindicación que
Cristina de Kirchner hace de Juan Manuel de Rosas. No se ha dado un
movimiento o partido orgánico de carácter populista en el que la
estructura pueda funcionar sin un líder fuerte. El caudillo es alguien
capaz de despertar emociones fuertes en las multitudes, de suscitar un
phatos. Su ideología es lo de menos, bandean del fascismo al comunismo.
Todo populismo se identifica como la solución más o menos
inmediata de los problemas de las mayorías más pobres.
Independientemente de su filiación ideológica, nunca proponen una
solución de largo plazo a los problemas de la gente, siempre sus medidas
coinciden en el favor de hoy, la casa barata, la obra puntual, empleo
para m’hijo... favores que se dan a cambio de adhesión y de militancia,
nunca a cambio de trabajo. Por eso el sistema funciona bien en tiempos
de bonanza, cuando hay fondos para regalar provenientes del petróleo, la
carne o la soya. Si las vacas enflaquecen suelen recurrir a la
solidaridad obligatoria, a hacer “que los ricos paguen”, pero esta es
una posibilidad limitada y peligrosa, porque otra condición del
populismo es la complacencia o la complicidad de las clases dominantes,
las que se deja enriquecer a cambio de silencio y de colaboración en
“negocios”. En el entramado emocional que sustentan estas corrientes hay
una adhesión filial a la figura paternal del jefe, masas infantiles en
busca de un padre alternativamente bravo y regalón, que reúne en sí toda
la fuerza y toda la bondad del proyecto.
Un populismo
consolidado desde el poder, con un líder vigente, provisto de fondos
suficientes, no es posible de derrotar en la América Latina de esta
década. No se hagan ilusiones. Están demasiado arraigadas en nuestra
idiosincrasia cultural la adicción al caudillismo, la concepción del
gobierno como dispensador de dádivas y las “sensaciones” como factor de
movilización".
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