viernes, 13 de marzo de 2020

Un fallido lockout agroempresarial, signado por la pelea entre "bases"

"El lockout agrario falló. Los grupos más concentrados del campo y las corrientes de opinión radicalmente opositoras entre los productores le cantaron falta envido al gobierno de Alberto Fernández ni bien asumió. Pero a la hora de mostrar las cartas, apenas tenían una sota.
Las asambleas de “autoconvocados” comenzaron en distintos puntos de Córdoba, Entre Ríos y Buenos Aires, entre diciembre y enero pasados. Fue en nombre de la presión y la bronca de estas “bases” que Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) rompió lanzas, llamando al paro sin las demás entidades de la Mesa de Enlace, y a 48 horas de haberse fotografiado con el gobierno, que les comunicó el nuevo esquema de retenciones a las exportaciones. Semejante salto mortal parecía indicar que sólo CRA quebraría las reglas básicas de la rosca a favor de unas bases enfervorizadas. “Nos vemos en las rutas”, vaticinó su comunicado oficial. Pero el microclima ideológico en el submundo de los agronegocios –con sus canales, sus suplementos, grupos de WhatsApp, intelectuales orgánicos y cibermilitantes en las redes– terminó empujando a la Sociedad Rural Argentina (SRA) y a la Confederación Intercooperativa Agropecuaria (CONINAGRO), que llamaron también al paro.
La conducción nacional de la cuarta entidad ruralista, Federación Agraria Argentina (FAA), se moría de ganas de sumarse. Sin embargo, algunos sectores de “las bases” de esa entidad lo evitaron. La Federación Agraria de Tandil hizo punta, declarándose directamente en contra del paro y acusando a sus dirigentes de “no consultar a las regionales”. En el mismo sentido se pronunció “Bases Federadas”, que lidera a los chacareros bonaerenses. En un duro documento titulado “Serás lo que debas ser o no serás nada”, fustigó a la conducción nacional y hasta aplaudió el nuevo esquema de retenciones. Finalmente, la FAA nacional dejó “en libertad de acción” a sus afiliados a través de un comunicado difundido a última hora. Una verdadera “lucha de bases” se expresaba de modo contradictorio en las cúpulas de las distintas organizaciones. Pero, antes del paro, no se sabía cuál de esas “bases” se impondría sobre la otra.
El lunes 9 de marzo comenzó el paro agrario por cuatro días. Pero el derrumbe del precio del petróleo y de las bolsas de todo el mundo, junto al avance triunfal del coronavirus, acapararon las alertas mediáticas. Y el único paro que inundó las calles de verde y conmovió a la sociedad fue el de las mujeres.
En Altos Fierro, localidad cordobesa devenida en una de las vanguardias de los ruralistas autoconvocados, los protestantes custodiaron las rutas desde la madrugada para que no circularan camiones de carga y acoplados sospechosos. Lo mismo sucedía en las inmediaciones de San Pedro, Buenos Aires. Desde el inicio, los esfuerzos no estaban orientados a conseguir solidaridades fuera de “el campo”, sino más bien a controlar a los propios no tan convencidos.
Sin embargo, la Bolsa de Cereales de Rosario se mantuvo operando. Y los puertos de Bahía Blanca y Quequén registraron movimientos normales y en algunos casos hasta por encima del promedio habitual. Donde el paro sí se hizo sentir fue en el Mercado de Hacienda de Liniers, uno de los indicadores clásicos del acatamiento a las medidas de protesta, aunque quienes conocen el paño afirman que refleja más los movimientos de los grandes ganaderos que los de la masa de pequeños productores. Con el correr de los días, la protesta fue perdiendo espacio en los grandes medios como Clarín y La Nación, co-autores intelectuales del concepto de “el campo”.
Si hay algo novedoso en este proceso es la emergencia de una nueva generación de líderes ruralistas que desafían a las viejas “entidades”. Su mito de origen conecta con el 2008, y no con 1912 –aquel enorme conflicto chacarero contra los grandes terratenientes que dio origen a FAA. Es decir, esta nueva generación no surge de un conflicto de clases al interior del campo, sino de la oposición a un actor “externo” como el Estado. De ahí su perfil marcadamente liberal, que empalma con corrientes de opinión anti-impuestos y anti-estado con cada vez más presencia a escala global. Su enemigo principal es “el populismo”, que vendría a ser una especie de “comunismo” camuflado que busca trabar el “progreso”, es decir la generación de riqueza.
Las marcas de ese conflicto contra el Estado que fue 2008 no sólo imprimen contenidos sino también formas, ligadas –aunque parezca contradictorio– con el 2001: una radicalidad intransigente ligada al corte de ruta; la arenga, la asamblea y la marcha; siempre por fuera y contra el Estado. “Los vamos a barrer hasta echarlos a la mierda”, gritaba un viejo que blandía un escobillón subido al acoplado de un camión, en la víspera de la asamblea autoconvocada. La fórmula química de Alfredo De Angeli –el primer gran “autoconvocado”, que luego fue subsumido por el sistema político tradicional hasta convertirse en una de las peores voces del Senado–: radicalidad plebeya en el método, liberalismo conservador en el contenido.
La asamblea de los autoconvocados en San Nicolás, el miércoles, salió mal. Concretamente, no llegaron a reunir cien personas. Para colmo, una lluvia torrencial dispersó a los asambleístas a poco de arrancar y los referentes de la iniciativa terminaron dando una conferencia de prensa ante unos pocos periodistas debajo de una lona. Si era una instancia para medir fuerzas a dos bandas, contra el gobierno y contra la política negociadora de las entidades patronales, el resultado fue contrario al esperado. Una gran muestra de debilidad, que coronó un paro escuálido. La Mesa de Enlace no fue. Y aprovechó para diferenciarse públicamente, llamando a “no repetir la historia”. Las Bases Federadas bonaerenses de FAA llegaron a mofarse públicamente del fracaso publicando en las redes una foto aérea del acto: “Cuéntelos, estos son los que adhieren”.
La segmentación de retenciones cambió el esqueleto económico del conflicto y funcionó como plafón para aislar a los productores más grandes, sin afectar demasiado el monto total de la recaudación. Al mismo tiempo, las instancias de diálogo y negociación convocadas por el gobierno nacional sirvieron para descomprimir tensiones. En vez de conformarse un bloque agrario homogéneo que suscitara solidaridades internas y más allá de sí, esta vez “el campo” lució más parecido a lo que realmente es: un conglomerado heterogéneo, que tiende a aislarse en la medida en que lo acaudillan sus expresiones más radicalizadas con contenidos ultraliberales difíciles de digerir para las mayorías sociales asoladas por la crisis económica. Sin embargo, lo que hoy encapsuló a la protesta ruralista sobre sí misma, en el futuro y en otras condiciones puede reconectarlo con franjas de la sociedad mucho más amplias que las del campo. Lo cierto es que, al menos en el primer capítulo de esta saga, la bomba sojera parece haber sido desactivada".
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