Horas de fastidio por el llanto de los que quieren mitigar la derrota K ante el PRO riéndose de los globos y criticando la chabacanería midachera. O la estirpe más intelectual que se masturba con conservadurismo en la derecha y cambia a la izquierda con progresismo. Y se da. Con tal de que no se note que la derrota fue anterior, aceptada, hasta conciliada en un algún punto. Producto de una configuración a mediano plazo de conveniencia de oposición ficticia, con la ventaja de un desarrollo territorial nacional y de cambio real en las condiciones de la vida de millones de argentinos que ninguna encuesta puede reflejar (ya sucedió en elecciones pasadas, muy probablemente vuelva a pasar ahora, quizás con alguna merma autoinfligida combinada con un normal desgaste de tantos años en el poder y la resignación ante el candidato poco esmerado que en todo caso las PASO se encargarán de ratificar o inesperadamente desechar). En algún punto, legítima estrategia de los pocos de mesa chica. Como legítimo el hastío por los llorones asustados por escenarios ya acontecidos, pero a la vez negados a superarse en el análisis más allá de las tentaciones del orden de las redes sociales que brinda la fuerza de Macri (en tren de sospecha, quizás estratégicamente colocadas como faroles distractivos, mientras avanza desde lo discursivo una apropiación de lo político desde la supuesta desideologización que en verdad es burla de los que proponen la tranquilidad de los tranquilos, de los que nada tienen de qué preocuparse, a lo sumo, competir con sus pares por nuevos espacios de poder real ganados, expresados sádicamente para el vulgo en mesas de tenedores caros). Obstinación que podía soportarse pensando el faltante de lucidez desde la desidia que brinda esa trayectoria de derrotas previsibles que no impactarán, se cree, en la performance nacional, aún cuando ésta no está asegurada. Los votos se ven en las urnas. Hasta que ese llanto se convierte en cobardía evidente, en burla a lo que se quiere representar, en confirmación de las sospechas nacidas del simple recorrido de los antecedentes del candidato, en bronca porque el que nunca en verdad iba a ser embauca soezmente, como si sintiera la impunidad que le da el endosado de aquella mesa chica. ¿Quién va a romper ahora? Si están todos adentro jugando el juego que más les gusta: el de esconderse detrás del (falso) pragmatismo que los hace sentir miembros de las grandes ligas, esas en las que se deciden (y reciben) partidas y partidos. Endebles hipócritas que se ríen de aquellos a los que ven como ingenuos guardianes de un kirchnerismo puro que ya no existe más. Miedosos del desierto y desesperados por vender triunfo para que festeje algún conductor radial mañanero. Como si pasadas experiencias de entreguismo en pos de la victoria o graciosas intentonas intelectualoides no les hubieran bastado. Ahora quieren ser más macristas que Macri. Quieren creer que ganan, convencer a las fieras sedientas y suplir su falta de desarrollo territorial con un cuenta chistes que viene a reemplazar la fórmula frustrada con la señora de la Fundación. Apenas si aspiran a ser la nueva nomenklatura provincial. Ávidos de un lugar, saldrán a querer justificar lo injustificable y macartear a puristas, acusándolos de estupidizar los límites que ellos vienen a flexibilizar (y si es necesario, meterlos a Él y Ella en sus vivas jugadas de anticipación. Hasta El Viejo podría ser citado para testear con el peronómetro). Llorones y miedosos. Resignaron el esfuerzo ante el aroma de poder que creen percibir. Ciegos, amontonados, se conforman con venderse un testimonio adulterado de lo que alguna ocasión quisieron ser y nunca fueron. Cierran los ojos y se repiten: "Gestión, gestión, gestión". "Avivate, gil", te ojean. "Shhhhhhh", te aleccionarán. El peronómetro te medirá. Apenas si quedará la duda de haberse radicalizado y estancado, y lo que nos enorgullecía -a muchos- estos años mutó a otra(s) cosa(s), extraña(s), distante(s) y difícil(es) de digerir.
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