Anoche, en el Hilton, perdió ante Marley, le ganó a 678, perdió ante Sietecase (que volvió a acusarlo de querer dividir a la sociedad argentina), y Farsantes le arrebató el premio que quería ganar: el Martín Fierro de Oro. Muy poco para sus aspiraciones y principalmente las de su indignado público.
Desde aquellos insultos del lunes pasado a la actitud fría y distante que prefirió mostrar durante el mitin anual de la farándula porteña, Lanata vivió una semana durante la cual quiso satanizar al director técnico de la selección argentina de fútbol por esgrimir sus opiniones políticas y reivindicar la militancia durante los años 70; recibió una fuerte respuesta de la revista villera La Garganta Poderosa ("el patrón de la mala leche", lo calificaron); y ayer Fontevecchia le recomendó que se tomara un té de tilo y Calvo lo catalogó de "vedette".
Para colmo, Blaustein sigue hablando de él, a partir de su libro "Las locuras del rey Jorge"...
-Quizá la crítica más dura que tiene el libro es aquella que apunta a la falta de rigor en el ejercicio de la profesión.
-Hay una parte de la pérdida de rigor que no tiene tanto que ver con si la información es fidedigna o no, sino con el hecho de que el periodismo informativo se va desvirtuando y convirtiendo en show. Son dos cosas distintas. Lo de la falta de rigor yo lo detecto en las primeras notas de El Porteño, que están mencionadas en el libro. Hay maneras muy fáciles de forzar la información en periodismo como para terminar escrachando y denunciando, y él lo hace. Pero lo que más me preocupa es que, en la medida en que hace un gran espectáculo, donde todo está al servicio de que la información se termine haciendo creíble, deja de ser periodismo. Imitadores, ironías, sarcasmo, aviones, valijas, el show del peso de los billetes, eso no es periodismo. Es un show muy eficiente discursivamente.
-Algo de ese estilo ya se había visto antes, en Día D.
-Pero con otros equipos, eran mejores periodistas. O por lo menos yo les creía más a Zloto (Marcelo Zlotogwiazda), Verbitsky, (Ernesto) Tenembaum. Había una explotación del lenguaje televisivo pero eran más rigurosos los equipos y era muchísimo menos zafado el nivel de show. No estaba Oggi Junco mostrando tetas falsas haciendo de (Jorge) Capitanich.
-¿Entonces se agudizó? ¿Por qué?
-Rompió definitivamente con algunas de las creencias que le quedaban. Ahí entra ese chiste que hago del Lanata Syndrome
-¿Qué sería?
-Es la adicción a la popularidad. Pasa con los artistas, cuando se convierten en enfermos si no hablan de ellos, huérfanos, angustiados. Está clarísimo que si George no labura y no figura, se mata. Su laburo es su forma de estar en el mundo. Necesita que lo puteen, que lo idolatren. Un periodismo desaforado, hecho desde un personaje que te está devorando, es un periodismo muy peligroso.
-A propósito de eso, en el libro decís que Lanata tiene “una capacidad admirable para producir daño”, ¿desde qué lugar crees que puede hacerlo?
-Lo puede hacer, es muy astuto dañando a la política, sintonizando con las audiencias que lo siguen, pegando donde quieren que pegue, condimentando con odio, violencia, sarcasmo. En un pasaje del libro yo menciono una fugaz polémica que tuvo con Martín Caparrós en la revista Veintiuno sobre el periodismo de denuncia. En ese momento se sinceró y dijo: “La culpa es un poco de las audiencias que nos piden esto, que los matemos”. Y él termina haciendo lo más fácil, el acto demagógico de complacer a las audiencias. Cuando hacés eso terminás en una actitud frívola, de ganarte a la tribuna. George se fue empobreciendo y raquitizando en ese personaje de “son todos chorros y yo voy a dejar de fumar el día que dejen de robar”. Es un negocio demasiado fácil, superficial.
-¿Por qué planteás que tiene desprecio por la política?
-Él tuvo un mínimo acercamiento a la política cuando nos conocimos, en los ´80. Yo le creo que algunas mínimas identificaciones, valores, y demás compartíamos, que de verdad le importó lo que fue la dictadura. Pero siempre desde una mirada muy escéptica, de muchachito hecho en el barrio, muy individualista. Esas creencias, más allá de que eran un poco superficiales, las sostuvo mientras estuvo en El Porteño y en Página 12. En el momento en que se da cuenta de que tiene suficiente capacidad para hacer su propia carrera, él rompe esos vínculos afectivos e ideológicos tenues que lo seguían atando a ese mundo, y ya empieza a ser un Lanata individualista, que queda marcado mucho más exclusivamente por su escepticismo, el cinismo, la distancia de lo político.
-Según tu mirada, se coloca en un rol de crítico moral.
-Lanata es un tipo que en algún momento se contagió de la contracultura de cosas agudas, más interesantes que la moralina de la ética. Moralina que él impugnaba en sus primeros años como una cosa muy de cuarta, plana, de maestra de Gasalla. Y a la política no la podés juzgar con esa moralina, tenés que juzgarla como conflicto de intereses, poderes económicos, situaciones límite. El recorte feroz que Lanata ha hecho de la corrupción, desde mucho antes del kirchnerismo, es una parte del mundo y de lo que hacen los gobiernos. Te podés indignar, y está bien que se investigue a los políticos, pero tenés que valorar 90 temas más en una agenda pública. Eso es periodismo para abuelitas, para plateístas indignados.
-En el libro está muy presente la relación de Lanata con sus financistas ¿es una relación de culpa?
-A lo largo de los años él pasa por financistas de todo pelaje. Dudo mucho que sea una relación de culpa, porque Lanata se coloca en una posición muy combativa, de defensa de su propio espacio. A esta altura de su trayectoria creo que le da igual cualquiera. Pero es muy contradictorio. Yo no tengo ninguna culpa de que parte de la plata de Página 12 haya venido del ERP. Lanata lo negó durante años, y terminó diciendo que Rodolfo Walsh y Horacio Verbitsky mataban gente y él jamás haría eso. No puede decir tan alegremente que los setentistas mataban gente y seguir tratando de dibujar que a Página lo financió el ERP. O contestar, cuando se fue de Crítica y le preguntaron por su socio delincuente Antonio Mata, que la Madre Teresa no había estado disponible para financiar el diario. O haber matado a Clarín y a (Héctor) Magnetto desde la época de Página, y después haberse convertido en el Maradona del Grupo. Entonces, digo, no te hagas el híperhonesto y el transparente, ni contestes con ese realismo que a la política le negás.
-¿Cambia Lanata cuando llega a trabajar a Clarín?
-Si era para pagar las cuentas, él pudo haber entrado a Clarín, o haber tenido un programa vespertino y listo. Pero entró con absolutamente todo, con un programa con toda la plata del mundo, con Canal 13 aportando los recursos de los informativos, investigadores, imitadores, una artística carísima. Y además radio Mitre, las columnas de los sábados en Clarín. Está clarísimo que es un pacto de uso mutuo, un pacto político. No es que fue a trabajar a Clarín porque no tenía laburo. El problema es que, en ese esquema, pierde autonomía, riqueza.
-¿Modificó su manera de hacer periodismo?
-Desde el punto de vista de la práctica profesional –y esto no es una defensa al kirchnerismo, sino a la profesión – se ve que, ya sea en sus columnas de Clarín como en las demás cosas que hace, jamás hay una fuente ni oficial ni medianamente ligada. Lo que hace es tomar las frases del oficialismo, ya recortadas por el sistema Clarín, y reírse de ellas. No tengo ganas de defender a (Luis) D´Elía pero le propuso derecho a réplica y Lanata no le dio bola. Hasta diría que arrugó. En ese sentido, la práctica periodística es muy precaria.
-En un pasaje del libro decís que los últimos textos de Lanata son desoladores, ¿por qué?
-Porque escribe desde un lugar terriblemente reaccionario, de un periodismo chanta, basado siempre en chicanas opositoras, escrito en piloto automático.
-¿Descansa en la popularidad que tiene?
-En la popularidad, la credibilidad y en que las audiencias le creen y quieren recibir eso. Es difícil ver las transiciones, Lanata se hace famoso por Página pero hay un salto poderoso en lo de Clarín.
-En su defensa, Lanata dice que siempre estuvo en el mismo lugar, haciendo periodismo opositor.
-(Marcos) Mayer dice que esa definición de que el periodismo debe ser opositor es equivocada. Y yo comparto. Si el propio Lanata define que el periodismo es dato y hecho, ni de izquierda ni de derecha, ¿por qué debería ser opositor? Si es totalmente neutral. Que fue opositor es cierto, pero también porque es fácil ser opositor, es más fácil ser opositor que ser otra cosa. El periodismo oposicionista, como negocio para que te aplauda la gente resentida me parece una cosa tóxica.
-Considerando que trabajaste con Lanata en cuatro proyectos –El Porteño, Página 12, Veintiuno y Crítica-, ¿por qué escribís un libro crítico ahora?
-En El Porteño yo laburaba antes que él, soy cuatro años mayor. Para Página me llamó él, pero estaba lleno de gente de mi generación, algunos mayores que nosotros, exiliados como yo, setentistas, ex montoneros, ex ERP, ex comunistas. Ese era mucho más mi mundo que suyo. No es que yo laburé en el lugar equivocado, sino que, a la distancia, lo extraño es que Lanata haya constituido ese espacio. En Veintuno estuve y al año me fui porque no me banqué a Lanata ni al proyecto, me parecía una revista ordinaria. Y en Crítica lo mismo, entré con todas las suspicacias, a los dos meses renuncié a mi puesto jerárquico y al año me fui. Ahí está mi coherencia, no me banqué sus proyectos. Porque cae en lo berreta, en una cosa chabacana, berreta, yoica, carnavalera.
-¿Se puede acusar a Blaustein de hablar desde el kirchnerismo?
-No, por un lado porque yo me autodenomino kirchnerista maricón, porque creo de verdad en la liberalidad y me parece muy autoritario y sectario el discurso kirchnerista medio. Y por otro lado, porque saqué hace un año Años de Rabia, que es un libro con críticas muy duras al periodismo y la comunicación kirchnerista.
Lanata ahora insulta a los movileros de Duro de Domar.
No tiene paz.
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