De todas las películas que interpretó, hoy quiero recordar una: “La Patagonia Rebelde”. ¿Se acuerda? Seguro que sí, Luis. Se lo abrevio al lector: es una historia real ocurrida en el sur argentino a principios del siglo XX, cuando los trabajadores laneros pedían mejores condiciones y salarios dignos, y el gobierno radical, en defensa de los intereses de los dueños de las estancias, dio la orden al ejército para que terminara con esas protestas. Usted que es tan memorioso, ¿se acuerda cómo termina esa represión, Luis? El teniente coronel Héctor Benigno Varela, cumpliendo con la orden de “normalizar” la situación, terminó fusilando a casi 1.500 trabajadores y deportando a otros cientos hacia Chile y España. En esa película, usted, Brandoni, interpretaba al gallego Soto, Antonio Soto, un español escapado de la miseria de su país, que al momento de las huelgas se desempeñaba como secretario general de la Sociedad Obrera de Río Gallegos.
¡Qué tiempos esos; los del gallego Antonio Soto y los suyos, Luis, cuando interpretó a ese luchador que enfrentó con dignidad la explotación miserable y el maltrato de los terratenientes!
Pero hagamos más memoria. ¿Sabe de los apellidos de esa oligarquía estanciera que relata la película? Recordemos algunos: Adolfo Bullrich, vendedor de todo lo que la campaña de Roca le quitó a los pueblos originarios y dueño de la mansión que hoy es el Patio Bullrich. Es el tatarabuelo del ex ministro de Educación y actual senador macrista Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, tal su apellido popular. Y familiar directo de la Patricia, la ministra de Seguridad de la Nación, la tía segunda de Esteban, descendiente de Honorio Pueyrredón, ministro de Agricultura y posteriormente ministro de Relaciones Exteriores del presidente Hipólito Yrigoyen, cuando ocurrió la represión en la Patagonia. Estaban también los Braun, los Peña Braun, los familiares directos del “patriota” (según Carrió) Marquitos Peña, el jefe de Gabinete del Gran Bonete Mauricio. Ah, casi me olvidaba de Pinedo, el apellido que selló el tratado Roca-Runciman, el que entregó a los ingleses el comercio de las carnes, los frigoríficos y tantas cosas que hacían a la soberanía de la Nación. Aquel es el familiar directísimo del calmo don Federico del PRO, el que fue presidente por unas horas. ¡Qué apellidos! Y no por apellidos sino porque cada una de esas familias han transcurrido el siglo XX y ahora el XXI preñados del mismo dogma de clase.
¿Qué es lo que lo que tanto le preocupa, Luis? ¿Qué insinúa con ese tono mendicante, de hablar bajito, cuando balbucea: “Queremos un país republicano, democrático y decente... con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros”? ¿A qué argentinos está alertando cuando clama bajito: “Perdimos la República muchas veces… otra vez no”?
Su soberbia indigna, pero más su falta de sentido democrático y republicano, el que reclama para sí y para los suyos como patrimonio, dejándome a mí y a millones afuera. Por eso quiero contarle sucintamente quién soy yo, aún a sabiendas de que quizás usted nunca se entere de mis palabras.
No, Luis. La vida y la historia no son blanco y negro. Y como en las mejores familias, en los partidos hay de todo; un Alfonsín y un Sanz, un Moreau y un Negri, un Néstor y un López Rega, como el que lo persiguió a usted. Y también a mí, don Brandoni. Y también a tantos peronistas asesinados por esa banda de ultraderecha, las Tres A, que usted siempre pone en punta de lengua cuando quiere tipificar al peronismo de antidemocrático y antirepublicano. Eso se llama maniqueísmo, Brandoni. Porque usted sabe, o debería saber, que el “brujo” López Rega era de la misma estirpe ideológica que Rivarena Carlés, aquel allegado al radicalismo que casi un siglo atrás comandó la Liga Patriótica durante la Semana Trágica.
No hay ángeles ni demonios, como usted quiere don Luis Brandoni. Sólo hay seres humanos. Por eso la historia es así, sinuosa, como los amores y los odios. Pero si se trata de robo, de saqueo masivo, de robar la República, debería coincidir conmigo en que son ellos, don Luis, los que verdaderamente se robaron la República, una y otra vez. Y mire usted, son los apellidos que hoy defiende con tanto ahínco como la garantía de la democracia y el republicanismo. Tampoco ignora usted, Brandoni, quiénes llenaron las cárceles de la dictadura de los Pinedo, los Bullrich, los Ortiz Ocampo, los Alvear. En su mayoría eran peronistas. ¿Entonces?
Esa llama la había encendido mi madre, quien desde lo puramente sentimental se había sentido cerca de ese pueblo peronista al que el odio de clase no esperó para etiquetar como el “aluvión zoológico”, desde ese primer 17 de octubre, cuando las masas obreras llegaron y se concentraron en la Plaza de Mayo. Seguro que usted, Brandoni, como tantos otros millones de argentinos, están convencidos al día de hoy quienes comenzaron con la grieta. Pero no busque tan cerca porque no fue ni Cristina, ni Néstor, ni Perón, ni en alguna grieta lejana en el tiempo, que de tanto en tanto se abre. Esta última, la que divide a peronistas de gorilas, no la va a encontrar en los cuentos y diatribas de Jorge Lanata, Majul, Leuco y usted mismo. ¡No! Al menos tenga valentía intelectual de buscarla en el odio de clase que bautizó a la clase trabajadora de “aluvión zoológico”, cuando la alegría de sentirse dignificados y visibles los llevó a marchar y concentrarse por primera vez en la historia en la Plaza de Mayo, ese 17 de octubre de 1945. Ahí la va encontrar, en el odio explícito y explicitado de una clase social en contra de otra. Hoy, el aluvión tiene otros nombres para ese odio de clase. Se llama “grasa militante”, “choripaneros”, “planeros”, “camporistas”, “vamo' a volver”.
Yo soy un ciudadano que se alegró como millones de argentinos cuando la democracia volvió de la mano de Alfonsín como presidente. Un Alfonsín que fue votado por propios y por peronistas. Un Alfonsín que poco tiempo después, cuando su gobierno estuvo acorralado por los militares golpistas carapintadas, se sostuvo en el poder por el apoyo y la lucha de todos los argentinos que salimos a defender la democracia y la República.
Yo soy un hombre común, Brandoni. Soy un hombre decente y republicano que a pesar de haber sufrido el exilio y escarnio, y de haber estado tantas veces cerca de la muerte junto a mi esposa, pude formar una familia maravillosa con tres hijos y nietos que somos parte de la construcción de esta Nación que usted cree es honesta sólo si se la piensa como usted. Por eso yo no voy a permitirle que desde el odio y el resentimiento más profundos, únicas guías de su lengua, me acuse a mí y acuse a millones de argentinos de ser parte de una especie de conspiración que quiere destruir la República.
Le pido que repase en su memoria los apellidos que hoy gobiernan este país y que usted hoy defiende con tanta pasión, alimentado por su memoria cada día más selectiva, tan selectiva como lo es una clase dominante en detrimento de la clase dominada. Son ellos, Brandoni. Allí va a encontrar los apellidos que se robaron la República y la Democracia con toda la indecencia que se pueda uno imaginar.
Y concluyo: no lo odio Brandoni como sí usted me odia a mí. Lo que sí puedo afirmar y decir con razón es que le he perdido todo respeto".
Por Marcos Doño
Periodista y escritor
Resistiendo con aguante
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