Antes de esa inesperada noticia del viernes, todo marchaba sobre rieles para el #RelatoPRO: la sociedad casi entera quería darle una vuelta de página al default declarado en 2001 por Rodríguez Saá (acá se pasaba del "default selectivo" a solamente "default") y el que se oponía iba a ser un antipatriota, lugar en el que el gobierno y los grandes medios prefería poner al kirchnerismo, al que se presentaba como un grupo reducido de lunáticos que iban a ser derrotados ampliamente tanto en Diputados como en Senadores.
Paréntesis: el macrismo le puso demasiadas fichas a este acuerdo con los buitres. Ahora, está al borde de una dura derrota política y un vacío económico inesperado. "Rulo" Lousteau anduvo haciendo el poroteo.
El sábado, en el regreso de Mirtha Legrand a Canal 13 (Buenos Aires), el ministro de la JP Morgan, Alfonso de Prat-Gay, ya había amenazado con un "ajuste tremendo" si el pacto con la mayoría de los buitres (no es ni el total de los buitres, y además queda afuera otro 4% de los que no entraron a los canjes de 2005 y 2010 y que no litigaron como los buitres) no se ratificaba en el Congreso.
Anoche, el presidente Macri (calificado de "títere de El Buitre Singer" por el mundo financiero internacional) subió la apuesta en el programa oficialista La Cornisa y advirtió que se viene un ajuste o una hiperinflación.
"Si no se arregla con los holdouts, no se puede recorrer el camino del desarrollo. No hay alternativa", dijo Macri, como si lo sucedido en el país desde el 10 de diciembre no respondiera a los parámetros habituales de un ajuste neoliberal e inflación alta.
La frase "No hay alternativa" hizo recordar a una de las próceres del relato neoliberal, la ex primera ministra británica, Margaret Tatcher, gran impulsora de ese credo. Inclusive, la Dama de Hierro era llamada en los años 80 TINA, las siglas en inglés de "There is no alternative".
El politólogo catalán Carles Foguet recordaba en 2013, luego de la muerte de Tatcher: "En la misma Inglaterra de los 70 que alumbró el antagonismo entre el gobierno de Thatcher y el punk que celebraba su muerte incluso décadas antes de producirse, existía un acuerdo tácito entre ambos extremos: donde no había futuro para unos, no había alternativas para los otros. Puede que ambos estuvieran hablando de lo mismo, pero desde puntos de vista diametralmente opuestos.
“No hay alternativa” podría haber sido la divisa con la que el gobierno Thatcher pasara a la historia. Estas tres palabras (TINA, por su acrónimo en inglés) fueron repetidas hasta la extenuación por la primera ministra, hasta el punto de que hubo quien llegó a rebautizarla con ese apellido. Estas siglas son el mejor resumen de su política económica y, a rebufo de esta, de cualquier otra política que llevara a cabo. Sin embargo, TINA no fue una creación de Thatcher, ni siquiera de ninguno de los Sir Humphreys que la rodeaban. Ni siquiera del abuelo de ninguno de ellos.
De todo su legado, Thatcher rescató la expresión “There is no alternative” y la incorporó a su arsenal dialéctico, ya de por sí dado a la contundencia más que al consenso, y de allí hasta nuestros días. Ya sea en la misma Inglaterra en boca de David Cameron, ya sea en España o en Cataluña, la apelación a la falta de alternativas viables sigue estando hoy en el primer puesto de la lista de justificaciones de decisiones que son, estrictamente, opciones ideológicas liberales, si hay suerte, cuando no directamente reaccionarias.
La realidad no es que no hubiera alternativas, que las había, locales y globales. Sino que habiendo aniquilado cualquier atisbo de oposición interna y resquebrajándose el muro, no había nadie en disposición de ofrecerlas. Thatcher y los suyos completaban así una suerte de profecía autocumplida.
El día después de la muerte de Thatcher nos desayunamos con estupor la portada del que antaño fue el periódico de referencia del progresismo español caracterizándola como “revolucionaria conservadora”, cuando si algo fue, no fue ni lo uno ni lo otro. Su desarme sistemático y calculado del Estado del Bienestar (retratado con crudeza por Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera, Capitán Swing, 2012) fue una maniobra abiertamiente reaccionaria, en su acepción de restituir estados ya pretéritos. La lucha de clases más descarnada disfrazada de un inexistente consenso social alrededor del liberalismo económico (y democrático) como único sistema social viable. No había alternativa.
Hirschman sintetiza con elegancia las tres tesis que, a lo largo de los siglos XIX y XX las fuerzas conservadoras y reaccionarias habrían usado para dificultar, impedir o revertir el progreso social: la de la perversidad (cualquier acción positiva corre el riesgo de exacerbar la condición que pretende remediar), la de la futilidad (cualquier intento reformista es inútil porque no puede operar sobre las leyes que rigen la economía) y la del riesgo (el precio de la reforma amenaza logros antiguos ya consolidados). La apelación al miedo, a la alarma social, al riesgo… que podemos descubrir en tantos titulares hoy en día, son el complemento perfecto para aplacar cualquier atisbo de reforma (o de ruptura) que pueda llegar a cuestionar el mantra de que no hay alternativas viables".
¿No era "el mejor equipo de los últimos 50 años"?
1 comentarios:
Bueno, es por lo menos raro que los "duros negociadores" amarillos no consideren una "alternativa", tan evidente como obvia, griesa no es precisamente un jovencito y el tiempo no juega a su favor; más temprano que tarde se va a jubilar o irá a ver crecer las margaritas desde abajo; sí, es raro que gente tan perspicaz esté tan ansiosa, tan apurada en hacer lo que dice el viejito deforme...
Publicar un comentario