Fue durante un viaje de vacaciones, cuando fuimos a ver a mis abuelos, primos y tíos. Por falta de espacio, debíamos compartir cama con los parientes. No esperé 10 años para contarlo. Sabía -a pesar de mi edad- que era algo malo. Le dije a mi padre y no me creyó del todo. Habló con su hermano y mi tío me culpó. Dijo que yo lo había provocado. "Si el abuelo se entera, lo va a matar", fue la sentencia del silencio. Nadie más lo supo hasta unos 30 años después cuando caí en una depresión grave. Tan profunda que no recuerdo casi nada de esos 10 años que duró.
Me perdí la infancia de mi segundo hijo. No recuerdo ni el día que empezó a caminar o su primer día de clases. Mi propia valoración era tan baja que fracasé como estudiante y nunca tuve fuerzas para llevar proyectos con éxito en otras áreas. Abandoné mis clases de guitarra.
Por mi forma de ser -introvertida-, fui víctima de bullying en la primaria y en la secundaria. Cuando empecé a trabajar, me autoboicoteaba para no progresar. Cambiaba de trabajo constantemente. Todo era a consecuencia de lo roto que estaba por el abuso.
Años después, ese tío se casó y tuvo dos hijas. Una de ellas, a los 18 años, se animó a denunciar que él la violaba. En el proceso judicial, se supo que la otra hija también fue su víctima. Todo porque años antes se lo protegió con el silencio.
Me llevó muchos años de terapia rearmarme. Cuando falleció mi abuela, lo vi en el velatorio. Ya había cumplido su condena penal. Pero era una piltrafa consumida por el alcohol. No hablamos pero se acercó y me dijo "perdoname".
Y de cierta forma, el que haya roto el silencio me llevó a darle una medida de perdón y comencé a sanar. A partir de ahí, comencé a transitar un camino diferente. A tratar de construir una relación con mi padre. En ese proceso, mi madre se enteró de lo ocurrido por una de mis cartas.
Cuando vi que ella no sabía, dejé de odiarla. Sí, los odiaba a los dos y a mí mismo. Pensé en el suicidio muchas veces y una vez estuve por saltar de un edificio. La relación con mis hijos casi no existió hasta que se hicieron adultos.
Veo total falta de empatía en muchos y les deseo que nunca pasen por esta experiencia (o sus hijos). No voy a opinar del caso de Thelma Fardín y la acusación pública que hizo. Escucharla a ella y luego leer tantos relatos de víctimas en Twitter fue muy angustiante.
Las heridas que creía cerradas sangran otra vez. Lloro mientras escribo. Por mí y por todos los que han guardado silencio y llevado esa cruz. Pero creo que no quedarnos callados va a ayudar a que haya mayor condena social y más señales de alarma para enseñar a nuestros hijos a que digan NO si les incomoda la manera en que alguien los toca, a no callar si algo les parece malo. A deconstruir a aquellos adultos que naturalizan la sumisión del más débil y vean lo malo de eso.
Siento que tenemos la responsabilidad de no callar, no mirar para otro lado, y no cuestionar a quien denuncia un abuso. Sí a darle contención y acompañamiento para que pueda tratar de juntar los pedazos lo antes posible".
Fuente
Mil varones
3 comentarios:
Consulta: ¿de quién se trata? No me refiero específicamente a nombre y apellido pero ¿de dónde salió esta publicación?. Falta la referencia.
Está en la fuente, Vane.
Hola Vanessa. Soy la fuente de esa historia. La publiqué en Twitter bajo el usuario @e_justiciero.
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