El País: "“La derecha se quiere apropiar de este movimiento”, advertía ya en la
manifestación del pasado lunes Lino Bocchini, director de la revista
izquierdista digital Carta Capital. “Hasta hoy no había venido gente con
tantas banderas de Brasil. Esa exaltación nacionalista es muy de
derecha. Están intentando apropiarse de la protesta”. Otros activistas,
como Bruno Torturra, mostraban una opinión distinta. “Es legítimo que la
derecha venga, éste es un terreno abierto para todos los insatisfechos,
no hay que temerles”.
Sin embargo, en las redes sociales donde había germinado el
movimiento, el debate creció. Algunas organizaciones comenzaron a
solicitar firmas para impulsar una moción de censura contra la
presidenta. Y se crearon también páginas para reunir firmas de apoyo a
Dilma Rousseff.
El Movimiento por el Pase Libre (MPL),
el grupo que convocó todas las protestas, también se mostró contrariado
ante la llegada de los manifestantes más conservadores. Algunos de sus
miembros criticaron, por ejemplo, que el jueves algunas personas
reclamaran medidas tan alejadas de los propósitos del MPL como la
reducción de la mayoría de edad penal".
Emir Sader: "Un problema que el movimiento enfrenta son las tentativas de
manipulación externas. Una de ellas, representada por los sectores más
extremistas, que buscan insertar reivindicaciones maximalistas, de
“levantamiento popular” contra el Estado, para justificar sus acciones
violentas, caracterizadas como vandalismo. Son sectores muy pequeños,
externos al movimiento, con infiltración policial o no. Consiguen el
destaque inmediato que la cobertura mediática promueve, pero fueron
rechazados por la casi totalidad de los movimientos.
La otra
tentativa es de la derecha, claramente expresada en la actitud de los
medios tradicionales. Inicialmente éstos se opusieron al movimiento,
como acostumbran a hacer con toda manifestación popular. Después, cuando
se dieron cuenta que podría representar un desgaste para el gobierno,
la promovió e intentó insertar, artificialmente, sus orientaciones
dirigidas contra el gobierno federal. Estas tentativas fueron igualmente
rechazadas por los líderes del movimiento, a pesar de que un componente
reaccionario se hizo presente, con el rencor típico del extremismo
derechista, magnificado por los medios tradicionales.
El mayor significado del movimiento va a
quedar más claro con el tiempo. La derecha sólo se interesará en sus
estrechas preocupaciones electorales, en sus esfuerzos desesperados para
llegar a al segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Sectores
extremistas buscarán interpretaciones exageradas en el sentido de que
estarían dadas las condiciones para impulsar alternativas violentas, lo
cual se vaciará rápidamente.
Lo más importante son las lecciones
que el propio movimiento y la izquierda –partidos, movimientos
populares, gobiernos– puedan sacar de la experiencia. Ninguna
interpretación previa da cuenta de la complejidad y de lo inédito del
movimiento. Probablemente la mayor consecuencia sea la introducción de
la temática del significado político de la juventud y de sus condiciones
concretas de vida y de expectativas en el Brasil del siglo XXI".
Boaventura de Sousa Santos: "La presidenta Dilma fue el termómetro de este cambio insidioso. Asumió
una actitud de indisimulable hostilidad hacia los movimientos sociales y
los pueblos indígenas, un cambio drástico respecto a su antecesor.
Luchó contra la corrupción, pero dejó para los aliados políticos más
conservadores las agendas que consideró menos importantes. Así, la
Comisión de Derechos Humanos, históricamente comprometida con los
derechos de las minorías, fue entregada a un pastor evangélico homófobo,
que promovió una propuesta legislativa conocida como cura gay.
Las manifestaciones revelan que, lejos de haber sido el país que se
despertó, fue la presidenta quien se despertó. Con los ojos puestos en
la experiencia internacional y también en las elecciones presidenciales
de 2014, la presidenta Dilma dejó claro que las respuestas represivas
sólo agudizan los conflictos y aislan a los gobiernos. En ese sentido,
los alcaldes de nueve capitales ya han decidido bajar el precio de los
transportes. Es apenas un comienzo. Para que sea consistente, es
necesario que las dos narrativas (democracia participativa e inclusión
social intercultural) retomen el dinamismo que ya habían tenido. Si
fuese así, Brasil mostrará al mundo que sólo merece la pena pagar el
precio del progreso profundizando en la democracia, redistribuyendo la
riqueza generada y reconociendo la diferencia cultural y política de
aquellos que consideran que el progreso sin dignidad es retroceso".
Massimo Modonesi: "Lo que sorprende de la historia reciente de este país no es la irrupción
repentina de la protesta, sino su ausencia en los años anteriores. De
hecho, detrás de los grandes elogios que recibían los gobernantes
brasileños por el alto crecimiento económico, el carácter incluyente de
las políticas sociales y el surgimiento de una impresionante clase media
consumidora en Brasil, estaba la envidia y la admiración por un modelo
de gobernabilidad, de control social y político basado en el
asistencialismo y la mediación de un partido –el PT– y un sindicato –la
CUT– con arraigo de masa, que garantizaban costos mínimos en términos de
represión y de criminalización de la protesta. Los frentes de
resistencia a la construcción de la hegemonía lulista existieron y
existen tanto desde la derecha como desde la izquierda, pero fueron
contenidos y quedaron relativamente marginados.
La paradoja de los gobiernos del Partido de los Trabajadores es que
generaron procesos de oligarquización en lugar de democratizar la
riqueza y de abrir espacios de participación, espacios que en el pasado
habían servido para que este partido surgiera y llegara a ganar
elecciones. El agotamiento tiene que ver con un desgaste fisiológico
después de 10 años de gobierno, pero sobre todo con la pérdida de
impulsos progresistas y el aumento significativo de rasgos conservadores
en la coalición social y política encabezada por Lula y que sostiene el
gobierno de Dilma".
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