Lo cierto es que el aumento de los combustibles en esta ocasión merodeó el 7,2% (se espera un nuevo porcentaje para octubre) y el litro de nafta (según la empresa petrolera) arranca desde los 19,72 o 19,99 pesos en la súper, mientras que un litro de leche tiene una base inicial de 20 o 23 pesos según la marca y calidad del producto, es decir, ambos productos son caros pero la leche lo es más que el combustible, teniendo en cuenta que esta es un alimento fundamental, una necesidad contra un producto utilizado para trabajar u ociar.
Una semana atrás, el Ministerio de Energía y Minería a cargo de Juan José Aranguren autorizó el segundo aumento del año para los combustibles y se estima que habrá un tercero en el mes de octubre. De esta manera, Argentina puso el valor del combustible medido en dólares por encima de lo que se paga en Afganistán, Irak, Siria y otros países en guerra.
El último Indice de Precios al Consumidor que publicó el Indec en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los partidos que integran el Gran Buenos Aires registró en el mes de mayo una variación de 1,3% con relación al mes anterior. La leche fresca entera en sachet arrojó durante este mes un precio promedio de $20,36, mientras que en abril fue de $19,98, es decir que en 30 días la leche se encareció un 1,9%. Al ser un alimento de primera necesidad, sirve como ejemplo de lo que ocurre con la canasta alimenticia en general.
“Esto ocurre porque la inflación está descontrolada y el gobierno nacional no aplica las leyes sobre consumo que tiene a disposición para que los precios de los alimentos no sigan subiendo”, explicó a Crónica el representante legal de Consumidores Libres, Héctor Polino.
Para colmo de males, cuando en una misma semana sube el precio del combustible y el dólar (pasó la barrera de los 17 pesos), la situación de los alimentos se agrava. “En seguida, se traslada a la los precios de la comida, ya lo vimos muchas veces”, aseguró el experto en consumo. En este escenario, sería justo considerar que el precio de la leche subirá aún más. “La única forma de poner un freno es que el gobierno ejerza más control sobre las empresas”.
Según datos del Ministerio de Agroindustria de la Nación, en 2016 los argentinos consumieron, en promedio, 40,1 litros de leche, siendo esta la cifra más baja de consumo desde el año 2002-2003, cuando se consumieron 37,8 y 37,3 litros respectivamente. En 2015, el consumo per cápita fue superior, de 44,2 litros. “La caída del consumo de la leche marca un deterioro en la calidad de vida de los argentinos. Lo mismo pasa con el yogur, el dulce de leche y la carne vacuna, cuyas ventas también se redujeron”, analizó Polino.
Al respecto, el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA) afirmó que “los efectos recesivos del proceso inflacionario en 2016 afectaron el consumo doméstico y es altamente probable que ello no se revierta en el corto plazo”.
Al mismo tiempo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recomienda el consumo de 500 mililitros por jornada por niño, ya que un vaso de leche (200 ml) aporta un 30% de la dosis diaria de calcio recomendada".
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