martes, 4 de septiembre de 2018

Espectador de privilegio: crónica de una toma universitaria

Anoche tuve la oportunidad de ser espectador y actor de un acto político extraordinario. En el campus tomado por los estudiantes de la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba) desde ya hace 4 días, se desarrolló una asamblea masiva de toda la comunidad para definir la continuidad de la lucha por el presupuesto educativo, y el modo de continuar esa lucha. Más de 1.500 personas se hicieron presentes en el anfiteatro abierto del campus, anfiteatro San Martín…lindo marco para discutir las libertades que nos faltan.
Alumn@s que están llevando adelante la toma me pidieron que los acompañara en la moderación de la asamblea que comenzaría a las 18. Cierta tensión recorría el devenir de la situación, dadas noticias de un numeroso grupo de estudiantes y docentes (estos últimos que nunca se visibilizaron en la asamblea) que se reunían para pedir el cese de la toma y la apertura con normalidad de la institución para aquellos que querían dar clases. Era claro que habría una polarización inmediata, porque los alumn@s que pusieron el cuerpo durante todo este tiempo no estaban dispuestos a ceder sin dar la batalla de los argumentos. Prometía ser una tarde y noche larga.
Y lo fue. Fueron casi 7 horas de asamblea. Desde el inicio tuve la suerte de acompañar en la moderación a Mica, una alumna de la cual aprendo mucho. Ciertamente, no es fácil pararse bajo el foco de esa masividad de gente e intentar llevar ordenada una discusión en donde todos tenían voz y cualquier cosa podía ser dicha. Los alumn@s que llevan hace días la toma desarrollaron un mecanismo asambleario ordenado y prolijo que podría ser envidia de escandinavos. Luego de intervenciones respecto a la situación de la educación pública en el marco de las políticas públicas efectivizadas por el gobierno neoliberal de Mauricio Macri (que, insisto, debe ser evaluado por lo que hace, no por lo que dice), se estableció que el tema excluyente de la asamblea era la continuidad del plan de lucha, con toma de la universidad o sin toma. Se abrió el orden de la palabra. Muchos de los presentes querían expresar su postura, sus razones y aportar conceptos para entender el estado de situación.
Desde el inicio se dió una geografía clara en la asamblea. Quienes estaban en contra de la toma se ubicaron en la parte más elevada del anfiteatro. Desde allí, desde el primer momento, instaban a cortar el debate y pasar inmediatamente a la votación. Creo que es un rasgo interesante para pensar: no debatir, no exponer, no escuchar. Se hizo caso omiso, y se debatió. La constante de este grupo, de quienes hablaron en su representación, fue admitir la defensa de la educación pública, pero la de no querer “politizar” la cuestión, de que querían hacer valer su derecho individual de estudiar y de algunos docentes dar clases. Por la otra posición, toda vez que se habló de educación pública se defendió la misma como un acto político que necesita políticas activas y consecuentes. Se defendió la instancia de la lucha por un derecho colectivo antes que individual, se amplificó la necesidad de comprender que a la educación pública se la defiende en los modos inclusivos, con perspectivas de género, pluricultural, latinoamericanista, laica, democrática, gratuita, expansiva y en y con el pueblo, ese que muchas veces no llegará, y otras que no lo hará porque hay políticas concretas que se lo harán imposibles, como las que tenemos actualmente. Fue evidente que uno de los grupos iba de mínima, y el otro de máxima. Unos iban por la inmediatez de no perder una clase, otros por la mediación de la historia pasada, presente y por futuros múltiples. Fue muy gráfica la carencia argumentativa del grupo que apenas quería su derecho individual y egoísta, frente a un contexto que necesita lo común y solidario.
Los interlocutores del grupo que instaba al levantamiento de la toma aportaron slogans fascistas algunos, slogans de coaching ontológico otros. Livianos unos y provocadores otros. Los argumentos estuvieron del otro lado. Un argumento es un tipo especial de discurso, no apenas un lema emotivo sin visos de racionalidad. Hubo alguna excepción por supuesto, fue el caso de aquellos que parten del principio del individuo antes que lo colectivo. Hay una racionalidad allí, pero una que parte de la idea abstracta del sujeto en el mundo. Yo, y luego el mundo. Incluso no lo perciben como algo problemático en sí mismo en un ámbito en que lo común y solidario es el punto de partida histórico, y que ello es un ámbito disputado por quienes lo proponen privatizar, hacerlo privatista, y con ello excluyente. Había una cierta concepción naif del mundo en algunos, que entendían que lo político se resuelve por los procedimientos burocráticos o con apelaciones a la voluntad de quienes conducen una lógica de gobierno. Eso se hace, y se hizo, es lo que se les pasó por alto. Pero la violencia de la indiferencia, del avasallamiento presupuestario, el ninguneo a la docencia, el desmanejo intencionado de lo público, la precarización y degradación del Estado como garantía de los derechos individuales y colectivos, ciertamente va imponiendo un estado de situación y una necesidad de buscar modos en que la disputa por lo político entre en otros cauces.
Más preocupante aún fueron reclamaciones de evitar las menciones a Santiago Maldonado, cuyos ojos interpeladores miraban la asamblea desde el piso del anfiteatro, en una pintada de unos 30 metros cuadrados. Los estudiantes en la toma lo eligieron como Presidente Honorario de la misma, y quienes estaban en contra de la toma se refirieron a él de modo despectivo, injusto, sin ninguna necesidad de hacerlo de ese modo. Sólo querían hacerlo y dejar en claro que se nutren de emotividades de odio, no de procesos argumentativos serios que al menos podrían hacer que se abstuviesen de degradar una muerte violenta de un pibe de su misma edad, independientemente de lo que en su fuero íntimo quieran pensar de ello. Preocupante en una universidad. Lógicamente, esos comentarios no hicieron más que caldear ánimos. Primó, por suerte, la no aceptación al convite violento que descendía desde el tope del anfiteatro. El amor estaba en el otro sector. Otro pibe de los que querían levantar la toma, o el mismo que se refirió así a Santiago Maldonado, dijo que era una locura que pidieran DNI para entrar a la universidad y tildó de fascistas a quienes lo hacían. Rápida de reflejos, una alumna encargada de seguridad de la toma, pidió una “moción de aclaración” (una pregunta directa a quien habla) y le preguntó si eso había pasado en su ingreso y quién lo había hecho. El pibe, en un acto de honestidad, dijo que nadie, pero que en Whatsapp o Instagram alguien había dicho que sí pasaba. Un acto degradante. Ir con una mentira, sabiendo que lo es porque la propia experiencia lo desmiente, y decirla ante 1.500 personas, debería ser un acto vergonzante y debería llamar a la autorreflexión a su enunciador y a los que se nutren de supuestos. Otro pidió el regreso de los militares, con un nivel de desconocimiento y sensibilidad increíble. Mientras tanto, llegaban noticias de destrozos en baños con pintadas contra la toma. La violencia seguía siendo potestad de un sólo sector.
En el bando de los que apostaban a la continuidad del plan de lucha con toma, se procuró dejar en claro que era una alegría que todos aquellos que estaban en contra de la toma, finalmente se hicieran presentes. Lo cual, a priori, desmentía que la universidad estuviera cerrada. Celebraron la discusión, y desde posiciones feministas, sindicales, cooperativistas, trabajadores despedidos, madres estudiantes, agrupaciones universitarias y externas a la universidad, se aportaron conceptos en torno a la inclusividad de la lucha por la educación pública, la extensión de la articulación con los afectados por el gobierno neoliberal, a la historia y la necesidad de historizar el hecho político que es haber ganado el derecho (no el privilegio, el derecho) a estar en una universidad pública que costó tanta sangre de compañeros muertos o desaparecidos, tantos palos oligárquicos, tantas intervenciones dictatoriales, tanta represión de la libertad de enseñanza.
Fue una clase a cielo abierto. Fueron 7 horas, en las que los que se fueron eran aquellos que no querían discutir ni oír, sólo votar para irse a sus casas, los que no son cuerpo en la lucha por los derechos de otros, apenas presencias etéreas necesarias para una lógica egoísta. La inmensa mayoría no se movió. Arriba del escenario, los que estábamos moderando, éramos asistidos con mates y galletas, y abrigos, porque se ponía muy frío. Piernas al borde del calambre, pero exigidas por la historia del momento.
Finalmente, y casi a la una de la mañana, se inició la votación. Un proceso complejo porque éramos muchos, y no debían quedar dudas de la legitimidad del procedimiento. Se mocionó la votación por la continuidad de la lucha con toma o sin toma de la universidad. Se iba a contar nominalmente cada voto, así que se improvisó un mecanismo de cuenta con la ayuda de compañer@s de ambos sectores para garantizar transparencia. Primero, se votó por la positiva. Una inmensa mayoría descendió hacia el centro del anfiteatro y en fila fueron pasando de a uno para que se los contara. En mi visión privilegiada, me dí cuenta que en ese grupo que se iba haciendo más claro por la proximidad, conocía a la mayoría, que me saludaban, me guiñaban el ojo o pasaban a saludar con una mano o abrazo. Cuando finalizaron, bajó el grupo por la negativa. Eran notoriamente menos. Y también me dí cuenta desde el escenario que no conocía prácticamente a ninguno, salvo a una persona que no me saludó, que no había docentes (se ve que mandan alumnos a hacer lo que ellos piensan, o que apenas son militantes de Facebook), que no había colores. Y me sentí muy bien, me sentí feliz de mi pertenencia a la lucha solidaria por los derechos sobre lo común. Me sentí reconfortado por los abrazos de muchos que me hacían gestos de agradecimiento por el aguante y por las palabras ya dichas hacía muchas horas.
El resultado de la votación fue una abrumadora mayoría por la positiva: 995 votos. Por la negativa, 281. Allí rápidamente se vislumbra porqué la preocupación del neoliberalismo y sus think tanks por intervenir y desguazar la educación pública. Son espacios en donde el pensamiento solidario y emancipatorio se expande, se vive, y se traslada, con insuficiencias, pero lo hace. Y se hace aún más clara la necesidad de defender esos espacios. Todos los que estuvimos allí queremos levantar la toma y volver a trabajar y estudiar, pero necesitamos hacerlo garantizando el derecho de tod@s a hacerlo, de los que están hoy y por los que deberían estar mañana. Anoche se trabajó y estudió mucho, como todos estos días con las clases públicas y las discusiones sobre lo que acontece. Son cursos acelerados de política sobre lo común. Debería tomarse nota.
Todo concluyó con la euforia de la amplia mayoría. Creo que fue el triunfo de la política, de la política consciente que lo es, sobre todas las cosas. L@s alumn@s que se fueron con el sinsabor de la derrota, deben entender que participaron de un hecho histórico, que la defensa del derecho a la educación pública es el fondo común, y que todos allí quieren que la toma termine lo antes posible, pero no sin haber logrado algo, así sea hermanarse en y por lo común.
Fui a buscar la bicicleta, después de 7 horas parado y con la tensión de estar frente a ese público. Saludos y afectividad fue la constante. Había ido en bicicleta a las 3 de la tarde, me tocó pedalear a la 1:30 am. Voy en bicicleta porque es bueno en muchos sentidos, pero también porque soy un trabajador docente con un sueldo que tengo que cuidar muchísimo para darle prioridad a las necesidades y gastos familiares. No voy en colectivo porque es caro, ni hablar en auto. Soy un trabajador docente, que tiene tres títulos de la universidad pública. Nuestro reclamo es justo. Los que trabajamos allí queremos ganar un sueldo justo, digno. No queremos ganar para comprar Lebacs, y ni nos interesaría ello. Sabemos que el trabajo en la universidad no es para hacerse rico, y lo hacemos a conciencia. Sabemos que estamos para trabajar para algo más grande que nuestras pequeñeces pequeñoburgueses. Pero nos insultan cuando el presidente nos dice en la cara que le gustaría pagarnos más, y hace una semana le perdonó 70 millones de dólares a un amigo suyo, dueño de Molinos Río de La Plata, lo que hoy (con un dólar a $40, producto de sus propias devaluaciones) significa dos veces el presupuesto de la universidad en la que trabajo. Por eso insisto, hay que juzgarlos por lo que hacen, no lo que dicen.
Volví pedaleando con un gran amigo, el Colo. Repasamos lo que pasó allí, casi sin creer el nivel de la discusión, la pobreza argumentativa de los “anti-toma”, que seguramente no es el de todos ellos, pero sí de quienes decían representarlos. Charlamos de las necesidades de repensar la formación en lo común de la Universidad Pública, algo que debería ser elemental para evitar o disminuir pensamientos tan egoístas en un ámbito tan solidario. Nos despedimos sabiendo que la seguimos hoy, en un rato nomás, en la asamblea de filosofía que se va a dar en el campus.
Llegué a mi casa cerca de las 2 am. Mi compañera duerme, mis dos hijas de 3 y 5 duermen. Mientras como algo, me entristece un poco pensar que no estuve con ellas en todo el día, que no cenamos juntos, que no las acosté ni les conté el cuento que invento sobre la marcha. Después pienso que me entristecería mucho más si un día me preguntan qué hice para defender ese derecho humano a la educación que tienen ellas y cualquier otro que habite este país, y no tuviera ninguna historia para contarles. Y uno todavía tiene que escuchar que nos mueve el odio. No, se equivocan por galaxias. Nos mueve el amor.
Por Santiago Polop
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Río Cuarto
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1 comentarios:

Natasha Cater dijo...

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