jueves, 29 de enero de 2015

#Nisman, #Lagomarsino y los hijos

Por Daniel Gigena
Periodista

“De pie ante los televisores de la redacción en el tercer piso, los periodistas miran la conferencia de prensa que los canales de televisión transmiten en vivo. La palabra "hijos" se repite demasiadas veces; él y la víctima tenían hijos (a su vez supongo que los hijos deberán ser considerados víctimas también); a la larga la palabra pierde sentido y adquiere un valor simbólico, que quizás tuvo desde el comienzo, como si alguien le hubiera aconsejado: "Hablá de hijos". Ya no representa la prole que cualquiera puede dejar en el mundo sino un valor cargado de futuro, de supervivencia, positivo, ya que personajes públicos la usan en sus defensas: artistas de variedades, criminales, sospechosos, políticos fraudulentos, psicópatas de poca monta y futbolistas retirados.
Siento vergüenza de mirar la televisión de pie, como si se cantara el himno o pasara un cortejo fúnebre por los pasillos de la redacción; sin embargo, escucho a la fuerza mientras finjo que escribo en la computadora algo relacionado con el trabajo, ya que estoy en horario laboral, un horario con ciertos privilegios debido a cuestiones personales pero que alcanza y sobra para mis tareas en el diario (les cuento que no son pocas), rodeado de personas en las que no confío. (Hace años que estoy cansado y se los atribuyo a ellos.)
Luego de varios años de trabajar, a mi padre le diagnosticaron astenia. Ese era un síntoma secundario de una enfermedad grave, pero para mí era uno de los más importantes, el que le permitía quedarse en casa, en pijama o en ropa de entrecasa, en lugar de madrugar y caminar hasta una parada de colectivos que estaba cerca de un complejo de edificios y de una villa pequeña, con pasillos de cemento y calles de tierra; él preparaba el desayuno, escuchaba la radio, leía y a la tarde dormía un sueño liviano que ni los perros ni yo debíamos alterar.
Como los perros, yo también andaba descalzo por la casa; si cerraba la puerta o los postigos de una ventana lo hacía con suavidad; en verano, antes de la tormenta, desenchufaba la heladera (un rayo había caído en Río Seco y se había quemado la heladera que luego costó reponer), yo dejaba los cables encima de una silla baja de mimbre, en la que mi abuela paterna cebaba mate, como si fueran también ellos seres vivos (a veces víboras, o tentáculos o la cola de un animal gigantesco) que ahora durmieran”.

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