sábado, 23 de noviembre de 2013

Otra vez: masiva movilización de fin de semana de la clase media en contra de la DiKtadura

"¿Por qué la clase media hizo lo que hizo en los setenta? ¿Por qué reaccionó de manera diferente en el golpe del 55 al del 76? ¿Cómo vivió la violencia política? ¿Qué recuerda de aquélla época? "Buscaba memorias menos razonadas", dice el sociólogo Sebastián Carassai, que en su libro "Los años setenta de la gente común" responde algunas de estas preguntas con un método poco ortodoxo. El suyo es un trabajo de rescate enfocado en un sujeto social, la clase media apolítica. (Los) entrevistados (son) anónimos. Gente que no ocupó cargos relevantes, que no estuvo cerca del poder ni se volcó a la militancia política entre 1969 y 1982, tiempos de ascenso de la violencia y luego del terrorismo de estado. La mayoría silenciosa o silenciada, según se los mire, en ellos se enfoca Carassai. "Traté de despertar su memoria emotiva", dice acerca de esos testimonios, tomados en Buenos Aires, Correa (Santa Fe) y San Miguel de Tucumán. Largas entrevistas, que incluyeron el uso y análisis de material gráfico y audiovisual de consumo masivo en los setenta. Documentales, telenovelas, publicaciones, imágenes y audios que ellos pudieran haber visto en aquél momento y que, de algún modo, eran la explicitación de la naturalización de la violencia. De la revista Humor a Tato Bores, de Rolando Rivas taxista a la revista Gente. Testimonios de la vida cotidiana en un tiempo en el que hasta la publicidad "usaba las armas" para seducir a los consumidores.
-Analiza el rol de la clase media en los golpes del 55 y del 76, muy activa en el primero y pasiva en el último. ¿Qué más surge a partir de esa comparación?
Las reacciones fueron diferentes, sí. Las plazas desbordantes y la celebración masiva que significó el golpe del 55, contrasta con ese paisaje desértico que ofreció al golpe del 76. Y explica, de alguna manera, la actitud previa a ambos golpes. La celebración daba cuenta de que esos sectores sociales de clase media no peronista habían tenido una posición de resistencia anterior. Esa clase media antiperonista se había sentido resistiendo al "régimen del tirano", y por eso festejó. Ahora, la imagen de indiferencia ante el golpe del 24 de marzo de 1976, algo que estos sectores consideraban inevitable, da cuenta de una actitud de resignación. En marzo del 73 cuando el peronismo vuelve a triunfar de manera masiva, los sectores de la clase media no peronista sintieron resignación. Dijeron, este país está condenado a gobiernos peronistas o como sucedió luego en el 76 a gobiernos militares que se opongan de manera feroz a gobiernos peronistas.
-¿Esa resignación se vuelve irreversible?
No. Yo introduzco ese concepto para tratar de explicar la actitud de estos sectores frente al 24 de marzo. Pero esa resignación no será definitiva. El triunfo de Alfonsín en 1983 es una prueba de que las clases medias no peronistas lograron ganar una elección limpia después de décadas.
-Cuando hablamos de clase media en la Argentina no podemos dejar de lado rol de la universidad, como herramienta de ascenso, allí mismo había disputas sobre si politizar o no la universidad...
Durante los años peronistas ser universitario era casi sinónimo de ser antiperonista. Tras el golpe del 55 se abre una discusión que va a llevar a ciertos sectores de esa universidad formada en el antiperonismo a repensar qué había sido el antiperonismo. Allí hay varios grupos interesantes, como Contorno, de los hermanos Viñas, en el que participaron Rozitchner y Sebreli, entre otros. Ese grupo distingue por un lado al peronismo como experiencia popular de la clase trabajadora y por otro ataca los rasgos autoritarios o demagógicos del propio Perón. En el 55 se inicia esa revisión, que va a llevar a lo que algunos autores llaman conciencia culpable de una clase media que no pudo comprender el fenómeno peronista.
-¿La clase media se peronizó o se achicó?
Las clases medias se han vuelto más heterogéneas. A finales de los 80 ya eran mucho más heterogéneas que en los 70. Y en los 90, con el fenómeno de lo que la sociología llamó la nueva pobreza, tenemos gente que culturalmente pertenece a la clase media pero que económicamente ha caído. Está también el fenómeno de los nuevos ricos, que culturalmente siguen teniendo hábitos de clase media. Además, en estos últimos años la clase media se ha ampliado. Hoy es mucho más difícil asignarle una ideología a la clase media.
-¿Tenían una lectura de la realidad política estos sectores medios no militantes, un discurso crítico?
En los monólogos de Tato Bores uno puede ver reflejada cierta manera de mirar la política que está muy cerca de la manera en que una mayoría de esta clase media pensaba la política. Un ámbito opaco, corrupto, que privilegia el juicio moral sobre el político. La lectura de la realidad que hacían estos sectores era esta, al inverso de lo que pasaba en la militancia, donde los problemas de familia se resolvían cambiando la sociedad. Estas clases medias no militantes pensaban que hasta los problemas políticos tenían una solución moral. Hacían falta buenas personas haciendo política. A grandes rasgos, esa era su lectura de la realidad política.
-Tal vez una de las tesis del libro sea que esta clase media funciona por oposición, es antiperonista, anticomunista, pero no necesariamente pro militar...
Independientemente de cuán lejos hayan estado de los militares, los golpes militares venían a solucionar sus problemas con determinados gobiernos. En el 55, frente un gobierno peronista que juzgaban dictatorial, en el 76 frente un gobierno peronista que juzgaban decadente. Pero enfatizo más su preocupación acerca de lo que significaban los gobiernos peronistas que una adhesión a los militares. Lo que los puso en la vereda militar tanto en el 55 como en el 76 no fue tanto su deseo de ver a las Fuerzas Armadas en el poder sino su rechazo a lo que juzgaban gobiernos corruptos, demagogos, y en el caso del 76, un gobierno que ya no podía garantizar el más mínimo orden social, político y económico.
-Para muchas de estas personas, haber sido ingenuas, no saber, es visto como un valor y no como un pecado, como una justificación frente a su inacción ante el terrorismo de Estado...
Hay que correr el eje del interrogante. No preguntarnos si sabían o no. Es evidente que algo se sabía, se oía, se veía. Distorsionada, parcializada, había información. Pero también es cierto que lo que sucedía, no lo conocíamos como lo conocemos ahora. Yo quise preguntar cómo procesaron lo que sabían. Y hay varios elementos a tener en cuenta. Por un lado, que buena parte de lo que sabían no constituía una absoluta novedad. Si uno lee la prensa del 74, 75, hay denuncias de torturas, aparición de cadáveres, desapariciones, hay mucho de lo que después se va a masificar, lo que se va a convertir en una industria de la muerte. Ahí vemos un cierto acostumbramiento, una naturalización de la violencia. Otro elemento es que en el 76 no fue el primer golpe militar, había memoria de otros golpes, y esos golpes, en la memoria, no significaban terrorismo de Estado. Significaban gobiernos autoritarios, cierre de partidos políticos, pero no terrorismo de Estado. Otro elemento es que los pares democracia dictadura y civiles militares no se oponían como lo bueno y lo malo. Hoy hay un consenso mayoritario de que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. No era así en los 70. Y allí hay un cuarto elemento, que es lo que yo llamo el Estado supuesto saber. Buena parte de estos sectores medios no comprometidos con la lucha política, sobre todo aquéllos que estaban mal informados, que eran muchos, atribuyó un saber al Estado, un saber absoluto que yo llamo supuesto saber porque traigo el concepto de Lacan, del sujeto de supuesto saber. Su idea es que no hay análisis posible si el analizado no supone un saber mágico, secreto en el analista. Ese concepto me sirvió para pensar muchos de los testimonios que para ellos el Estado no podía estar haciendo lo que hacía sin ninguna razón. Alguna razón oculta o inalcanzable para nosotros debe tener. Ese elemento jugo un rol al menos en los primeros años. El Estado como fetiche, cierta superstición civil de depositar en el Estado un saber al que no se le exige prueba o evidencia de lo que hace, sino que está basado en la necesidad de creer".
Fuente

0 comentarios:

Publicar un comentario