viernes, 3 de mayo de 2013

La ley K y el populismo cacerolo

 
"Estamos frente a un kirchnerismo de otra edad. Cumpliendo una década de gobierno y en su tercer mandato consecutivo, se trata de una de las experiencias políticas más estables de los últimos cien años. Un proceso político de estas características tiende a querer regularizar y rutinizar sus políticas públicas. Busca, en definitiva, una institucionalización.
La administración kirchnerista no se caracterizó, en su impulso inicial, por la institucionalización de sus políticas. Buena parte de su gobernabilidad fue implementada a partir de un conjunto heterogéneo de decisiones administrativas. Las incertidumbres de la sucesión plantean una nueva agenda metodológica, con fuertes incentivos para institucionalizar políticas. Si quiere perdurar, el kirchnerismo debe dejar su impronta en leyes, regímenes, burocracias y mecanismos. Tal vez, a eso estamos asistiendo a partir del 2012.
Los grandes debates vienen girando alrededor de reformas institucionales que plantea el kirchnerismo, siendo la ley de medios audiovisuales y la “democratización de la Justicia” las dos más polémicas, y la resistencia, en formato populista, de la oposición partidaria y la sociedad civil antipolítica. Los términos del conflicto parecen haberse invertido".
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"Los cacerolazos expresan una insatisfacción con el Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que es, al mismo tiempo, profundo, potente e indefinido. En los cacerolazos se superponen demandas de mayor seguridad, de defensa “de la Justicia” , de liberar la compra de dólares y contrarias a la corrupción. Sin embargo, esta multiplicidad de demandas no opera en contra de la convocatoria o la potencia de la marcha. Antes bien, seguramente es uno de los factores de su éxito, mientras que otras marchas convocadas alrededor de una única consigna (por ejemplo, la marcha convocada para el aniversario del choque de trenes en Once) no han alcanzado ese impacto. Por supuesto, esto no es una novedad para aquellos mínimamente familiarizados con los fundamentos teóricos de la movilización populista: la multiplicidad y equivalencia de las demandas permite que en movilizaciones como ésta todos se sientan partícipes y todos se sientan representados, más allá de que no exista un programa ni una plataforma clara. Por eso, las críticas a las movilizaciones que dicen “no están de acuerdo entre ellos” ignoran el punto: justamente de ese “no estar de acuerdo” depende su potencia.
La centroderecha es hoy la izquierda democrática de los ‘90. Es decir, la centroderecha en Sudamérica se encuentra en una posición extrañamente simétrica con lo que era la posición de los movimientos de izquierda de hace 15 o 20 años: en la oposición, sin partidos políticos fuertes que representen a esos sectores, enfrentada a una ideología que goza de apoyo en las urnas y la que no podrán desplazar por métodos no democráticos. Entonces, en la Argentina (como en Venezuela) hemos visto a intelectuales liberales o de centroderecha enamorarse de las posibilidades renovadoras de la política de la movilización espontánea; defender el derecho de las marchas de ocupar el espacio público aunque aquello moleste a algunos transeúntes y discutir los tradeoff inherentes en la relación entre movilización y representación, espontaneidad y liderazgo, es decir, debatir qué tipo de estrategia democrática es más adecuada a sus fines. Esto es un dato muy positivo en un país en donde la centroderecha nunca quiso (y tampoco necesitó) desarrollar un partido de masas propio con capacidad de ganar elecciones".
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1 comentarios:

Unknown dijo...

Esto es autoritarismo. El modelo k va por los 3 poderes. No saben el significado de república y meten el sucio aparato político en todo....es el revólver en un asalto a la república profesada en nuestra constitución. Fuente: educación cívica de tercer año de un común perito mercantil.

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