viernes, 28 de diciembre de 2012

Piró Romero: Aguinistis aguda

 
"Los partidos políticos y los actores corporativos tienen que decidir qué hacer con el impulso social generado por las movilizaciones de fin de año y cómo prepararse con vistas a las cruciales elecciones de 2013.
Sin duda, deberán seguir trabajando en la desmitificación del kirchnerismo: las trampas del discurso, las contradicciones entre lo dicho y lo hecho. Los partidos deberán cuidarse de no volver a caer en sus redes, como ha ocurrido cada vez que el Gobierno invocó al Estado para apropiarse de alguna caja o extender su poder. Sobre todo, tendrán que concentrarse en batir el flanco gubernamental hoy más expuesto: sus gruesos fracasos en la gestión. Problemas como el transporte, la energía, la inflación, la inseguridad, que simplemente se manejaron mal, más allá de la ideología. Problemas antiguos, que el Estado pudo haber encarado con un uso racional de los recursos excepcionales que manejó. Hay que decir, simplemente, que no saben gobernar.
Esto es terreno conocido para la oposición. Pero el Gobierno está creando un segundo desafío, mucho más complejo: el desbarranque institucional.
Es difícil imaginar que la feroz embestida de estos meses termine simplemente porque el Congreso no dé vía libre al proyecto de reforma constitucional. También es difícil imaginar que la Presidenta y su núcleo jueguen sus cartas en favor de un sucesor proveniente de su grupo. No confiarán en nadie, y harán bien: cualquier candidato portará el germen del poskirchnerismo. Cuesta imaginar que la Presidenta traspase el poder normalmente.
Aunque desgastada, la Presidenta conserva un poder de fuego considerable y una indomable voluntad de luchar hasta el final. Nada más temible que el zarpazo de la leona herida. Lo de Clarín ha pasado a ser un problema menor. Hoy amenaza con hacer trizas el Poder Judicial y avanza en el terreno de las expropiaciones. La inflación no debería ser un problema complicado, pero la ignorancia y el empecinamiento pueden convertirlo en catastrófico.
Hay alternativas todavía peores. Puede ocurrir que, si la reforma institucional fracasa, elija patear el tablero institucional. En 1852, el presidente francés Luis Napoleón Bonaparte enfrentó una situación similar: una cláusula constitucional le cerraba el camino a la reelección. Muchos conocen la célebre versión de Carlos Marx, un contemporáneo. Bonaparte optó por disolver la Asamblea, convocar a un plebiscito y hacerse proclamar emperador. La oposición republicana creyó que Bonaparte jugaba de acuerdo con las reglas, pero el presidente las ignoró, convencido de que "lo formal" no podía ser un límite para "lo real".
Bonaparte apeló como fuerza de choque a lo que Marx llamó el "lumpenproletariado". Algo de eso existe hoy en las barras bravas, los "vatayones militantes", las organizaciones delictivas protegidas por la policía y hasta en las milicias de Milagro Sala. Ya hay muestras del tipo de violencia que pueden practicar. Podrían eventualmente sustentar una desesperada huida hacia adelante. No creo que fuera estable, pero produciría un choque catastrófico.
Ante esta posibilidad, la prioridad de la oposición es sostener la institucionalidad, en contra de las tendencias destituyentes del grupo presidencial. Debe combinar el discurso fuertemente crítico con otro vigorosamente institucional. Y aquí tienen que estar todos: un sólido arco conformado en torno de la democracia, la República y la libertad. Sin especulaciones ni medias tintas. Sin vacilaciones ante las tentaciones populistas".
Fuente
Historia clínica

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