domingo, 15 de julio de 2012

Oleadas que van y vienen: el regreso del autoritarismo K

Morales Solá: "Cristina Kirchner es una mujer que ha cambiado profundamente en los últimos meses. Siempre fue mandona, pero nunca había llegado a los niveles actuales de autoritarismo. Nunca fue amplia ni tolerante, pero antes sentía cierta curiosidad por otras realidades, que ahora ha perdido. Antes le gustaba desfilar por las pasarelas de la política internacional; ahora ha hecho de la Argentina el centro del mundo y convirtió al mundo en un despreciable vecindario.
Tres cadenas nacionales de radio y televisión en apenas cuatro días requieren de un gran concepto de sí misma. Más que la repetición, sorprende lo que dice. La Presidenta no les habla a los argentinos, sino que apela a sobrentendidos para agraviar o chacotear con el mundillo político. El exceso discursivo la empuja también permanentemente al error o a la confusión, justo a ella que era una obsesiva perfeccionista con sus apariciones públicas.
Pertenece a un universo político con poco sentido republicano, es cierto, pero antes solía subrayar su apego a la ley. Ahora usó sus discursos para cometer dos delitos: primero anunció que desobedecería a la Justicia si ésta le ordenara movilizar la Gendarmería, y luego violó el secreto fiscal cuando expuso la situación ante la AFIP de un empresario inmobiliario que contó que el control de cambios fulminó su actividad.
Es una Cristina nueva, más radicalizada y menos realista, más arbitraria y menos predecible. El problema de la Presidenta es que no puede romper, ante sí misma, el hechizo de su relato. La aceptación de un solo error significaría la caída de todo el relato. Persistir en esa fantasía necesita de cantidades cada vez más grandes de cadenas nacionales y de mayores dosis de insoportable autoritarismo".
Valiente Noailles: El presente, en la Argentina, está compuesto por micropartículas y partículas de sus vicios del pasado. En el presente confluyen vestigios del autoritarismo de los setenta, restos de la inflación de los ochenta, símiles de la corrupción de los noventa y esperemos que no emerjan los de la recesión de principios de siglo. En los setenta, con todas las diferencias del caso, el Estado perseguía a los ciudadanos que no pensaban como se debía pensar. Había una ideología oficial y la vocación era suprimir a quienes pensaban diferente. Hoy se vive una versión suave de la intolerancia de aquella siniestra época, pero la matriz autoritaria, que luego desemboca en herramientas diferentes, sigue intacta. Esa matriz sigue produciendo iluminados, incapaces de convivir con lo que no se les asemeja. Y desde esa iluminación se procura evangelizar al resto, a la vez que enviar a la hoguera real o simbólica a los herejes.
Raffo: "No podemos salir por lo que dijo –no, lo que hizo– la Presidenta: usó la cadena nacional para denunciar y amenazar en público a un tipo que había dicho algo tan inocente, obvio y elemental que no hacía falta que nadie lo dijera, pero resultó ser una de tantas cosas obvias que ya no se pueden decir. Son muchas las cosas que no se pueden decir. No hay una lista explícita pero todo el mundo sabe cuáles son. Y si no sabe por las dudas no las dice; el castigo es ejemplar. Por eso la oposición que no existe calló aunque les pedimos por favor que hablaran, que hicieran algo, cualquier cosa, el simulacro de escandalizarse aunque sea. Y por eso el periodismo presentó esta aberración sin precedentes como una nota de color, las frases “más picantes” que ningún diario argentino reprodujo enteras. Hubo que ir a leerlas al diario El País como cuando nuestros abuelos escuchaban Radio Colonia para enterarse de qué pasaba a quince cuadras de sus casas.
Igual El País no es Radio Colonia, hablemos con precisión, que como dice María O’Donnell es la única forma creíble de sostener nuestro laburo. Ella es tan creíble –tan precisa– que cuando pasan cosas como éstas no dice nada, salvo que son legales.  ¿Y si el decreto que legaliza amenazar con la AFIP dice que los datos no alcanzados por el secreto fiscal no deben ser utilizados indiscriminadamente, qué hacemos? Lo ignoramos. ¿Lo ignoramos cómo? Como María O’Donnell: con precisión. ¿Qué más querés? No es ilegal amenazar a la gente, y si sos presidente, tampoco. ¡Enjoy! Amenacemos con felicidad".
Laborda: "Cristina Fernández de Kirchner está dispuesta a emplear todos los instrumentos del Estado para enfrentar a su enemigo, al que se puede definir como todo aquel que exteriorice un serio cuestionamiento a las políticas oficiales. Desde el aparato de recaudación oficial hasta los servicios de inteligencia, pasando por el cada vez más abusivo uso de la cadena nacional, todos los recursos se hallarán a mano de la titular del Poder Ejecutivo para disciplinar a los disidentes.
El escrache al que la primera mandataria sometió a una empresa inmobiliaria, luego de que uno de los socios de la compañía se quejara de la indesmentible caída de las ventas de propiedades tras la instrumentación del cepo al dólar, es sólo una muestra de los abusos de poder de un gobierno que ha llegado en las últimas horas al extremo de forzar al Banco Central a idear la posible condena a pesificación perpetua a quienes compren dólares para viajar al exterior y finalmente no salgan del país.
En el momento de mayor intervencionismo del Gobierno sobre la actividad privada y de menos respeto por el derecho de propiedad, la dirigencia empresarial habla poco y nada sobre la cadena de arbitrariedades oficiales. Prevalece el temor a las represalias. Se termina imponiendo la lógica que traslucía un viejo eslogan del último régimen militar de la Argentina, "El silencio es salud", que identificaba una supuesta campaña de bien público con nefastas connotaciones".
Viau: "el lunes 9 de julio hubo un derroche de teatralidad: 35 minutos en los que la jefa de Estado y su discurso fueron y vinieron de la virulencia al arrobamiento, de la exhortación a la orden, del mohín a los ademanes ampulosos, del “nosotros, el Estado” al furibundo “¡Corré la cámara, che, que no me pueden ver de ahí! ¡Corré la cámara!”, una salida de madre más propia de la dueña de un cortijo que de la presidente de una república. Aunque a lo mejor a ese trato estén acostumbrados los ministros, los gobernadores, los intendentes del oficialismo, simples servidores del matrimonio santacruceño. ¿Por qué usar otros modos con aquellos a los que se alude como “la piara”? ¿Por qué no suponer que si ellos lo han soportado, bien pueden soportarlo todos los demás? Acaso ése sea el carácter que el frío y el viento incesante de la Patagonia han cincelado en una mujer de clase media baja con desmesuradas aspiraciones de ascenso social.
Ya no alcanza con la grotesca proliferación de medios –estatales y privados– cuya existencia tiene como única misión alimentar el relato que Cristina Fernández hilvana con perseverancia ante la sociedad, también hay que disuadir a las voces que desentonan con ese mundo feliz. No es descabellado preguntarse quién será, de aquí en más, el valiente que se atreva a abrir sus datos a un cronista, a contar sus dificultades a la prensa. 
Lewis Carroll creó un personaje irascible y despótico, la Reina de Corazones, concebido –dicen– como una venganza contra su soberana, Victoria, la del luto interminable, “la viuda de Windsor”. La Reina de Corazones es lunática e implacable, su orden favorita es “que le corten la cabeza” y por eso tiemblan los jardineros que, desesperados, pintan los rosales blancos con el rojo que a ella le gusta. En la comitiva de la Reina de Corazones está el Conejo Blanco, “siempre riendo sin ton ni son”. El juego de crocket que practica la reina con sus súbditos es estrafalario: no tiene reglas y si las tiene no deben ser cumplidas. Alicia , la protagonista de Carroll, se pregunta entonces: “¿Qué será de mí? Aquí todo lo arreglan cortando cabezas. Lo extraño es que todavía quede alguien con vida”. La niña está asustada. Pero el miedo se disipa cuando Alicia logra recordar que, al fin de cuentas, la temible Reina de Corazones no es más que un naipe de la baraja".

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