sábado, 7 de julio de 2012

César Altamira, sobre el kirchnerismo republicano y su narrativa

"A pesar de los profundos cambios operados en la sociedad argentina en los últimos veinte años, que la volvieron más heterogénea, más singular, menos fordista y más cognitiva, el kirchenrismo ha podido gobernar y alcanzar consenso político debido a formas de gestión que remiten más a la tradición y práctica de gobiernos republicanos, que al desarrollo de una governance postmoderna. Se trata de un fenómeno cuyas causas abrevan en la fuerte impronta que el peronismo ha dejado en la sociedad y en la historia política del país. Por ello no compartimos la tesis de Mezzadra acerca de que nos encontramos frente a la crisis definitiva del estado de desarrollo. Debemos examinar esta categoría en el marco de la larga historia latinoamericana respecto a las concepciones desarrollistas y a las de la teoría de la dependencia. Sólo en ese marco nos parece apropiada analizarla. No parece que la productividad política del kirchnerismo se asiente en una discontinuidad con respecto al modelo nacional desarrollista, ni que la adhesión a dicha política sea pura retórica. Las nacionalizaciones promovidas (Correo Argentino, Aguas Argentinas, Aerolíneas Argentinas y últimamente Repsol-YPF), las apuestas a la revitalización del mercado interno, el impulso a las políticas de industrialización y de sustitución de importaciones relativizan por sí mismas dicho abordaje (Mezzadra). No son sólo gestos  declamatorios. Luego de la noche neoliberal reconocemos la existencia de un desarrollismo resucitado. Mixturado e impuro; de patas cortas, sin duda, pero desarrollismo al fin. Es cierto que el capitalismo cognitivo cuestiona y quebranta los conceptos de ciudadanía y representatividad política; que vuelve obsoleta la imagen del representado en y por el estado; que vuelve anacrónico reclamar derecho a los derechos sociales asentado en la relación salarial fordista. Sin embargo, a pesar de ello debemos reconocer que el kirchnerismo ha resultado exitoso en recrear en el imaginario social del nuevo siglo los recuerdos y nostalgias propios de la vieja época peronista. Mientras deja de lado las pesadas cargas de lo que “falta por hacer”: precariedad laboral, informalidad laboral, pobreza sostenida, un 75 % de la fuerza de trabajo fuera de las convenciones colectivas de trabajo, salarios que no alcanzan, salud privatizada, etc. En ese fenómeno se asienta en todo caso la anomalía argentina, el hecho maldito del peronismo.
(...) El kirchnerismo ha confiscado el discurso antisistema y antineoliberal, se ha apropiado de toda política progresista sobre todo en sus variantes más radicales, algunas de ellas producidas por la izquierda y los movimientos sociales, para convertirlo en un dispositivo político  de legitimación, disociando su práctica gubernamental de la ideología que dice representar, permitiéndole absorber, metabolizar y disolver muchas veces las resistencias sociales al interior de la propia institucionalidad estatal. Esta metabolización de la energía política de los movimientos sociales ha corrido en paralelo a su necesidad de denostar, difamar y tergiversar las ideas y posiciones de aquellos que oponen resistencia a su práctica política.  En esa perspectiva ha neutralizado la capacidad de reacción tanto de la derecha política cuanto de las organizaciones sociales. Por ello siempre está un paso delante de sus opositores. En virtud de que conoce de la inconformidad con el pasado (la larga noche neoliberal), es que puede remitir, en un juego de significados, toda crítica a su propia acción como tentativas de retorno al pasado y con ello legitimar su estrategia de poder: o con nosotros o contra nosotros.
(...) La narrativa kirchnerista construye intocables, un relato mítico propio de una casta de sacerdotes a la que se le debe obediencia debida, un relato emancipatorio, liberacionista, misionero. Así, "los crecimientos nunca alcanzados en la historia económica del país", tienen héroes y heroínas: NK y CFK. El kirchnerismo congela toda posibilidad que la sociedad se sienta partícipe. El discurso de realizaciones autocentradas remite a las prácticas de la representatividad y donde los avances político no serían el producto de las luchas y la resistencia social, sino de la bendición de un poder trascendente cuyo cuerpo central y único es el propio gobierno. Esta modalidad de construcción pretende desarmar y desarticular toda resistencia dese abajo al apostar a un mecanismo de delegación que fortalece la anomia social y proyecta en su imaginario la existencia de un gobierno que resuelve las cosas por si mismo, todopoderoso, al mismo tiempo que promueve una sensación de impotencia, de debilidad interna en las fuerzas sociales.
¿Cuál es el aspecto definitivamente atrasado y retrógrado del kirchnerismo? El de invisibilizar al sector social que creció a la sombra de las políticas neoliberales: el trabajo a domicilio, el taller artesanal informal que explota fuerza de trabajo inmigrante, precaria, clandestina e ilegal, la red de trabajadores autónomos precarios dependientes de las grandes fábricas modernas. En fin esa nueva composición de clase a la intemperie de toda reglamentación laboral y sometida a la peor de las condiciones laborales donde efectivamente el tiempo de vida y el tiempo de trabajo se superponen.
Todo parece indicar que en tiempos de globalización los éxitos alcanzados por el desarrollismo kirchnerista tienen plazos acotados. Quizás uno de los mecanismos que  mejor refleja esta limitación se condensa irónicamente en la fuerte dependencia extractivista (sojera y minera) del modelo revelando de manera infausta la dificultad para alcanzar una integración mundial diferente. En estos tiempos, los límites del modelo debemos buscarlos no tanto a las contradicciones y resistencias internas que genera, como fue en los 70`s cuando una dinámica de movilización de masas inédita acabara con él que funcionaba en aquella época (un fordismo trunco), sino fundamentalmente en las limitantes externas (globalización y transnacionalización de las economías nacionales)".    
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