martes, 2 de agosto de 2011

Ensayo sobre la clase media (otra vez)


A partir de este post en este blog de derechas que vuelvo a visitar y ante la reiteración de argumentos que también se escuchan y leen en aquellos de izquierdas, recordé un ensayo que tuve que hacer a fines del año pasado para una carrera terciaria que estoy cursando.
Lo comparto, para volver sobre ese viejo tabú, enigma, llamado clase media.



En búsqueda de la clase media
Lo económico-cultural y las fluctuaciones de las identidades
Ensayo

  
"... Y uno que se sabe morocho, que ha vivido una morocha vida durante tantos años, que ha andado entre morochos durante tantos años, se ve rubio en el espejo y empieza a asumir rubias conductas ¿Por qué?, porque desde chicos nos han dicho que el espejo no miente..."
Alejandro Dolina[1]

Quizás la dificultad para encontrar un puerto desde donde partir al mar abierto de la indagación y la exploración teórica sea la huella de este fenómeno que muchas veces se quiere escrutar desde diversas ópticas. La clase media argentina ha recobrado fuerza de interés analítico desde aquellos que le adscriben un rol central en el presente y futuro del país, hasta los que la defenestran como culpable de los peores males del pasado.
Ambos hegemonizan las particularidades en un sentido u otro para ratificar las miradas políticas y quizás para instrumentar acciones[2]. Desde la política partidaria electoral, se piensa a este colectivo como una fuente grande de votos suponiendo o ratificando aquella representación social muy arraigada de que la Argentina es un país de clase media, sinónimo esto de equidad o igualdad social (términos usados indistintamente).
A ese relato histórico que la sociedad/cultura argentina hace uso para autoelogiarse se le cruza otra representación más numéricamente visceral que da cuenta de que una porción cada vez más chica de la población se apropia cada vez más de las riquezas del país, mientras cada vez más gente tiene cada vez menos.  Esta mirada se conecta más con las síntesis sociales realizadas sobre los famosos años 90 del siglo pasado: un sistema socioeconómico dedicado a excluir y ahondar esas brechas en el ingreso, idea contraria al país de la clase media.
Así, entonces, ser un país de clase media, desde lo económico, aseguraría un desarrollo social equilibrado, mientras uno que prescindiera de ella apostaría por la separación socioeconómica y cultural entre los deciles más pudientes y más empobrecidos.
Este abordaje más socioeconómico del concepto de clase media no es casual, debido a un desarrollo histórico que arranca a comienzos del siglo pasado con algunos sucesos[3]:

*entre 1895 y 1914, según los censos respectivos, la población del país pasa de cuatro a ocho millones de habitantes.
*aumento en el número de inmigrantes, que fue en crecimiento progresivo hasta la primera guerra mundial (durante su transcurso, la inmigración se cierra).
*proceso de urbanización en continuo ascenso, no limitado al Litoral del país, ya que abarca a todo el territorio.
*marcado crecimiento de los grupos dedicados a actividades secundarias y terciarias: personal afectado a la industria, jornaleros, profesionales, comerciantes, funcionarios de la administración pública, etc.-
*duplicación de las líneas ferroviarias y consecuente creación de un mercado interno.
*en el plano político concreto, algunos de los hechos registrados (fundación del Radicalismo y su posterior llegada al poder, la Reforma Universitaria y la formación de los Sindicatos y las primeras huelgas) van a acelerar y producir el ascenso de las clases medias.

Precisamente, va a ser el radicalismo de Yrigoyen el que va a imponerse en las elecciones con el caudal de votos de este incipiente grupo social, estructurado generacionalmente a partir de los hijos y nietos de los inmigrantes en las grandes ciudades pegadas al puerto. Bajaba el analfabetismo, la cantidad de conventillos (lugares típicos de las clases más pobres), se aceleraba el proceso de urbanización y el de movilidad social:

La posibilidad de la movilidad va creando, incluso en los sectores que no logran ascender, la ideología del ascenso. Expansión y movilidad que consolida la creciente diferenciación interna de los sectores populares, como la idea de sus propios valores, o de una identidad clasista.
Un valor propio de clase media como tal es el de la casa propia, y que tiene que ver con la aspiración al ascenso social que tenían los sectores populares. Pero también tiene que ver con la psicología individualista pequeño-burguesa[4].

¿Es aquí donde podemos empezar a ver un inicio de la formación de la psiquis o rasgos psicológicos de esta clase social relacionados más a definirse por oposición a las dos otras clases (baja y alta)?[5] ¿Es acá ya cuando el sueño de la movilidad social, rasgo identatario aún hoy de la aspiración argentina-burguesa, comienza a complejizar la relación de la clase media con los más pobres? Aquellos que azotan a este grupo le indilgan un proceder racista de jerarquizar según el acceso de bienes económicos pero además de sentirse incómoda si las clases más populares se le acercan. ¿Es por esto la tan conflictiva relación de las clases medias urbanas con el peronismo y ahora con el kirchnerismo?
Pero no sólo un supuesto desprecio por las clases más bajas sería un comportamiento tipificado culturalmente para la clase media sino su contraparte: una aspiración de ser de clase alta, sin “darle el cuero”. Y en este trajín, la hipocresía social y las apariencias son dueñas de varios comportamientos políticoculturales que, por ejemplo, la habrían llevado a apoyar a la Sociedad Rural (reservorio de terratenientes y oligarcas agropecuarios, exponentes socioculturales de las clases altas más acomodadas y conservadoras del status quo que perjudicaría no sólo a los más pobres sino también a la misma clase media) en 2008.
En aquel comienzo de siglo pasado, la cultura argentina vivía impregnada por la dicotomía sarmientineana de civilización-barbarie, esa visión iluminista que exaltaba al europeo occidental a imitar como sinónimo de éxito y el gaucho despreciable como el a-culturado irrecuperable que había que asesinar ya que era un obstáculo al progreso prometido[6].
La clase media será representada todo el pasado siglo y ésta primera década del XXI con este rasgo despreciativo hacia los de más abajo y como mansa, entregada, a los designios de los de más arriba[7]. Pero a la vez será sinónimo de moderación, racionalidad, ante los extremos[8]. Thompson (1992) remarcaba esta relación embrincada entre l económico y lo cultural, especialmente en el concepto de clase:

“La clase es una formación “económica” y también es una formación “cultural”: es imposible dar prioridad teórica a un aspecto sobre el otro. De lo que se sigue que la determinación de última instancia puede abrirse paso tanto a través de las formas culturales como de las económicas. Lo que cambia, cuando el modo de producción y las relaciones de producción cambian, es la experiencia de los hombres y mujeres vivos”[9].

El entramado de significados que plantea Geertz como forma de entender la cultura más etnográficamente[10] estará constituido en nuestro país por múltiples relatos contradictorios acerca de la clase media, desde la condena hasta la reivindicación, desde la acusación hasta la solidaridad, desde el desprecio hasta el acompañamiento. Textos que en definitiva intertextualizan con la dimensión política de la cultura y que son muestras de contradicciones al interior del “sentido común social”, posibilidades de los sujetos identatarios de reflexionarse en trama y en diálogo con los poderes hegemonizantes[11].
Así, ver a la clase media más como una identidad sociocultural antes que sólo una categoría socioeconómica puede darnos herramientas teóricas para operarla, más allá de las generalidades, desde la heterogeneidad, el conflicto a su interior, el cambio permanente de representaciones, la mutación de ellas en nuevas/viejas, la incertidumbre de las lecturas no acabadas y en definitiva de un mayor margen de maniobra para los sujetos sociales en ella comprendidos y que se comprenden como tales[12].
Como el conflicto entre el gobierno argentino y las entidades patronales del sector agropecuario del 2008, al cual se sumaron varias franjas sociales, también la contradicción o bien movilidad de las formas de esa clase media tuvieron otra expresión en 2010 con los festejos por el Bicentenario y las manifestaciones urbanas por la desaparición física del ex presidente Néstor Kirchner.
La bronca de muchos espacios intelectuales hacia la clase media por adherir a las patronales rurales mutó en reencuentro al leerse una reincorporación de las mismas al relato nacional y popular que propone una convivencia armoniosa entre ella y las clases más populares (en esos días, las clases más altas se regocijaban en el recién reabierto Teatro Colón junto al dirigente de derechas, Mauricio Macri, en un contraste que varios medios de comunicación se encargaron de subrayar, o bien hacían sonar su bocina o cacerola en varios barrios acomodados del país al grito de “Viva la carótida”, en un giro de aquel “Viva el cáncer” que despidió a Eva Perón).

Cuando cae Perón ya hay una identidad de clase media instalada, por primera vez hay gente que se considera de clase media y no parte del pueblo. Después se abre un largo período de disputa entre dos proyectos que proponen a diferentes figuras como centro de la nación: la clase media o los trabajadores. En esa época surge un elemento que no está en otros países: el desprecio enorme que personas de la clase media tienen contra la propia clase media. Esto aparece con Jauretche, Ramos, Sebreli y otros ensayistas que acusan a la clase media de racismo, de no entender los problemas nacionales y aliarse con la elite. No es una cuestión sólo de intelectuales o militantes, sino que se difunde en toda la sociedad como parte de esa disputa entre dos imágenes contrapuestas de nación. La disputa se salda, provisoriamente, con el Proceso. Ahí hay una derrota del proyecto que trataba de situar al trabajador como eje de la nación. La imagen de la Argentina como país de clase media queda entonces indisputada. De algún modo, eso encarna en el alfonsinismo, que aparece como superación del peronismo y vuelta a la “normalidad”, con fuerte protagonismo de la clase media. La identidad penetra muy hacia abajo, generando ese fenómeno que vemos todavía hoy: gente incluso muy pobre que cree ser de clase media. Durante los ’80 y ’90 esta identidad continúa sin disputa, hasta que el país colapsa[13].

Durante ese colapso que marca Adamovsky, se escuchaba en la Argentina que se desangraba del 2001: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Piquete como referencia a los sectores populares más excluidos y cacerola como herramienta de protesta de la clase media despojada de sus ahorros por las medidas del gobierno abortado del radical Fernando de la Rúa. Es decir, un evento social donde la comunión entre la clase media y la clase baja simboliza una aspiración legitimadora de un relato de país más igualitario.
La misma cacerola será de teflón durante el conflicto rural de 2008 y los individuos representados alegóricamente ya no serán sufridos sino tilingos[14].

La clase media que puteaba a los piqueteros del hambre porque la hacían llegar tarde a la terapia y que ahora se compra la banderita y va al acto del campo para sentirse solidaria, para sentirse una hermana federal. La que lee La Nación en la barcito de GEBA y que siente que Grondona ya fue, pero qué bien este Joaquín Morales Solá, cómo piensa. O lee Crítica de la Argentina, y entonces lo que piensa es qué bien el gordo, cómo le pega a estos turros. La que de ninguna manera se espanta con los negros que llegan en los camiones del conurbano pero en el fondo preferiría que hubiera menos camiones, menos negros y de paso menos conurbano. Así, de un plumazo, que no hubiera: por qué tiene que seguir habiendo. La que putea a los chicos del call center cuando el celular no le manda bien los mensajes de texto. La clase media que en el 95 votó a Menem porque se quería seguir yendo a Nueva York con los 1000 pesos de su salario dolarizado mientras rosarinos desclasados carneaban vacas sobre la avenida Circunvalación o neuquinos expulsados de sus empleos tras la privatización de YPF cortaban caminos en Cutral Có, pero que cuando le tocaron los plazos fijos sintió que lo que le estaban tocando era el culo, y salió a cacerolear porque con el hambre de gente que vive en esos taperíos no sé, pero con los plazos fijos no se jode[15].

Lo que marca Seselovsky son índices de una clase social errática (políticamente hablando y según dónde se ponga lo que la sociedad/cultura llama “proyecto de país”) a la que, como a una hija, “se la reta pero se la quiere”. Se piensa en ella como la salvación de la patria, con sus contradicciones, propias de una identidad sociocultural en tiempos movedizos, fluctuantes, multidimensionales[16], lejos de todo esencialismo reductor, más cerca de lo intersubjetivo y relacional[17]. Clase social que ya no se define como grupo socioeconómico puro, conservado, sino como identidad sociocultural en contradicción permanente con poderes hegemónicos que la interpelan y tratan de moldearla a su favor[18] [19] [20].
Inclusive, las mayores demandas son realizadas desde el interior de la misma clase media por los representantes sociales que han desfilado por este recorrido, trayecto que no necesariamente sea expresión de autocrítica, sino más bien como exorcismo de propios prejuicios[21] en un juego de valoraciones positivas y negativas de lo que somos:

“Los actores sociales -sean individuales o colectivos- tienden, en primera instancia, a valorar positivamente su identidad, lo que tiene por consecuencia estimular la autoestima, la creatividad, el orgullo de pertenencia, la solidaridad grupa), la voluntad de autonomía y la capacidad de resistencia contra la penetración excesiva de elementos exteriores.
Pero en muchos otros casos se puede tener también una representación negativa de la propia identidad, sea porque ésta ha dejado de proporcionar el mínimo de ventajas y gratificaciones requerido para que pueda expresarse con éxito moderado en un determinado contexto social (Barth, 1976, p. 28), sea porque el actor social ha introyectado los estereotipos y estigmas que le atribuyen -en el curso de las “luchas simbólicas” por las clasificaciones sociales- los actores (individuos o grupos) que ocupan la posición dominante en la correlación de fuerzas materiales y simbólicas, y que, por lo mismo, se arrogan el derecho de imponer la definición “legítima” de la identidad y la “forma legítima” de las clasificaciones sociales (Bourdieu, 1982, p. 136 y ss).
En estos casos, la percepción negativa de la propia identidad genera frustración, desmoralización, complejo de inferioridad, insatisfacción y crisis”[22].





[1] Alejandro Dolina, invitado en el programa de Canal 9, TVR
[2] “Durham, evocando a Geertz, nos dice que los sistemas simbólicos son modelos en la doble acepción del ´termino: por un lado, representaciones en sentido propio (modelos de la realidad social), y por el otro, simultáneamente, orientaciones para la acción (modelos para el comportamiento social). Pero, a diferencia de Geertz, prioriza (por encima de los modelos) el proceso de su continua producción, utilización y transformación en la práctica colectiva”. Neufeld, M. R., Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la antropología, en Lischetti, M., Antropología, Eudeba, 1998.
[3] Extracto de “Ascenso de las clases medias”, de Gabriel Cocimano, 1992, en http://gcocimano.iespana.es/Clase%20Media.doc
[4] Idem.
[5] Juan Carlos Onetti dijo: “Hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media” o “pequeña burguesía”. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil”. Citado en http://www.margencero.com/articulos/new03/onetti.html
[6] El concepto de civilización “resume todo aquello que la sociedad occidental de los últimos dos o tres siglos cree levar de ventaja a las sociedades anteriores o a las contemporáneas ‘más primitivas’”. (Elías, 1987, citado por Neufeld, M. R., “Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la antropología”, en Lischetti, M, Antropología, Eudeba, 1998.
[7]En algún momento, en un post que ahora me da fiaca buscar, yo postulaba una tesis muy simple, extraída de un libro fundamental como es “Liberalism, Fascism and Social Democracy” de Gregory Luebbert. Esta tesis argumenta que la variable fundamental para explicar el surgimiento de las socialdemocracias europeas en la década del treinta fue la alianza, o falta de ella, entre clases medias urbanas y rurales y clase obrera. En aquellos países en los cuáles la clase media se alió políticamente con la clase trabajadora, se dieron socialdemocracias. (Dinamarca, Suecia, Noruega, primero; Francia y Alemania en la segunda posguerra). En aquellos países en los cuáles las clases medias se pusieron en contra de las clases trabajadoras y se aliaron con las elites, se mantuvieron los sistemas liberales (Inglaterra y EEUU, sobre todo)”.
[8] Entrevista con Ezequiel Adamovsky, historiador de la UBA (Universidad de Buenos Aires) e investigador del CONICET (Consejo nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas).
[9] Neufeld, M. R., Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la antropología, en Lischetti, M, Antropología, Eudeba, 1998, Buenos Aires.
[10] “El hombre es un animal suspendido de una trama de significaciones que él mismo ha tejido; en consecuencia, entiendo la cultura como esa red… Pese a que es “ideacional”, no la encontramos en la cabeza de nadie, pese a no ser material, no es una entidad oculta… no es un fenómenos psicológico, una característica del pensamiento, de la personalidad, la estructura cognocitiva… la cultura es un contexto, algo dentro de lo cual todo eso puede ser inteligiblemente –es decir, ampliamente, descripto-“. Geertz, C., 1987, en Neufeld, M. R., Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la antropología, en Lischetti, M, Antropología, Eudeba, 1998.
[11] Padawer, Ana, Nuevos escenarios para la antropología: las bandas y tribus juveniles, o la vigencia del culturalismo, KAIRÓS, Revista de Temas Sociales, 2004.
[12]En el libro hay una defensa de la clase media, que es la más odiada de la Argentina. A la clase obrera se le perdona todo porque es la clase de la revolución, supuestamente. Los ricos son los que ponen la plata y hay que cuidarlos porque en algún momento los vas a necesitar; mientras que a la clase media le podés pegar con lo que sea. Bastaría hacer una mínima encuesta para comprobar que los movimientos de derechos humanos y de protesta intelectual contra la dictadura fueron de clase media. No de clase obrera. Eso no se dice porque está prohibido hablar bien de la clase media. Cuando para un padre es una tragedia que su hijo no termine el secundario es porque valora la educación. Para mí la clase media es una clase que con todas sus contradicciones y errores ha puesto mucho en juego por la educación. El otro día leí en un diario que una mujer decía que pagaba 1000 pesos por la educación de sus hijos. Que trabajaba para educarlos. Y eso es algo que yo valoro mucho de la clase media argentina en particular. Acá en este libro digo: ¡viva la clase media!”.
Entrevista con el escritor Marcelo Birmajer, en
[13] Idem.
[14] “Tilinga” es una palabra que actualmente no se usa popularmente. El diccionario de la Lengua Española, editado por la Real Academia define este adjetivo así: “Dícese de la persona insustancial, que dice tonterías y suele comportarse con afectación.” Se usaba más en forma despectiva.
En esencia, la definición del diccionario, (excluyendo el acento despectivo), tilingo es la palabra que mejor define a una mayoría de la clase media argentina. Gran parte de ella posee una personalidad frívola, actúa con hipocresía y se comporta con cursilería. Clase social acomplejada, su mirada está atenta en copiar todo el descarte que le vende los EE. UU”.
[16] “Las identidades culturales no son inherentes, definidas o estáticas: son dinámicas, fluidas, y construidas situacionalmente, en lugares y tiempos particulares”. Wright, S, La politización de la “cultura”, Anthropology Today, 1998.
[17] Giménez, G, Materiales para una teoría de las identidades sociales, México: Revista de la frontera norte Vol. IX, núm. 18, 1997.
[18] “A Matías Berardi lo asesinaron, el martes de la semana pasada, según dicen hasta el momento los investigadores, los miembros de una familia que lo habían secuestrado para pedir 500 pesos de rescate: atrocidad injustificable que merece la más enérgica condena. Pero no fueron sólo ellos quienes terminaron con la vida de este chico de 16 años. A Matías lo asesinaron los vecinos, que lo vieron correr desesperado pidiendo ayuda pero, como era perseguido por otras personas que gritaban que les había robado (luego se sabría que eran sus secuestradores), no intervinieron para asistirlo. (…) A Matías lo mató la clase media, que construye bunkers rodeados por doble alambrado electrificado para subrayar las diferencias entre un adentro habitado por los buenos ciudadanos y un afuera infectado de “malvivientes””.
[19][19] “La clase media argentina -a diferencia de las clases medias en otros países donde he vivido, como Gran Bretaña o Estados Unidos- es muy ostentosa y sólo se solidariza con las clases más bajas cuando le va mal. ¿Te acordás cuando, en 2001, golpeaban cacerolas? Entonces, en el declive, es cuando la clase media está de acuerdo con un gobierno que impulsa el aumento de los impuestos o el blanqueo de la empleada doméstica. Pero esa alianza se rompe cuando las franjas medias empiezan a mejorar y entonces ya no están tan de acuerdo con los impuestos, porque tocan su bolsillo. Ese fenómeno encarna el nuevo gorilismo que vemos hoy.
Es un odio irracional a cualquier cosa que haga este gobierno, sin tomarse el trabajo de pensar honestamente si la medida es buena o mala para ellos. O de comparar esas medidas con las administraciones anteriores, que no fueron mejores. Los brotes de felicidad que produjo la enfermedad de Kirchner fueron otro indicador. Lo más elocuente de este gorilismo es que cuando la clase media comienza a mejorar también empieza a mimetizarse con los valores de la clase alta”.
Entrevista al escritor Guillermo Martínez, en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1253982
[20] “Aunque en 2010 Unos y Otros se disparan frases ásperas, no existe ni gorilismo ni antigorilismo en el sentido histórico. Sí, en cambio (y por ambos lados) un infantilismo político que nos avergüenza aquí y también en el mundo. Exagera Martínez al apuntar que la clase media es "muy ostentosa" y "solo se solidariza con las clases más bajas (sic) cuando le va muy mal". Si de algún sector se insiste en criticar a los Kirchner por la exclusión y la desgracia social de 12 millones de pobres y 4 millones de indigentes, es de la clase media. A los "gorilas" (en extinción) jamás les hubiera sensibilizado ni ésta ni cualquier situación desdichada de un semejante. Aquí lo que hay, en proporción que arrojó la elección del 28 de junio, es fuerte rechazo a concretos actos contra la ley y a los ofensivos modos de personalizasr el poder. Por eso, "tenga mano tallador". Soy de clase media pero no odio. Apruebo y discrepo. Y per il dubbio, van detalles. Estoy a favor (con matices) con lo actuado en política antigenocida, Corte Suprema, PAMI, Ley de Medios, AFJP, Conicet, Ingreso ciudadano (que no universal) a la niñez. Pero no me banco el ninguneo a la exclusión, el patoterismo oficial, la corrupción, el Indec, el clientelismo, el Consejo de la Magistratura, la falta de reforma tributaria para que paguen más los que más tienen y ganan, la no eliminación del IVA a lo básico de una canasta humilde. Lo cual, mi temerario Martínez, ni es irracional ni gorila. Es el camino del medio. Ese que hasta Perón respetaba”.
[21] “Los prejuicios no se construyen en las sociedades de manera azarosa, sino que responden a conflictos e intereses de grupos, haciéndose más agudos y complejos en las sociedades estratificadas. En éstas, los sectores hegemónicos de la sociedad, a partir de su mayor control sobre los recursos, procuran generalizar su ideología como garantía del mantenimiento de su poder político”. Mazettelle, L. y Sabarots, H., Poder, racismo y exclusión, en Lischetti, M., Antropología, Eudeba, 1998.
[22] Giménez, G, Materiales para una teoría de las identidades sociales, México: Revista de la frontera norte Vol. IX, núm. 18, 1997.

1 comentarios:

Paola dijo...

Tema apasionante si los hay, la famosa clase media,un gigante bobo y desmembrado. El informe está muy bueno, sobretodo me interesó ( desde chica)ese odio por las clases populares, como si el verdadero enemigo fueran ellas. Ese odio que no le permite ver los beneficios que recibe de un gobierno al que tanto desprecia.
Saludos.

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